The users es una exposición de Mariano Cuestas con curaduría del estudio de Gestión Cultural Capital Creativo (Siu Lizaso y Florencia Gauna) que se exhibe desde este viernes 25 en Bithouse, José Roque Funes 1791 -Cerro de las Rosas-. La muestra incluye una lectura plástica sobre nosotros y el extraño mundo que hemos construido comprando, comiendo, leyendo y -en definitiva- siendo usuarios. Gratis, abierta a todo público.
Bithouse es un proyecto que contiene a diferentes emprendimientos de base creativa, con la innovación como eje transversal. Operada por Bitlogic -compañía líder en soluciones globales y mecenas del proyecto- esta iniciativa se erige en una importante casona de valor patrimonial ubicada en el mirador del Cerro de las Rosas. En su sede encontramos empresas residentes como el delicado café de especialidad Superanfibio, y emprendimientos temporales. Desde su inauguración propone un poderoso programa de arte contemporáneo con una curaduría sofisticada y contundente.
Mariano Cuestas (1970) es un artista visual cuya producción está caracterizada por una mirada de la sociedad de consumo y nuestras prácticas culturales. Habitualmente es presentado como publicista y plástico -como si se tratase de dos actividades inconexas-, aunque lo cierto es que Cuestas recorre los escaparates y los lienzos, la ciudad y sus habitantes, con la misma mirada punzante. Este creador se ocupará del branding de una firma, o de entender el estado de las plazas y sus usuarios, así como de los últimos lanzamientos de cualquier producto masivo, con la misma ferocidad. Su formación reúne estudios en diseño y arte, universidades y talleres de artistas, mientras que sus obras han sido expuestas en diferentes museos y galerías, e integran numerosas colecciones privadas. Dirige Cuestas Branding -con más de dos décadas desarrollando marcas- y, entre otras cosas, fundó la marca de indumentaria Approach. Es un tenista temerario.
Retrato del consumo
En la exposición The users, Cuestas trabaja con insistencia en la representación del consumo en general, y las industrias creativas en particular. Su obra engarza la relación entre los sujetos y los productos que compran, con los símbolos y sus envases. Una canción es un objeto intelectual, pero su exterior: un disco, así como la portada de un libro, o el envase de un aderezo- constituyen una estética, una estela de sentido, el envoltorio de nuestros deseos. El arte de Cuestas -un outsider del circuito- opera precisamente en esa frontera entre las personas y la soledad del sistema, entre los personajes y los íconos comerciales que han moldeado nuestra identidad colectiva.
El artista señala
Sus cuadros incluyen pistas deliberadas, palabras en cintas que envuelven de sentido la obra, casi como etiquetas de una prenda. Su producción expuesta en Bithouse está atravesada por la mirada publicitaria que convence -justamente- en el espacio público, e incomoda en la intimidad. La capa visual exterior es un esmalte, un barniz, para un trabajo más hondo donde el artista se despliega para crear atracción sobre objetos cotidianos, señalando fetiches sociales. Hay que dejarlo por escrito: más que publicista, este arquitecto del branding trabaja con un legado pop y warholiano pero establece un vínculo directo con la irreverencia formal de Kippenberger. Su producción, una “apología del envase”, propone obras donde la forma impone una reflexión sobre el contenido.
Abanderado de una generación que eligió discos por la concordancia entre el booklet y las canciones, sus cuadros elevan ese vínculo hasta ser una portada para todo el sistema donde vivimos los usuarios.
La ingravidez de los elementos
Sus composiciones juegan con objetos suspendidos en la geografía de la obra. Este desafío de la lógica del consumo tradicional está dispuesto como una escenografía de la vida urbana, un cuidadoso desorden que, enmarcado, nos angustia como experiencia estética. Ya en el interior de las obras, la mirada traslúcida de sus retratos y un partido cromático austero, aunque frecuentemente dramático, instalan símbolos, tendencias y preocupaciones de manera enérgica.
Como señaló Dante Montich, cómplice histórico del autor «este artista reivindica su repertorio de lo culturalmente significativo, presentándose como intérprete de ese universo eminentemente visual.» Comprar revistas, dibujar con lapicera, leer en papel, y dejar sonar la música, son prácticas que caracterizan a quienes transitamos desde el lejano Siglo XX hacia la condición obsolescente, exhibicionista y urbana del XXI.
Cuestas compra los Anagramas amarillos, no para postearlos, sino para olerlos, para sentir el rayo de la literatura entrando por sus manos. Las mismas manos con las que mira películas incesantemente, con las que acaricia la música trascendental de las últimas décadas; con las que pintará con óleo, o con su Mac, los latidos de ese órgano social que es el consumo.
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