Cuando tus tropas estén desanimadas, tu espada embotada, agotadas tus fuerzas y tus suministros escasos, hasta los tuyos se aprovecharán de tu debilidad para sublevarse… La contienda esencial es la psicológica, influir en los cálculos del adversario y mermar su confianza en el éxito.” (Sun Tzu, El Arte de la Guerra”). El Covid-19 ha desatado, en el medio de un mundo caótico, fuerzas que se comportan de manera impredecible y errática sin una dinámica lógica. La catástrofe humanitaria altera, aún más, algunos de los cimientos del sistema global y conmueve en su torbellino a comunidades locales y los estados nacionales. A la crisis sanitaria se agregan la convulsión geopolítica de la disputa por el centro del poder mundial, el cuestionamiento al sistema económico neoliberal global, el resquebrajamiento el sistema democrático representativo occidental y la incertidumbre general de no saber si esta convulsión es algo de algunos meses o va a permanecer como una guerra total cuya duración y consecuencias es difícil, sino imposible, de prever.
Los pensadores más destacados también han salido a lisa, lanza en ristre, defendiendo sus posiciones filosóficas en debates propios de su dialéctica; salvo los fundamentalistas dogmáticos de los extremos postmarxistas y neoliberales, ninguno afirma con contundencia si al final, la historia encontrará un sendero más venturoso para la humanidad. Ejemplo: el prestigioso Giorgio Agamben, cambió su postura inicial cuando los muertos en Italia superaron los 10.000: no era una simple influenza un poco más fuerte”.
En el marco geoestratégico, pareciera no prestarse atención a que el coreano Kim Jong-un, que hace solamente un par de años tuvo al mundo en vilo, refuerce su plan nuclear y lance sus cohetes al Mar del Japón para la atención y preocupación de Tokio; hasta el drama del Oriente Próximo o el fracaso de Mike Pompeo en Afganistán han quedado a un costado. Repentinamente, cuando se abría un horizonte de esperanza el pasado 13 de diciembre con la firma de un primer acuerdo entre Washington y Beijing que auguraba el fin de la guerra comercial entre ambas potencias, apareció en Wuhan la zoonosis del coronavirus y fue enrareciendo de manera progresiva el marco de entendimiento de una manera insospechada y desconocido. Desde la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética unieron sus esfuerzos en la lucha contra la poliomielitis, y más recientemente con el SARS y el H1N1, las plagas y enfermedades fueron propicias para la cooperación de las potencias en pugna. La injustificable mora china, la desconfianza generalizada y la generación de acusaciones fueron ganando terreno generando un cuadro en el que la confrontación ocupó el lugar de la cooperación. Con inesperada contundencia se profundiza la disputa por el poder en el mundo plagado tanto de enfermos y de muertos como de propaganda, gestos solamente simbólicos de China para quitarse el estigma y teorías conspirativas expandidas por doquier.
Como en toda guerra, habrá de sucederse la paz o al menos el armisticio, y en ello se anota Rusia, debilitando, a como dé lugar, del sistema europeo y occidental, tarea en la que hace tiempo viene empeñada, para quedarse con el mejor pedazo posible de la torta a repartir.
La disputa geoestratégica se da en un momento de debilidad de los Estados Unidos. No existe una Doctrina Trump de política exterior lo que implica una dirección errática, y personalizada de los asuntos globales de la principal potencia. Debiera tranquilizar a la humanidad que tanto China por su cultura (confusionista) y Trump (por ser hombre de negocios) desprecian la lucha armada.
EE.UU. encuentra su gran fortaleza geopolítica en su geografía continental, rica y prácticamente invulnerable, consolidada geográficamente por sus Padres Fundadores” y, hemisféricamente, por la Doctrina Monroe que le aseguró que nadie se meta en esta parte del mundo sin su permiso –sólo Cuba fue la excepción y el escarmiento. El otro elemento fue una demografía equilibrada y un pueblo imbuido de una misión universal y religiosa, con un sentido de la libertad del hombre –ficción que es tema de otra discusión- y el mandato divino de imponerlo al mundo. Un pueblo que se sentía libre, patriota, entusiasta, industrioso y pujante consolidaba sus condiciones únicas para erigirse como la principal potencia del globo, con la fortaleza de una economía sin parangón histórico.
El empate de la Guerra de Corea, que sólo Moscú perdió, preparó lo que significó Vietnam años más tardes, particularmente en el orden moral de la nación. Los triunfos de la Otan en la consolidación espacial el mundo y el de la Guerra Fría con la destrucción total de su enemigo no parecen impedir cierto decaimiento de su estatura moral.
Los generales son servidores del pueblo; cuando su servicio es defectuoso, su pueblo es débil”, decía también Sun Tzu. El sistema democrático estadounidense tiene la riqueza institucional que hace previsible que en pocos meses ratificará o cambiará su general. Recién allí, cuando también esté declinando la pandemia, podrá tenerse una idea más precisa sobre si cederá el centro del poder. Del otro lado esta China y, en el medio, Europa y Rusia librando su batalla en que la primera está dejando de ser aliada no se sabe si de los Estados Unidos o de Trump, y la segunda es socia de China en la disgregación del espacio europeo. Pero esto es para otro análisis.
Abogado y diplomático.