Eran las 18:30, la hora en que el sol se vuelve tenue y la luz se filtra dorada entre las copas de los árboles que escoltan a La Cañada. El aire, ese fresco de las horas quietas en la ciudad, se tejía con el rumor constante del agua, la prisa de los buses y el eco de las voces. La entrevista salió de todo protocolo. El encuentro con Pablo Romero, guitarrista y voz de Árbol, no fue en un backstage ni en una sala de prensa, sino a lo largo de La Cañada, en un trayecto a pie que se extendió desde Club Paraguay hasta un Coffee Bar. Pablo dijo «la primera nota que hago caminando en mi vida». Esta dinámica poco común se convirtió en el marco perfecto para evocar la historia de una banda que ha sabido reinventarse durante tres décadas.
Desde Haedo: «Árbol Gratis»
Nuestra caminata me permitió indagar en los cimientos de la banda, que comenzó a formarse a finales de 1994 en Haedo, Buenos Aires. Pablo me explicó que las primeras épocas estaban marcadas por una disciplina casi mística y un esfuerzo permanente: «mucho, mucho ensayo, todos los días, muchas horas». En ese momento, el desafío no era solo crear, sino lograr la convocatoria y «tocar para mucha gente».
El epicentro de su gestación fue El Mocambo, un «lugar mítico de Haedo», detalló el artista.
La estrategia de promoción de sus primeros cinco shows se volvió una anécdota fundacional: las entradas eran gratuitas y, para atraer al público, pusieron carteles que decían «Árbol Gratis». El horario inusual para la escena de ese momento—tocaban a las nueve de la noche, a diferencia de lo habitual que era empezar a partir de la medianoche— generó un malentendido que hoy es parte de su folclore:
«Caían las señoras a buscar sus plantas, porque pensaban que les regalábamos árboles o plantas».
Lo que la anécdota no revelaba era la semilla de un destino: que Árbol se convertiría en una ofrenda constante, desbordando los escenarios para instalarse en el corazón de la memoria afectiva. Sus canciones se han vuelto postales sonoras que, a lo largo de 30 años, han puesto música a nuestros momentos más íntimos: el pogo con amigos, el viaje con los padres, la espera en el tren o el «bondi», y tal vez el eco en la Cañada.
El músico aseguró que el espíritu del grupo sigue vigente, explicando que «aquel que se acerca por primera vez a Árbol descubre una banda que en sus inicios y ahora sigue teniendo ese espíritu de energía, de show arriba». Valoró la versatilidad de sus canciones que «cambian de una cumbia a un hardcore, a un pop» y que abordan diversas temáticas, ofreciendo una solución creativa a las etiquetas rígidas de los géneros musicales. También, destacó la camaradería de esa escena fundacional, señalando que mantienen una gran amistad con bandas de esa movida como La Vela Puerca, Kapanga, Miranda, Carajo y Las Pastillas del Abuelo.
Un legado compartido
La charla giró hacia la audiencia. Le planteé si sentía que el público consume la cultura musical de la misma manera hoy, indagando en el fenómeno intergeneracional. Pablo me confirmó que la música de Árbol ha trascendido la brecha etaria, especialmente desde la publicación de «Guau!» (2004), al que considera el «disco bisagra» que los encaminó hacia el mainstream.
«Venían muchos pibes chicos, también de 7, 8, 10 años. Y venían con sus padres».
Este hecho no era aislado, sino una constante que el músico valoraba. De hecho, me comentó: «Lo vimos recientemente en un show en San Martín de Los Andes donde asistieron varios hijos con sus padres.» Esta presencia simultánea, en la que los padres transmiten la tendencia musical, me recordó que la música, al igual que el fervor del fútbol o las tradiciones familiares —como el cuarteto en Córdoba—, es un legado que se hereda en el hogar. Pablo se mostró genuinamente conmovido de que este hecho se dé «natural», permitiendo que padres e hijos «compartan» la experiencia en el pogo. Su mirada fue la de quien valora la satisfacción de su público: “¿Sabes que flash que vas con tu viejo cantando la banda que te gusta y a tu viejo también?”. Además, esta música tiene la capacidad de retrotraer al oyente a «ese momento donde la pasabas súper», a las reuniones con amigos «en la casa con un mate o a la noche antes de salir».
