La miniserie de cinco episodios de Netflix, «Nadie nos vio partir», sumerge al espectador en un drama familiar que conmueve desde el primer momento. Basada en la novela autobiográfica de Tamara Trottner, la historia se sitúa en la Ciudad de México de la década de 1960 y narra la desaparición de dos niños, Isaac y Tamara, a manos de su propio padre, Leo, un hecho que desata una búsqueda desesperada a escala internacional liderada por su madre, Valeria.
El relato comienza con la incertidumbre y el desconcierto. Valeria regresa a su hogar y descubre que su esposo y sus hijos han partido sin dejar rastro, llevándose incluso los pasaportes. Desde el inicio, la serie refleja las tensiones de un matrimonio marcado por las convenciones sociales de la época y la influencia del patriarcado. El accionar de Leo (Emiliano Zurita), que utiliza a sus hijos como peones en un juego de poder familiar, parece replicar las presiones y deseos impuestos por su propio padre, Samuel (Juan Manuel Bernal), un hombre de negocios que prioriza el control y los intereses sobre los afectos.
A medida que la trama avanza bajo la dirección de Lucía Puenzo, Nicolás Puenzo y Samuel Kishi, se observa la empatía que surge entre Valeria y sus hijos, trasladados a distintos países como Francia e Israel. El vínculo materno se consolida como el motor de la historia, resistiendo al dolor y a la manipulación a la que son sometidos los niños. La búsqueda de Valeria se convierte en un acto de empoderamiento femenino, rompiendo con los mandatos de su comunidad, mientras que el apoyo de su padre resulta clave para sostener la lucha legal y personal que permitirá desentrañar el origen de la separación.
Con una cuidada ambientación que evoca los colores y la estética de los años 60, «Nadie nos vio partir» combina tensión y emoción, invitando a reflexionar sobre las profundas heridas que deja el abuso de poder en el seno familiar y sobre la importancia de la resiliencia y la justicia en un contexto donde la voz de la mujer era frecuentemente silenciada.