A sus 84 años, el cineasta neoyorkino expone su vida y su versión de las cosas. En este libro de más de 400 páginas, Allan Stewart Konigsberg, más conocido como Woody Allen, repasa sus recuerdos en una jugosa autobiografía. Divertida, sarcástica y llena de curiosidades, pero no libre de polémica. Donde hay humor, hay crítica y controversias.
Comenzado el libro, Woody Allen cuenta cómo y cuándo le pidió matrimonio a Soon-Yi, la hija adoptiva de Mia Farrow, y aprovecha para aclarar que encarará luego su historia con la Farrow, y sí, hay algo que contar al respecto”. Eso funciona como enganche para continuar leyendo su vida y su pasión por Manhattan, el jazz y los músicos negros, el cine italiano y norteamericano de principios del siglo XX.
De pequeño le llegó un clarinete que aprendió a tocar de forma autodidacta. De ahí nació su pasión por la música que, por momentos, califica de enfermiza. Dice que lo primero que hacía cuando se despertaba era prender la radio para escuchar los sonidos que salían del éter. Eran los tiempos de Billie Holiday, Louis Armstrong, Sidney Bechet y Woody Herman. Este último, clarinetista como él, lo sedujo tanto que decidió cambiar su nombre -Allan Stewart Konigsberg- por el de Woody Allen. En su vida siempre estuvo la música primero, luego vino el cine.
Allen cuenta una historia tras otra, como en sus películas, y ese es su fuerte. Para él, hacer cine es un apéndice del ser escritor y enaltece la figura del guionista: es mucho más difícil escribir que dirigir; un director mediocre puede realizar una película buena a partir de un guión bien escrito, pero un gran director nunca podrá convertir un guión flojo en una película buena”.
Cuenta que aprendió a escribir antes de saber leer. Hasta bien entrada la adolescencia leía solamente cómics. Criticaba a sus padres por que jamás vieron ninguna obra de teatro, ni visitaron ninguna galería de arte ni leyeron ningún libro”.
Además de su pasión por la música, es un fanático de los deportes, del básquet y el béisbol, sobre todo. Afirma que era buen deportista y que tuvo chances de convertirse en profesional. Ése es otro error sobre mí, además de la idea de que soy un intelectual: la gente cree que, porque tengo una complexión más bien pequeña y llevo gafas, no puedo haber sido muy atlético. Pero es una equivocación. Yo corría rápido y había ganado algunos torneos, jugaba muy bien al béisbol y albergaba la fantasía de dedicarme a ello profesionalmente, una aspiración que no desapareció hasta que de pronto me contrataron para escribir gags. También jugaba al baloncesto en el patio y era capaz de atrapar una pelota de fútbol americano y lanzarla a un kilómetro y medio de distancia».
Con seis décadas dedicadas al mundo del espectáculo, parece haberse cansado un poco del oficio de director: no soporto tener que repetir las mismas escenas una y otra vez. A mí me gusta rodar, irme a casa y ver un partido de baloncesto».
Sobre su relación con Mia Farrow, se pregunta si no debió darse cuenta antes de los problemas que le ocasionaría. «¿Debería haber percibido alguna señal de alarma? Supongo que sí, pero si uno está saliendo con una mujer de ensueño, aunque vea esas señales de alarma, mira para otro lado. Y recordad que yo no era el tipo más avispado del barrio, en especial en los asuntos relacionados con Cupido».
Critica a los medios de comunicación por los ataques recibidos en relación con las acusaciones de abuso y violación, especialmente al New York Times, diario que leía religiosamente. Son las últimas tres décadas las que vienen marcadas por los supuestos abusos sexuales contra su hija adoptiva, Dylan, denunciados en una primera oleada por Mia Farrow, e impulsados más cerca en el tiempo por movimiento MeToo. Vale aclarar que las investigaciones judiciales encontraron al director inocente de las acusaciones. También las pericias de los servicios sociales realizadas en su día pusieron en duda el testimonio de la niña.
En este libro Allen ofrece su versión y lamenta haber tenido que dedicar tanto espacio a la falsa acusación lanzada contra mí, pero esa situación es como agua para el molino del escritor y añade un fascinante aspecto dramático a una vida que de otra manera sería bastante rutinaria”. Y comenta que guarda la esperanza de que los lectores no hayan comprado el libro exclusivamente por esta cuestión que lo acompaña constantemente.
Debido al manto de sospecha que cubre al cineasta, muchas editoriales se han negado a publicar el libro. Publicado en castellano por Alianza, también contiene una especie de decálogo de consejos sobre cine y dirección. Fiel a su estilo de monologuista y a sus vicios del stand up, Allen cuenta anécdotas familiares. Caricaturiza a sus padres, vecinos y a él mismo. Por ejemplo, se explaya sobre cómo zafó del servicio militar, o sobre los problemas de humedad y filtraciones de su departamento de Manhattan. Cuenta cómo su abuelo se fue a la bancarrota con el crash del 29, cómo su padre conoció a su madre en una Nueva York que hoy nos parecía imposible de concebir, donde en Brooklyn había granjas. Confiesa que no ha fumado marihuana y que no tiene interés en conocer lugares como el Taj Mahal, el Gran Cañón, ni la Ciudad Prohibida de Pekín.
Recibió más de un premio Oscar, pero siempre ninguneó esa fiesta del cine. Cuando le dieron el galardón por Annie Hall” no asistió a la recogida de la afamada estatuilla. Dice que tenía un compromiso más importante: tocar el clarinete en un pub de Nueva York junto a su banda. Luego del atentado a las Torres Gemelas la Academia organizó un homenaje. Llamaron a Woody para participar y él se preocupó porque pensó que era para que devolviese los Óscar por Annie Hall”, cosa que le dio pavor porque la casa de empeños -dice- lleva cerrada hace mucho.
Con más de 50 películas filmadas, el director de Brooklyn intenta cerrar su obra con este libro definitivo de su vida.