Volver a encontrar a la Negra Sosa en el marco de su gira aniversario
En el tramo final, la conversación nos llevó a las raíces profundas del sonido argentino. Le consulté sobre su relación con el folclore, recordando su colaboración con Mercedes Sosa. Pablo expresó que trabajar con ella fue «un lujo» y además puso en valor el homenaje reciente de Milo J, ya que «reivindica otra vez lo que es el folclore, la música» y la importancia de «Mercedes Sosa para el pueblo argentino». Luego, compartió un recuerdo que definió como un hito de aprendizaje cultural: la «locura» de ensayar en la casa de La Negra junto a figuras inmensas.
«En el ensayo estaban Mercedes, León Gieco, Gustavo Santaolalla y yo. Ensayando en la casa de ella. Un sueño».
Tras tres décadas de labranza musical, Árbol extiende su cosecha en una gira continental que abarca Argentina, Chile y México. Cada ciudad -CABA, Conurbano, San Luis, Mendoza, Neuquén, Río Negro, Santa Fe- es un punto de encuentro, pero el gran ritual se realizará en Córdoba este sábado a las 19 en Club Paraguay (Marcelo T. de Alvear 651 – Barrio Güemes).
Segun los organizadores, la noche será una descarga de energía total, una invitación a la catarsis colectiva: «escuchar, bailar, cantar y poguear los clásicos de siempre». El setlist es el compendio de una vida en canciones, con títulos ineludibles como ‘La nena monstruo’ y ‘El fantasma’. A esta herencia se suman las nuevas vibraciones de tres sencillos recientes, demostrando su capacidad de diálogo musical: el tributo sensible a Charly García con «Bancate ese defecto» y el ritmo fresco de «Pintao» (Duki ft Ysy A). Las entradas se pueden adquirir a través de la plataforma digital de Alpogo.com.

La voz que detuvo el paso
Luego de la hora y media en que Pablo participó del encuentro Rock and Wine de la radio Cosquín Rock en Boiler Bar (Av. Marcelo T. de Alvear 1029), el cierre de la tarde se tornó cinematográfico. El Boiler, un espacio que aspira a la curaduría sonora de los listening bars de Japón y a la energía de los Boiler Room británicos, fusionando vino, café y diseño en La Cañada, fue nuestro destino final.

El sonido del encuentro atrajo a Rodrigo Bella, un baterista y percusionista que trabaja a «50 a 60 metros» del lugar. Rodrigo me dijo que iba cruzando la Cañada cuando una voz «muy peculiar» detuvo su paso. Decidió seguirla, llegó al bar y pudo disfrutar de la música de Pablo.
Le pregunté a qué momento lo llevaba Árbol, y él, poéticamente, lo asoció a sus propios inicios, a sus primeros acordes de vida:
«Me lleva al comienzo de una banda, cuando hacíamos Spinetta, hacíamos un poco de Árbol. Nosotros hacemos blues, hacemos mucho jazz. Así que bueno, una cosa y la otra, la música cuando te lleva, te lleva».
Y el vuelo terminó
El sol se ocultó tras los plátanos de La Cañada, dejando un eco de rock y memoria en el aire fresco de la tarde. La caminata con Pablo Romero terminó, pero el recorrido musical de Árbol sigue firme. A 30 años de aquel «Árbol Gratis» en Haedo, la banda no solo persiste en el tiempo, sino que se renueva como un testimonio vivo de la conexión profunda entre una canción y la vida de quienes la adoptan. El próximo encuentro en Córdoba no será un simple show, sino la reafirmación de que hay legados musicales que se llevan, literalmente, en el pulso y la herencia familiar.









