A diferencia de lo que ocurriese en otros lados del globo, los avatares políticos de la potencia hegemónica tienen connotaciones mundiales. La incertidumbre de los resultados y la probable precariedad del proceso poselectoral de los Estados Unidos dificulta los análisis. El caos propio del reacomodamiento geoestratégico, acompañado por la velocidad de los progresos tecnológicos, induce a las potencias a emprender un camino de fortalecimiento y de aseguramiento de un espacio de influencia o control. En esta dinámica resultan perdidosos el derecho internacional y el ya frágil sistema multilateral de diálogo y consenso, creado a partir de la segunda mitad del siglo pasado y encabezado por EEUU.
Las naciones vulnerables y desprotegidas son las que, en todo caso, llevan las de perder. Los nacionalismos, el autoritarismo populista, y las religiones, son los tres pilares sobre los que se asienta la ofensiva anti globalizante y repugnan al poscapitalismo neoliberal. Sobre esos pilares se apoya Donald Trump.
Allí radica la diferencia esencial entre ambos candidatos. Uno profundizará el camino y la conducta recorrida en los últimos cuatro años, en un proceso de unilateralismo (que no debe confundirse con aislacionismo); el otro tratará de posicionar nuevamente a EEUU en la cabecera de la mesa global. Uno pretende continuar con una política de nacionalismo unilateral, el otro intentará reinstalar a su país como el estandarte del globalismo neoliberal, pero ambos anuncian un fortalecimiento estadounidense.
Esto pareciera ser contradictorio, pero una aproximación a lo que podrían ser políticas instrumentales de fondo permite advertir que en muchos casos coinciden y tienden, por una vía o la otra, al hegemón del mundo. El eslogan de Trump de Hacer América grande nuevamente”, encuentra su correlato con el programa de Biden de Compre americano”.
Trump, si triunfa, seguiría siendo el mismo. Biden debió negociar su plataforma con los demás precandidatos, particularmente con Bernie Sanders; con ellos integró sus equipos de gobierno en todas las áreas, menos en las de política exterior y defensa que se reservó para sí mismo, ámbitos en los que tiene suficiente experiencia y conocimiento. A diferencia de la autonomía natural de Trump, un extraño al poder de la estructura de Washington, Biden, exponente de la élite política, y que se define como demócrata y liberal, debe mantener líneas de concesión con la extrema izquierda de su partido (expresada en los movimientos LGTBQ+, proaborto, Black Lives Matter, Antifa y otros que conforman la vanguardia de la globalización) que a desgano han debido apoyar su candidatura, a pesar de considerarlo peligroso” por su catolicismo y por estar muy al centro.
En todo caso, el conflicto que vive EEUU, al decir del periodista Bob Woodward, se debe a que hace cuatro años Donald Trump le quitó la inocencia a la sociedad estadounidense: este fenómeno se ha trasladado a su política exterior, y en el camino han quedado desde Francis Fukuyama hasta Henry Kissinger. Se creía que China abrazaría el libre mercado y luego el liberalismo, pero eso no ha ocurrido, y el XIX Congreso del Partido Comunista Chino, en 2017, ratificó su ideología, doctrina y práctica comunistas en lo interno y en lo externo.
El mundo espera, y los propios involucrados también, que la tensión entre EEUU y China no caiga en las previsiones de la Trampa de Tucídides -tesis creada por Graham Alisson en 2015- según la cual, cuando una potencia en ascenso desafía a la hegemónica en decadencia, se hace inevitable la guerra. La historia demuestra la falacia de la teoría que ha servido de base para posicionamientos ideológicos y el sostenimiento de la industria de la guerra, pero, preventivamente, nadie escapa a las preparaciones pertinentes.
Tres áreas políticas de gobierno permiten una aproximación a algunos lineamientos que incidirán a nivel mundial, las llamadas tres D: Diplomacia, Defensa y Desarrollo. Pero es interesante abordar el paraguas ideológico que se propone Joe Biden para reinstalar a EEUU en el centro de la escena y comenzar un camino de recuperación de aliados: durante el primer año convocará a gobiernos, partidos políticos y organizaciones no gubernamentales a una Cumbre Mundial Democrática, en un esfuerzo por acordar compromisos de una agenda global democrática y liberal. El formato será similar al de la Cumbre de Seguridad Nuclear organizada por el presidente Obama, de la que se realizaron cuatro sesiones bianuales entre los años 2010 y 2016. La agenda comprenderá: lucha contra la corrupción, defensa contra el autoritarismo, protección de los derechos humanos, transparencia de los mercados financieros y combate a los paraísos fiscales. Se buscará el compromiso de las corporaciones tecnológicas y de los grandes medios de prensa y comunicación para que, protegiendo la libertad de expresión, progresen en la trasmisión de información veraz, el bloqueo de mentiras maliciosas y la promoción de los valores democráticos. Se tratará, en definitiva, de ordenar al mundo liberal tras un objetivo común.
Esta ambiciosa iniciativa toca en su agenda temas que la comunidad internacional aborda en la Organización de las Naciones Unidas y otras organizaciones regionales (como la OEA); indudablemente, los esfuerzos diplomáticos de un eventual gobierno de Biden se orientarán a un marco de alianzas sustanciales por fuera de las estructuras internacionales, al igual que lo hicieron Trump, y el propio Obama, por caminos diferentes.