La «enfermedad holandesa» (Dutch disease) es un término económico acuñado en 1977 por el semanario The Economist para describir la situación de Holanda que en los 60 había descubierto grandes yacimientos de gas natural en la provincia de Groningue y en el Mar del Norte, que produjo consecuencias negativas por un aumento repentino en los ingresos de un país, generalmente asociado al descubrimiento o explotación de recursos naturales.
Se caracteriza por: a) Aumento de ingresos del país; b) Apreciación de la moneda; c) Impacto negativo en otros sectores; d) Reasignación de recursos; e) Problemas estructurales.
Argentina está siendo impulsada a tenerla con la complicidad del gobierno, algunos opositores, el silencio de sectores empresarios concentrados y el sistema financiero internacional que como hace décadas nos asigna solo la producción de materias primas exportadas sin agregado de valor en una división internacional del trabajo que nos remite a la generación de los 80 y la primera parte del siglo XX.
El aumento de los ingresos del país, basado en petróleo, gas, minerales y producción de granos, unido al ingreso de generosos e impagables créditos que aprecien nuestra moneda es lo que vemos hoy y el gobierno anuncia como un triunfo, mientras trata de sostener a la baja la inflación al menos hasta las próximas elecciones, en un “plan platita” para inversores financieros y viajeros internacionales que solo son el 5-10% de la población.
El impacto negativo en otros sectores se observa en que las exportaciones sean menos competitivas y las importaciones más baratas, lo que afecta a sectores como la manufactura, la agroindustria y las exportaciones no relacionadas con los recursos naturales.
La reasignación de recursos es visible en que la mayor rentabilidad del sector beneficiado por los recursos naturales y el RIGI, atrae inversiones y recursos de otros sectores, lo que genera escasez de mano de obra y capital en los otros sectores.
Por último, a enfermedad holandesa lleva a problemas estructurales, una dependencia excesiva de los recursos naturales, menor diversificación económica y a una menor competitividad a largo plazo.
La recomendación más importante para que los gobiernos adopten políticas para mitigar los efectos de este fenómeno, como la diversificación de la economía, la promoción de la innovación y la inversión en educación y capacitación, todo lo contrario que hace el gobierno argentino.
Otra forma de corto plazo recomendada es esterilizar el súbito incremento de divisas, evitando repatriarlas de una sola forma masiva, conservando una parte en el exterior en fondos especiales para después repatriarlas en forma gradual y progresiva. Esta estrategia repercutirá en una reducción del efecto gasto público.
Esa es la adoptada por Noruega con su producción de petróleo y gas, que creó un Fondo de Pensiones, hoy de 500 mil millones de dólares, -otros como el de Estabilización de la Federación Rusa, el Fondo Petrolífero Estatal de Azerbaiyán o el Fondo para las Generaciones Futuras del Estado de Kuwait- que mantienen su valor, liberando recursos para inversión local que en Noruega financia energías renovables, garantizando la sostenibilidad a largo plazo, cuando ya no exista el recurso.
En Holanda por el contrario –hoy Países Bajos o Nerderland- el gobierno vía impuestos aumentó la inversión en el sector y eso produjo que en 1964 contaba con 1,823.000 trabajadores en la industria, pero en 1986 el número cayó a 1,381.000 (un 25%) y también cayó la competitividad de la agricultura.
El efecto ambiental también fue catastrófico –miles de micro sismos han destruido barrios y ciudades completas de la zona, mientras hoy se siguen extrayendo millones de metros cúbicos ante la crisis energética de la Unión Europea tras las sanciones a Rusia, cuyas reservas se agotarán en 9 años.
O sea, nada que no se pueda ver en miles de western que muestran pueblos mineros abandonados en el lejano oeste (far west) de EEUU, luego de agotados los yacimientos o los informes que reportan pozos petroleros abandonados en Texas que siguen emitiendo hidrocarburos por no haber sido sellados.
En definitiva, nada nuevo bajo el sol, que lastimosamente muchos están ignorando en tributo al corto plazo, el bienestar inmediato o una esperanza infundada que nos condenará.
La buena noticia es que no es técnicamente inevitable ni políticamente irreversible, aunque en este último sentido las próximas elecciones serán importantes para que no lo sea. Tanto por sus resultados que confirmen las actuales tendencias, como por las propuestas hoy inexistentes de la oposición que por ahora sigue encerrada en sus debates internos sin definir “para que” quieren ser votados, más allá de sus ambiciones personales, sectoriales o partidarias.
Una oposición que promueva los mecanismos de corto y largo plazo de los países que aprendieron de la experiencia holandesa –crear fondos soberanos que eviten la sobreabundancia de dólares y los asigne gradualmente a iniciar procesos productivos prometedores-; advierta a los inversores especulativos de las inconsistencias financieras del actual plan; y a los inversores en activos fijos a largo plazo de los riesgos sociales, políticos y legales de inversiones basadas en decisiones con falta de consensos y gran volatilidad electoral.
Aunque eso no ha ocurrido a escala institucional, es visible que el gobierno no está logrando que ingresen inversores especulativos internacionales que quieran aprovechar la bicicleta financiera (carry trade) que les ofrece, ni empresas internacionales que ingresen al RIGI, ya que las que ingresan son empresas nacionales que inclusive compran operaciones de empresas internacionales que se retiran (Petronas, Exxon, etc.).
Es de esperar que antes de las elecciones, los opositores logren mínimamente acordar una barrera sanitaria que impida males irreversibles y promueva las medidas ya conocidas, para evitar la enfermedad holandesa que estamos viviendo.