Netflix acaba de estrenar la serie que le da vida y actualidad a una pieza clave de la cultura popular argentina. La historia original toma el aroma de época que reinaba en los 50’s, cuando los avances espaciales eclipsaban una batalla ideológica a nivel terrestre, como la revolución cubana, y los reinterpreta a nuestra época de individualismos e inconsistencias sociales.
La hipótesis de una invasión alienígena, con Buenos Aires como pista de aterrizaje, retoma la tradición del cine apocalíptico y luchas épicas por la subsistencia humana. La frase «no estamos solos» además de señalar la presencia de extraterrestres, adquiere otra connotación en la serie El Eternauta.
La memoria de los creadores
La reflexión social ha sido coprotagonista en gran parte de nuestra producción intelectual, incluyendo esta obra original, escrita por Héctor Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López. En este caso hizo mella en toda la población debido a su potencia narrativa y su popularidad: la revista gráfica Hora Cero -dirigida por el mismo Oesterheld-, tiraba más de 200 mil ejemplares por semana. Solano López, ilustrador y cocreador junto a Oesterheld, fue perseguido por el gobierno militar. Aunque su aporte queda, paradigmáticamente, desdibujado en el reconocimiento público, fue una persona clave para recuperar los derechos de la obra en una batalla judicial que completaron sus hijos, junto a los nietos de Oesterheld. La propia Corte Suprema de Justicia, finalmente, devolvió los derechos a los herederos y en cierta medida posibilitó que hoy esté en pantalla.
Persecución fuera de la viñeta
La familia de Oesterheld, por su parte, es un caso desgarrador de la dictadura. Siendo un intelectual alejado de la violencia, Héctor fue desaparecido y asesinado por el gobierno de facto en 1977. Antes de quitarle la vida le hicieron saber que habían torturado y asesinado a sus cuatro hijas, dos de ellas embarazadas.
Mucho antes de la tragedia decía «Siempre me fascinó la idea del Robinson Crusoe. Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces», para sentenciar después: «El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson». Este hombre enfrentado a la soledad se transforma aquí en una persona normal contra la anormalidad.
Otros intentos
Adolfo Aristarain y luego Lucrecia Martel intentaron infructuosamente abordar la historia más épica del cómic argentino, pero recién Bruno Stagnaro pudo llevar adelante esta mítica saga que se desarrolla en el presente -como en su momento fue la historia original- ganando en actualidad y complicidad para nuevos públicos. Sería injusto no destacar que Stagnaro había realizado anteriormente Pizza, Birra, Faso y Okupas con el apoyo del INCAA y, al igual que sus colegas, hoy ofrece buen cine porque hubo Estado presente en la pantalla.
Lo viejo funciona. Y a veces extraordinariamente bien
El Eternauta nos interpela sobre cómo nos organizamos para enfrentar al peligro externo y, más profundamente, cómo enfrentamos nuestros miedos. En una ciudad blanca que promueve la introspección, las debilidades sociales y las flaquezas individuales se potencian en una orfandad tecnológica que también reivindica objetos del pasado cercano y hermosos cacharros como unos Torinos, un tren imparable o aquellas radios que nuestras madres protegen de la extinción.
Un mañana que nunca amanece
Con el marco de una nevada mortífera, antesala de otras amenazas, nuestro protagonista, protagonistas para hablar con precisión, creen que el «El único héroe válido es el héroe en grupo». Esta frase resuena en una comunidad sumergida en la conmoción y trasciende las viñetas para convertirse en la columna vertebral de cada capítulo, donde la resiliencia es comunitaria.
La serie nos sumerge en un entorno etéreo cuando el paisaje borra las huellas, y la acción tiene un ritmo reflexivo, permitiendo acercarnos a los grandes dilemas morales sin simplificaciones banales. Cada respiración asfixia y tensa la trama mientras las referencias a la cultura local no empañan un triunfo global, el de nuestro cine. El mismo que en su momento tuvo su historieta original.
La humanidad del héroe
Juan Salvo lucha junto a su familia y sus amigos. Pero lo hace con miedo, con dudas, profesando la solidaridad y la acción en comunidad. Sin colores chillones o superpoderes, un hombre quebradizo como nosotros, enfrenta las circunstancias con sentido común.
Críticas bajo la nieve
En estos días no faltan quienes consideran que la serie no es buena, porque la produce Netflix y supone una conquista del Imperio, porque tiene colores y el original era blanco y negro, porque los personajes hablan y el diálogo no es en globitos, o -la más trillada- porque «Darín hace de Darín», pero ¡qué bien lo hace!
Más allá de estas críticas, El Eternauta en su versión audiovisual logra capturar la esencia de aquella historia que sacudió la cultura argentina: un relato sobre personas comunes que lucharon por la salvación colectiva. En tiempos donde el individualismo extremo pretende gobernar cada aspecto de nuestras vidas, esta premisa resulta más necesaria y revolucionaria que nunca.
Bajo la nevada, en ese Buenos Aires espectral, no somos simplemente espectadores de una historia de ciencia ficción, habitamos un espejo que nos devuelve una certeza: ante las grandes amenazas, nunca estamos verdaderamente solos.