Como si se abriera el angular de una cámara para dejar entrar luz y permitir así una mirada fresca de la realidad, la geógrafa Leslie Kern analiza en «Ciudad feminista» (Ediciones Godot, 2020) los desafíos y las oportunidades que enfrentan las mujeres que viven en las ciudades y llama a abordar lo urbano con preguntas.
«Si bien la mayor parte de la violencia contra las mujeres ocurre en el hogar, sienten más miedo en las calles de la ciudad. Esta brecha afecta y limita las decisiones que tomamos sobre dónde vivir, trabajar o ir a la escuela», reflexiona.
En su libro, Kern retoma lo que la poeta estadounidense Adrienne Rich llamó «la geografía más cercana: el cuerpo y la vida cotidiana» para abordar cuestiones como la teoría feminista, las políticas públicas o el diseño urbano. Un punto de vista biográfico y explícito guía todo el trabajo. Creció en Toronto pero desde hace diez años vive en Sackville, una pequeña población rural al este de Canadá, y desde allí, dialogó con Télam sobre cómo la ciudad mantiene y reproduce gran parte de los roles de género tradicionales.
«¿Qué me permite, mi cuerpo, a mí decir y escribir?», se pregunta la autora, en una clara aceptación de que su posición de intelectual blanca, cisgénero y sin discapacidadades y, además, con portación de doble ciudadanía canadiense-estadounidense, afecta su interpretación sobre cómo es vivir en una ciudad para una mujer.
Kern empezó a escribir su investigación durante el estallido del #MeToo en 2017. La llegada de la pandemia la hizo repensar algunos de esos clivajes y retomó su indagación sobre las instancias de crianza colectiva, el miedo frente al peligro de la vida en la ciudad, el trabajo no remunerado y cierta idealización del hogar como un lugar seguro.
– ¿Por qué eligió el enfoque de la «geografía feminista» para abordar la vida en las ciudades?
– Leslie Kern: La geografía feminista busca comprender cómo los roles, las diferencias y las jerarquías de género moldean y son moldeados por nuestros entornos. Aspira a descifrar cómo el poder está codificado en los espacios que habitamos. Desde mi punto de vista, suma otra dimensión a la comprensión feminista de cómo funciona el sexismo. Fue a partir de mi embarazo que entendí que era fundamental adoptar esta mirada; en realidad, nunca había pensado en las ciudades como representaciones del sexismo hasta ese momento en el que me di cuenta de que había muchas barreras físicas para las mujeres de la ciudad. Tratar de recorrer la ciudad con un cochecito me lo demostró de inmediato.
– Sostiene que no existe una receta para diseñar una «ciudad feminista» y que es necesario retomar y construir a partir de experiencias exitosas. ¿A cuáles se refiere específicamente?
– Me interesan los proyectos grandes y pequeños que intentan incorporar la igualdad de género como uno de sus objetivos. A mayor escala, existen enfoques de este tipo en ciudades como Viena, Estocolmo y Barcelona, donde las decisiones de planificación deben cumplir con los estándares de equidad de género. Pero también existe la organización comunitaria que ejecutan las mujeres en las ciudades, por ejemplo, a través del movimiento Black Lives Matter, los movimientos por los derechos de las trabajadoras sexuales y la organización contra la violencia. También hay una larga historia de desarrollos de vivienda dirigidos por mujeres, como las viviendas cooperativas. Esas deberían ser nuestras fuentes de inspiración.
– En «Ciudad feminista», advierte que una ciudad se construye sobre aspectos materiales e imaginarios. ¿En qué medida aquello que imaginamos o que tememos cambia nuestra experiencia?
– Desde niñas, a las mujeres se nos enseña a temer a los extraños y a los callejones oscuros. Los medios de comunicación y la cultura popular refuerzan este imaginario a través de historias sensacionalistas sobre depredadores y asesinos en serie. Si bien la mayor parte de la violencia contra las mujeres ocurre en el hogar, sentimos más miedo en las calles de la ciudad. Definitivamente esta brecha afecta y limita las decisiones que tomamos sobre dónde vivir, trabajar o ir a la escuela.
– ¿Cómo influyó la pandemia en el miedo con el que lidian las mujeres en la ciudad?
– La pandemia fue democratizadora, el miedo que siempre tuvimos las mujeres en la ciudad ahora lo sienten todos. El virus nos ha hecho a muchos de nosotros muy desconfiados de los demás. Pero espero que en el futuro, como vamos a necesitar encontrar mejores formas de usar los espacios públicos al aire libre porque está probado que son más seguros, podamos también crear espacios donde nadie sienta miedo y todos sean bienvenidos.
– En su investigación sostiene que muchas veces se resalta el miedo de las mujeres y se omite que tan valientes pueden ser. ¿Cómo encarar esa defensa del coraje?
– Para empezar, hay que cambiar el abordaje. Valoremos la experiencia de las mujeres en la ciudad que no estén centradas exclusivamente en el miedo. Y, por otra parte, hay que dimensionar la enorme valentía de aquellas que se animaron a hablar sobre agresiones sexuales, acoso, violencia policial y violencia doméstica. Ellas son, además de sobrevivientes, tremendamente valientes cuando se animan a contar sus historias.
En su libro, Kern analiza con detalle y profundidad todas las estrategias que debe asumir una madre para llevar adelante la crianza y la vida profesional: costos extra en el transporte, dificultades para circular por las calles con los niños o la mirada reprobatoria de los otros. Sin embargo, poco condescendiente, advierte sobre el surgimiento de lo que la socióloga Sharon Hays caracteriza como «maternidad intensiva». «La aceleración de las expectativas acerca de la atención exclusiva y dedicada que debería recibir un niño es un fenómeno sin precedentes. Es una nueva mística de la maternidad, surgida a tiempo para reaccionar contra el aumento de la independencia de las mujeres», analiza.
– La pandemia hizo que las mujeres tuvieran que aislarse y asumir gran parte del trabajo extra en la casa. ¿Cómo se puede abordar esta nueva desigualdad?
– Sin duda, la pandemia puso en agenda la cuestión del trabajo no remunerado y también mal remunerado. Y le recordó a muchos que el hogar no es siempre un espacio seguro, especialmente para las mujeres y los niños. En el futuro, hay que crear políticas e infraestructura física que permitan redistribuir el trabajo de cuidado de manera más amplia y apoya a las mujeres con programas sostenidos de ingresos mínimos para poder afrontar realmente esa desigualdad.