Por Juan Cruz Taborda Varela
El Viejo Rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba, Patrimonio de la Humanidad, es destino obligado del poco turismo internacional que llega a la ciudad. Nadie cuenta, ni a extranjeros ni a locales, del joven patricio de apellido distinguido asesinado a balazos en la sacra casa del saber.
No hay registro, en la vastísima familia García Montaño, de ovejas negras o descarriadas, rebeldes sin causa, iconoclastas de clase. Han sido todos, los múltiples García Montaño, fieles a la tradición y destino que impuso el apellido. La coherencia suele tener su precio.
Uno de los descendientes fue Francisco ‘Paco’ García Montaño, que para 1938 ya era, como marcaba la tradición familiar, abogado. Militante universitario, formaba parte de las filas de los que se decían, a sí mismos, nacionalistas. Los nacionalistas de Córdoba y del país iban de la mano, en ese 1938, de los nacionalismos europeos que crecían con pasión: España, Italia, Alemania. El Eje. En un mundo en estado de preguerra y Córdoba no era la excepción.
En ese mismo 1938 se festejaban los 20 años de la Reforma Universitaria en el teatro aún llamado Rivera Indarte. Horas después, la Corporación Argentina de Estudiantes Argentinos, los nacionalista de García Montaño, dijeron en un comunicado emitido el 17 de junio de 1938:
– La Reforma es intrínsecamente mala, negativa y destructora (…). La democracia universitaria es tan mala como la democracia política. El principio de jerarquía es fundamental en la vida universitaria.
Los discursos del festejo, para los estudiantes nazionalistas, fueron de corte “demagógico liberal marxista” (dixit). Denunciaban que el himno se cantó con el puño cerrado, que son comunistas –sí, otra vez- y que responden al ministro de Gobierno, el radical Santiago H. Del Castillo. Y, delicadeza mediante, advierten:
– Se destacaba también una proporción inmensa de judíos (…), es decir, la presencia fatal de aquellos que colaboran sistemáticamente en todo lo que sea tarea destructiva de los pueblos cristianos.
Pocos días antes de aquellos festejos reformistas, el primero de junio de 1938, los universitarios de la Facultad de Derecho habían ido a las urnas a elegir nuevo centro de estudiantes. De las tres listas que se enfrentaron, dos corrieron con ventaja: el Frente Reformista por un lado y Unión Argentina Estudiantil (UAE) de García Montaño por el otro.
Los primeros se referenciaban en la amplia tradición de izquierda abierta en 1918. Los segundos eran parte de la Corporación Argentina de Estudiantes Argentinos, esos a los que no les iban los judíos. El otro diario cordobés de entonces los rotula sin medias tintas: “Estudiantes de tendencia fascista”.
La elección marcó un récord de votantes: más de 500 estudiantes de Derecho fueorn a las urnas. Heriberto Barrionuevo, apellido poco distinguido, ganó encabezando la boleta de la UAE, «de definición netamente derechista y nacionalista», explica el diario católico Los Principios el 2 de junio. La descripción del periódico no es una crítica, sino elogio al triunfador.
Los reformistas llevaban al frente a Félix Martín, que se quedó con 192 sufragios. Junto a él estaba un joven catamarqueño que estudiaba Derecho y a quien le esperaba una larga carrera como caudillo peronista, a contramano de aquel presente reformista y radical: Vicente Leónidas Saadi.
Los ganadores festejan. Los perdedores torean.
– ¡Fascistas!
– ¡Bolcheviques!
Lo importante es que nadie mentía en esta convivencia democrática.
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El 11 de agosto del mismo año, apenas dos meses después del triunfo nacionalista en Derecho, la Federación Universitaria, en manos de los reformistas, llamó a un plebiscito. El centro de estudiantes de Derecho, en manos de los nacionalistas de la UAE, quería separarse de la FUC y por lo tanto el plebiscito preguntaba:
– ¿Está usted de acuerdo que la UAE se aparte de la FUC?
La única urna se dispuso en la galería de lo que hoy es el viejo Rectorado, en un vértice con vista a todo el edificio. A las 10.45 de la mañana, los integrantes de la Federación dejaron todo listo para que empezara la elección pero apenas 20 minutos después comenzaron los primeros cruces. Un grito de ‘¡Viva la Reforma!’ generó los primeros golpes de puño. Tras unas horas de calma, poco antes del mediodía vuelve a haber empujones, corridas, insultos y el estruendo seco de un estampido que retumba con fuerza en la galería colonial de la Universidad. El sonido que huele a pólvora es uno y aislado del resto del mundo. Paraliza primero y genera el desbande después. A ese primer golpe de plomo le siguen cinco más. Nadie sabe dónde nacen, pero sí donde encuentran destino: tres jóvenes quedan tirados sobre una pequeña laguna personal, roja y espesa que genera la sangre propia. Julio Benito De Santiago y José Antenor Carreras Allende, inmóviles y sordos, despliegan sus torturadas humanidades cerca de la urna que jamás se inspeccionará. Carreras Allende siente el fuego y el ardor en el costado zurdo de su cuerpo. De Santiago cae fulminado por el plomo que le ingresa por el octavo espacio intercostal izquierdo y sale por el hipocondrio derecho. Su brazo derecho nada puede hacer y el desvanecimiento es tal que al momento de caer y sin defensa alguna, De Santiago choca su mentón contra alguna santa pared universitaria y la barbilla se le abre en dos.
Francisco García Montaño, Paco, unos metros más allá, frente al ingreso del Salón de Actos, despide dolor desde las entrañas. Intenta pararse pero le es imposible: su vientre exuda linaje y munición gruesa. Otro balazo dio en uno de sus glúteos. El dolor es inhumano.
Germán Ángel Marchi, el jardinero de la Universidad, siempre testigo de todo cuanto pase entre los claustros del saber, justo ahora ha ido al baño a lavarse las manos. Mientras se saca la tierra que insistentemente se mete entre sus uñas, escucha los disparos, los gritos de dolor, la estampida arrasadora. Todo escucha pero nada ve. Él, Marchi, que conoce cada secreto, justo desconoce lo más importante: quién es el asesino.
De Santiago, militante nacionalista, altísimo catolicismo en venas, un par de horas antes había comulgado y confesado. El balazo le dió en el costado izquierdo del pecho y atravesó su corazón, ya sin espasmos. La muerte, en este mediodía gris del 11 de agosto, es inmediata. Antenor Carreras, vivo, es socorrido en la sala de profesores, justo al frente del vértice en donde la urna, impoluta, sigue firme. El doctor Torres comprueba que la bala pervive en el hígado del joven y pide que lo internen pronto. A García Montaño lo acuestan en la misma sala: el sofá donde los patricios profesores hablan de ópera se vuelve su catre de campaña. Su cuerpo está más comprometido: las perforaciones en sus intestinos son múltiples.
Sofanor Novillo Corvalán, el rector de la UNC, clausuró la UNC.
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Antenor Carreras logró sobrevivir y con el tiempo dejará el Derecho para especializarse en Ciencias Económicas, facultad en la que será profesor. Paco García Montaño no. Muere el 18 de agosto de 1938 en su propia cama a causa de las heridas de bala disparadas no se sabe por quién. En última confesión a sus hermanos que lo rodean en su lecho de muerte, perdona a sus asesinos y a los posibles cómplices, a quienes, pide, no deben vengar. Les recomienda que si en sus manos estuviera procurarles el menor rigor del castigo legal, que así lo hicieran. Como epílogo, murmura, ya sin fuerzas para más, su última oración:
– Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Tenía 30 años. Eran las 8 de la mañana.