La salud politizada
La filósofa Anne-Marie Moulin afirma que, si la palabra clave del siglo XVIII era la felicidad y la del siglo XIX era la libertad, la del siglo XX fue la salud. Un acontecimiento político y social con repercusiones mundiales respalda su afirmación. En 1949, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró un nuevo derecho humano: el derecho a la salud. Sin embargo, como se sabe, la declaración de un derecho no implica su ejercicio, motivo por el cual desde entonces esta entidad lleva adelante una actividad política para lograr que los países del mundo consideren a la salud de sus habitantes como un asunto de Estado. En ese sentido, llama la atención que en estos días algunos políticos y comunicadores desprevenidos acusen a la OMS de politizarse”, cuando precisamente es una entidad esencialmente política, cuyo principal objetivo es convencer a los mandatarios del mundo que incorporen la salud en la estructura presupuestaria y jurídica del Estado bajo lineamientos consensuados. Más allá de los posicionamientos cuestionables y los errores cometidos, esta empresa ha sido relativamente exitosa si tenemos en cuenta que el derecho a la salud hoy forma parte de la mayoría de las constituciones nacionales.
Lo dice la Constitución
Nuestro país ha estado relativamente a la vanguardia, sobre todo si tenemos en cuenta que el mismo año en que la OMS realizó la declaración del derecho a la salud aquí se fundaba el Ministerio de Salud Pública de la Nación, bajo la primera presidencia de Perón, quien puso a Ramón Carrillo a cargo de la cartera. La creación del nuevo ministerio fue posible gracias a una reforma constitucional. Después del golpe de Estado de 1955 fue disuelto por Aramburu, restituido por Frondizi (1958), disuelto nuevamente por Onganía (1966), restituido por Alfonsín (1983), degradado a secretaría por Macri (2018), y ahora nuevamente restituido por Fernández. Sin embargo, y más allá de las idas y vueltas del ministerio, fue a partir de una nueva reforma constitucional (1994), esta vez bajo la primera presidencia de Menem, que se le confirió jerarquía constitucional a los tratados internacionales que reafirman el derecho a la salud. Entre éstos se encuentra el Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que insta al Estado a la creación de las condiciones que aseguren el acceso de todos a la atención de la salud”. También le ordena una medida que nos interesa particularmente en las circunstancias actuales: la prevención y el tratamiento de las enfermedades epidémicas, endémicas, profesionales y de otra índole, y la lucha contra ellas”.
En consecuencia, a partir de ese momento, proteger la salud de la población no es una opción para el Estado, es una obligación constitucional.
Mhijo el dotor
Este nuevo estatus que adquiere la salud lleva al médico a asumir un nuevo rol. Además de un sanador de organismos, ahora es un intermediario obligado entre las instituciones médicas, los poderes públicos y los habitantes. En algunos casos adquirirá la forma de médico rural para asistir a quienes habitan zonas despobladas; en otros, será médico de pueblo, conservando la distinción de los antiguos médicos en la comunidad; en otros casos, será médico anónimo en los abarrotados sistemas sanitarios de los grandes centros urbanos. En todos los casos, asumirá una red de obligaciones más amplias que la de curar un organismo, pues a lo largo del siglo XX la salud llega a concebirse como un aspecto más de la socialización de una persona, similar a la escolarización, al desarrollo profesional, a los viajes o a la cultura.
El médico se inserta en el grupo de los profesores, los jueces, los artistas, los políticos, los comunicadores. Se afirma como un actor social y cultural, con representación permanente en los foros públicos y medios de comunicación.
Para ajustarse mejor a esa realidad, desde finales de la década de 1970, la OMS impulsa un nuevo concepto, la promoción de la salud, que incorpora un aspecto pedagógico. Se promociona la buena alimentación, los análisis periódicos, los métodos anticonceptivos, la práctica de deportes, el uso responsable de drogas y alcohol, en el mismo tono que tradicionalmente se promueve la literatura, el arte, el pensamiento. Esta nueva actividad, la promoción, no se piensa como algo además” de atender a los pacientes, sino que se encuadra en el mismo nivel, como una actividad dentro de la Atención Primaria de Salud.
Poco a poco, en los ámbitos académicos además de la noción de prevención se suma la de promoción. Se las considera como un continuo, como dos caras de la misma moneda, muchas veces indistinguibles una de otra. Además de la preocupación por la enfermedad como motor de la salud pública, se agrega un nuevo propósito: que las personas adquieran conocimientos, aptitudes e información que les permitan elegir opciones más saludables e incrementar el control de su salud, como una forma de soberanía sobre el propio cuerpo. En consecuencia, la salud se concibe como un logro de la sociedad y no solo de los organismos. En ese sentido, la tarea del personal de salud se considera condición necesaria pero no suficiente para sostener la salud pública, cuya construcción exige la participación de toda la comunidad. Además de un deber del Estado, la salud pública se asume como una responsabilidad social.
Agradecimiento
En la columna anterior, que también abordaba la cuestión de la medicina, posiblemente haya habido lo que ahora veo como una limitada concepción de salud, enfatizando la prevención y acotándola al rol del Estado. Por suerte, una serie de comentarios llegaron a mis oídos junto a un audio que suscitó esta nueva columna. Por eso no puedo menos que agradecer a la doctora Elisabeth Casas, ex docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de Córdoba, por esas palabras que de algún modo han motivado lo que se ha dicho aquí: La salud pública, la salud de la población, no solo se garantiza, también se construye. Entonces, no es solamente la salud que brinda el Estado, sino la que brindan todos los que hacemos la salud de una población, no solo médicos y epidemiólogos, sino también arquitectos, ingenieros, abogados, etc. Todos los profesionales trabajan para tener una mejor salud pública, la cual es un derecho cuyo cumplimiento depende del trabajo de todos”. Aunque no mencionó a los filósofos en su enumeración, creo que igual es una observación acertada y quirúrgica. Espero haberle hecho justicia en estas líneas.