El Cineclub La Quimera abrió el ciclo de abril con transmisiones en vivo de su programación. El jueves pasado inició un foco de Ana Poliak con la película La fe del volcán” (2001). Continúa hoy, 9 de abril, con Parapalos” (2004), y finalizará con el largometraje ¡Que vivan los crotos!” (1995). Las películas de Ana Poliak son formalmente muy distintas entre sí y vale el encierro verlas a todas.
Estoy en un piso muy alto, rodeada de soledad. Sé que tengo que saltar, pero no sé si hacia afuera o hacia adentro” se sobreimprime en una placa a los pocos minutos de iniciada la película La fe del volcán”. A partir de esa intimidad sombría la realizadora audiovisual sale a la Plaza Miserere para registrar la relación entre una niña que trabaja en una peluquería y un afilador de tijeras durante la crisis del 2001. Mientras un profeta pagano anuncia algo que podría ser un apocalipsis la niña hace girar un paraguas con anillos, toma uno al azar y se lo roba. Más tarde abre un libro en el capítulo «Sobre la simpatía humana» y lee las fechas 24/3/1976 y 2000 escritas con lápiz. El afilador inventa ficciones para responder las preguntas de la niña mientras la hace deambular por su marginalidad.
El tercer largometraje de Ana Poliak muestra un oficio en vías de extinción: el Parapalos”. El trabajo consiste en levantar los palos tirados en un bowling para reiniciar la partida. Antes que las máquinas se instalaran en las canchas la directora sale a filmar el devenir de Adrián, un migrante del interior que se inicia como levantador de bolos en Buenos Aires. Para entrar al trabajo Adrián tiene que desnudarse y hacerse un examen de reflejos que demuestre que puede esquivar bochazos.
Adrián espía a los jugadores a través de un triángulo. Oculto en el reverso de la cancha conoce a Nippur, otro parapalos que pasó su vida en ese lugar oscuro después de escapar de los golpes de su padre. Acostado para descansar del esfuerzo físico Nippur descubre que la banda de música Los Natas significa Satán al revés. Mientras intentan dormir una siesta, ambos miran los recortes de imágenes pegados en la pared de madera de esa pequeña celda donde trabajan: Janis Joplin «la única blanca que cantaba como negra”, Shakespeare y Andy Warhol.
Nippur canta «sucio y desprolijo» posiblemente porque todas las mañanas son iguales y piensa «vivo al día, al día de ayer, todo lo que tengo hoy lo saqué fiado”. En un local donde algunos tiran palos y otros los juntan transcurre un oficio donde la obra siempre se derrumba.
Hay ciertos gestos tranquilizadores en esa opresión: una propina que viaja en una bocha, la armónica escondida en una zapatilla colgada en la soga de la terraza, las cartas de mamá y una caja con revistas de Marilyn Monroe de la prima Nancy. Pero el momento más esperado es (¡Spoiler Alert!) cuando Adrián en lugar de juntar los palos los patea mientras se escucha la voz de Nippur hablando de la libertad y del heavy metal.
¡Que vivan los crotos!” gritaba Poliak en su primera película para recuperar la historia de un linyera y su grupo de amigos. Un anarquista errante que durante 25 años camina sin otro rumbo que el marcado por el ferrocarril. En sus creaciones, la directora trabaja con no actores que crean una ficción sobre sí mismos.
El foco de Ana Poliak continúa este jueves 9 de abril a las 20:30, con una charla introductoria. En la octava edición del Festival de Cine de Cosquín (FICIC) ya se habían proyectado en Córdoba copias de 35 mm de sus tres largometrajes. El equipo programador de La Quimera recupera esa retrospectiva para traerla a casa a través de las redes sociales.