En lo alto del edificio de Broadway 26, en Nueva York, una llama a querosene brilló hasta 1956, 20 años después de la muerte de su inspirador y casi medio siglo desde que desapareció la firma que le dio el nombre: Standard Oil. Las iniciales SO estaban grabadas en los ascensores que llegaban hasta donde ardía la llama, protegidas por columnas inspiradas en una de las siete maravillas del mundo antiguo. Es que, en el cielo de la bahía del Hudson, John Davison Rockefeller quiso emular a Mausolo, el sátrapa, cuando se creyó en la cima del mundo moderno.
Hijo de Hecatomno de Milasa, Mausolo, gobernó los territorios del antiguo Imperio Persa, en las costas donde el mar Egeo se confunde con el Mediterráneo. Allí donde hoy se levanta la ciudad de Bodrum, en Turquía, hizo florecer un Estado próspero, junto a su hermana y esposa Artemisia.
Fueron dos décadas. Tras la muerte de Mausolo, Artemisia hizo erigir un monumento inigualable: mármol tallado, columnas y figuras caladas por las manos de los mejores artistas de ese tiempo, llegados desde Grecia. Un monumento tan alto como un edificio de 15 pisos, construido cuatro siglos antes de que los romanos condenaran a la cruz a un predicador judío.
El monumento a Mausolo se convirtió en leyenda. Tanto que, a partir de entonces, los monumentos mortuorios llevan el nombre de mausoleos. Sin embargo, su esplendor no sobrevivió a invasiones y guerras. Y dicen las crónicas que en el año 1000 estaba completamente destruido. Incluso que sus columnas y paredes fueron utilizadas por los cruzados para construir un templo cristiano. Los restos de los últimos saqueos se exhiben en el Museo Británico de Londres.
Monopolio
John David Rockefeller era protestante. Hijo de inmigrantes alemanes. Evadió el servicio militar durante la guerra civil norteamericana para invertir en una refinería. Lo que vino después fue el monopolio más grande de la historia del capitalismo: Standard Oil llegó a comerciar el 90 por ciento del petróleo de los Estados Unidos. En su sede, Broadway 26, en la cúpula, Rockefeller hizo construir un mausoleo, siguiendo las imágenes del antiguo monumento que homenajeó a Mausolo. En su interior, la llama, a querosene, recordaba el líquido que le había dado la base al imperio. Con querosene se iluminaron las calles de muchas ciudades de Estados Unidos antes de la electricidad.
El edificio original, inaugurado en 1885, cuando la Standard Oil y el propio Rockefeller se mudaron a la Gran Manzana, se encuentra en Bowling Green. Según sus creadores, su inusual fachada estaba destinada a ser visible para todos los pasajeros que navegaban hacia el puerto de Nueva York, atrayéndolos a la ciudad”, como una especie de señuelo visual, que fue transformándose con reformas en 1921 y en 1928.
Los señuelos de la Standard Oil y de su líder John Davison Rockefeller fueron siempre menos sutiles. Sobre todo, a la hora destruir a la competencia. La competencia es un pecado, por eso procedemos a eliminarla”, es una de las frases que se le atribuyen.
Esa mujer
Fue una mujer la que, a principios del siglo XX, comenzó a velar las prácticas de la Standard Oil. Desde el McClure Magazine pensó en tres entregas. Finalmente fueron 19 notas, que con el tiempo se convirtieron en libro: The history of Standard Oil”. Su autora se llamó Ida Tarbell, había escrito biografías de Napoleón y Abraham Lincoln. Ventilar las tramas de corrupción económica y política alrededor de la empresa de Rockefeller le trajo un reconocimiento masivo, tanto que quedaría en los anales del periodismo como una de las creadoras de un género: el muckraking.
Las implicancias de la investigación de Ida Tarbell llegaron incluso a la Corte Suprema de los Estados Unidos. El fallo de 1911 obligó a la compañía a dividirse en 34 empresas más pequeñas, por incumplir la ley antimonopolios. John Davison Rockefeller fue aún más rico. Las compañías por separado valían más que una sola.
De la antigua Standard Oil nacieron la mayoría de las corporaciones que aún hoy dominan el mercado del petróleo: Exxon Mobil, Conoco Phillips, Chevron, Marathon y Amoco y Sohio, más Atlantic Richfield, estás últimas parte de British Petrol. Paradójicamente, le legarán a la humanidad una especie de Mausoleo de Halicarnaso invisible, pero que, según las previsiones, perdurará cientos de años: el calentamiento global.
Un estudio liderado por el Climate Accountability Institute indica que, a lo largo de la historia, 100 empresas son responsables del 71 por ciento de la emisión carbono a la atmósfera. Y solo 20 emitieron el 35 por ciento: 480.000 millones de toneladas de dióxido de carbono desde 1965. Los primeros lugares de ese ránking pertenecen a empresas que fueron parte de la vieja Standard Oil.
En Broadway 26 el mausoleo sobrevivió un siglo a la Standard. Honor y memorias sátrapas para quien llegó a tener 2 por ciento del PBI de los Estados Unidos. Su legado es universal: el aumento de casi 1 grado y medio de la temperatura global por el uso de combustibles fósiles en solo un siglo. Y miles de especies en vías de extinción. Sin rastros, ni monumentos.