Todo comenzó en febrero de 1918 en la ciudad de Zúrich, con una discusión literaria motivada por un adolescente de 16 años, Alfred Cahn. Mientras se hallaba aun cursando su bachillerato, Alfred consideró que ya tenía edad para escribir una autobiografía, y así lo hizo. Una de sus encumbradas lectoras no objetó la prosa, pero sí que comenzara con una Y”, pues esa conjunción no expresaba ningún comienzo sino una continuación de hechos que el lector desconocía. A lo que el joven adujo que toda novela supone que a sus protagonistas les han sucedido cosas previas a las que la misma novela narra”. La discusión sobre la Y” alcanzó tales proporciones que llegó a oídos de Stefan Zweig, que se encontraba en la ciudad debido al estreno de su Jeremías”. No sabemos si por gentileza o por aburrimiento, Zweig no solo leyó el texto en disputa, sino que terció en favor de su joven autor con el argumento de que para defender a esa edad una Y, hay que ser un escritor nato”. El desagravio de la Y capitular sería el comienzo de una larga amistad y de un extenso intercambio epistolar. La noche del estreno, Alfred Cahn fue invitado por Zweig a compartir la tertulia en el Café Odeón, junto a Thomas Mann, Hermann Hesse, Romain Rolland y otros circunstantes, que años después serían objeto de su labor docente en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la lejana ciudad de Córdoba.
Aunque comenzó la carrera de germanística en su ciudad natal, la abandonó para trasladarse a Barcelona en 1921. En poco tiempo aprendió un castellano perfecto, y se animó a escribirle a Zweig con la propuesta de convertirse en el traductor de sus obras en el mundo hispanohablante. Zweig lo autorizó a traducir todos los libros de su autoría. En un escrito publicado en 1966 en la Revista de la UNC, Alfredo Cahn afirmaba: si se tiene en cuenta que en el curso de 10 años traduje 12 libros de Zweig, y 29 en todo el tiempo que duró nuestra relación, que solo su muerte tronchó, se comprenderá que debe haber existido una singular compenetración mutua”. La dedicación del intelectual suizo a la traducción, la difusión y finalmente la enseñanza de la obra de Stefan Zweig llegaría a ser tan intensa que en los círculos de escritores se lo llamaba con frecuencia Stefan Cahn” o Alfredo Zweig”.
Volvió a encontrarse con Zweig en 1936, cuando el escritor austríaco fue invitado a Buenos Aires al Congreso Internacional de Escritores, y cuatro años más tarde será el propio Cahn quien organiza un segundo viaje a la Argentina de su amigo, donde se encuentra con él por última vez. No obstante haber sido solo tres y esporádicos los encuentros que mantuvieron (uno en Zúrich, dos en Buenos Aires), legaron una ininterrumpida relación epistolar.
La irrupción del nacionalsocialismo produjo en la correspondencia un giro desde cuestiones puramente literarias hacia la necesidad de testimoniar la noche” en la que entraba Europa. El día anterior a su suicidio junto a su esposa Lotte el 22 de febrero de 1942 en la ciudad brasileña de Petrópolis (acto que sería criticado como una defección por Hannah Arendt, Thomas Mann y otros intelectuales de su tiempo), Zweig le escribe a Cahn una última misiva con indicaciones para la traducción de El mundo del ayer” y Novela de ajedrez”. En ella, le solicita que expurgue algunas páginas que podían motivar la censura en la España franquista, o chocar con la moral sexual de los lectores argentinos.
La actual investigación sobre Alfredo Cahn debe recurrir a archivos europeos; también, para la investigación -menos desarrollada- de su vida en Córdoba, al archivo de la Facultad de Filosofía, donde entre 1957 y 1964 se desempeñó como profesor de literatura alemana, director del Instituto de Estudios Germánicos, y del Teatro de la Universidad.
Consultar el Legajo 2.293 de la Facultad de Filosofía, correspondiente al profesor Alfredo Cahn, sume en una tristeza retrospectiva por la hostilidad institucional de la que fue objeto. Constan allí una serie de notas al Decano, con solicitudes siempre denegadas; comunicaciones en la que se le informan descuentos por inasistencias; un pedido -con curso igualmente desfavorable- de ayuda económica para trasladar su biblioteca desde Buenos Aires; una propuesta -tampoco aceptada- de representar a la Facultad en visitas académicas a Suiza y Alemania (recordándosele que en su condición de contratado no puede ser eximido de sus tareas en el segundo cuatrimestre”). También una amarga queja al decano Adelmo Montenegro por haber sido desechado un trabajo de su autoría por la revista de la Facultad. Y finalmente su separación de la cátedra que había dictado por más de siete años, al ser declarado desierto el concurso en el que era el único aspirante. Ante su pedido de reconsideración, el dictamen del tribunal, humillante en todos sus términos, fue tenazmente defendido por las autoridades de la Facultad.
Recluido, continuó su vida en su casa de Río Ceballos, haciendo lo mismo que había hecho a lo largo de los años desde que, siendo adolescente, comenzó una novela con la conjunción Y”: escribir y traducir. Aunque ya nunca más enseñar. Algunos dicen que cada tanto se lo veía anotar cosas en los bares del pueblo, con la misma vitalidad de siempre; otros, que algo vencido dejaba traslucirse en su mirada cuando murió en el invierno de 1975.
Restos de un naufragio sin memoria, hasta hace poco tiempo podían encontrarse en mesas de saldos y librerías de viejo, La Torre”, de Hofmansthal, o las Obras teatrales”, de Stindberg, publicados por la UNC y traducidos por Alfredo Cahn.