El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata transita su 35 edición sin los encantos que ofrece la ciudad feliz” por las restricciones que impone la pandemia, algo que sin dudas afecta la experiencia cinéfila -que se define por cierta disposición a encontrarse con otros en el disfrute compartido del cine-, pero que a través de la virtualidad abre posibilidades hasta el momento inéditas: por una vez, todos los argentinos con medios de conexión suficientes para soportar ciertas condiciones de reproducción, pueden acceder a las películas que ofrece el encuentro. Cada mañana, a través de la página https://www.mardelplatafilmfest.com/35/es/, se van publicando las películas que estrenan en la jornada y los interesados pueden sacar entradas gratuitas para verlas durante las siguientes 72 horas, aunque los cupos de espectadores son limitados. De esta suerte, tanto un habitante de Ushuaia como otro La Quiaca pudo ver, en los últimos días, la riquísima variedad de propuestas que ofrece un festival donde el cine de autor más prestigiado del mundo convive con películas de directores debutantes, cine social latinoamericano, obras rescatadas del pasado o filmes de género puro y duro como el terror fantástico, entre muchas otras posibilidades.
Por lo pronto, en estos primeros días del encuentro, la producción cordobesa se hizo notar con fuerza gracias al estreno de Un cuerpo estalló en mil pedazos”, de Martín Sappia, Esquirlas”, de Natalia Garayalde, y Homenaje a la obra de Phipil Henry Gosse”, de Pablo Martín Weber. La razón no está ya en la atención que, hace unos diez años, pudo generar en Buenos Aires la proliferación de películas cordobesas sino en la calidad propia de estas obras que, cada una a su modo, muestran la construcción de una mirada singular sobre el mundo y los seres que lo habitan, propia de los directores que las firman. Con el notable ensayo de Sappia sobre la figura casi mitológica de Jorge Bonino ya fuera de cartelera, vale la pena dedicar unas líneas a las películas de Garayalde y Weber, que seguirán por algunas horas más a disposición de sus virtuales espectadores en el sitio web del festival.
Testimonio íntimo de la perversidad política que caracterizó a un tiempo emblemático de Argentina, Esquirlas” constituye una película ineludible para pensar no sólo nuestra historia sino también los modos que puede adoptar la política en el presente, a partir de las diferentes concepciones que se ponen en juego sobre las prioridades y responsabilidades del Estado respecto a la población. Como se sabe, la película versa sobre las explosiones en la Fábrica Militar de Río III, aunque el giro micropolítico que propone, de una potencia inusitada, se encuentra en su punto de vista. Estructurada a partir de los videos caseros que la propia cineasta filmó con apenas 12 años en los trágicos días de noviembre de 1994, cuando aconteció la explosión, el filme ofrece un acercamiento en primera persona a las consecuencias que tuvo en la familia de la directora y en su comunidad, que se extienden como una amenaza atroz sobre el presente. El contraste entre la mirada cándida de la propia Garayalde jugando a registrar el caos colectivo que acontecía en una ciudad en estado de guerra con la indiferencia, la mentira y el cinismo de la clase política y judicial, reflejado en algunos documentos de época, convocan a la indignación y marca los límites que nunca deberían volverse a cruzarse en la historia política argentina. El filme, que es uno de los candidatos en la Competencia Argentina, se podrá ver hasta hoy en el festival.
Tan personal a su modo como el filme de Garayalde, el ensayo de Weber es un cruce lúdico entre las reflexiones del joven director respecto al devenir tecnológico de la especie humana con los postulados del naturalista británico Phipil Henry Gosse, que en pleno siglo XIX intentó conciliar el estudio de los fósiles y el universo de los corales con la mitología cristiana. La perspicacia de Weber consigue tender relaciones sorprendentes entre los conceptos de Gosse (que para explicar la contradicción entre los 6.000 años de historia que postulaba el Génesis para el mundo con los datos de la realidad que ofrecían sus amados fósiles, postuló la posibilidad de que Dios hubiera creado la tierra con un pasado implícito, inexistente) y la materialidad del mundo digital, entre el estudio arqueológico y los archivos tecnológicos como testimonio de nuestra era, en un juego especulativo que se abre a múltiples posibilidades que pueden derivar tanto en una reflexión sobre las falsas realidades creadas por la tecnología digital como sobre la estrategia comunicacional del Estado Islámico, a partir de películas del propio grupo terrorista extraídas de empresas de seguridad norteamericanas. Homenaje a la obra de Phipil Henry Gosse” se presenta en la Competencia Argentina de Cortometrajes y se podrá ver hasta el 29 de noviembre.
Dentro de la Competencia Internacional, por último, hoy será también el último día para ver Las Mil y Una”, de Clarisa Navas, un interesante acercamiento a la vida comunitaria de un barrio precario de Corrientes. Filmada a partir de planos secuencia que siguen obsesivamente a su protagonista Iris, una adolescente amante del básquet que ha dejado la escuela, la película logra sortear el mayor desafío que enfrenta cualquier cineasta que pretenda filmar a una clase social relegada: evita caer en la conmiseración y la lástima tanto como en su reverso complementario, la estigmatización de los otros. Al contrario, Navas logra que la cámara se instale en el barrio de Las Mil Viviendas como un habitante más para seguir el derrotero de un grupo de adolescentes en busca de su propia identidad en un mundo hostil, donde la violencia y la discriminación conviven con los lazos de solidaridad que pueden tejerse entre quienes son considerados diferentes. Con un cariño notable por sus personajes, la directora se centrará paulatinamente en el despertar sexual de Iris (la debutante Sofía Cabrera), quien casi sin darse cuenta se irá enamorando de Renata, una joven algo mayor que ella y de vida diametralmente opuesta, que carga con varios estigmas por su forma de supervivencia lejos de las convenciones morales. En torno a ellas, un conjunto heterogéneo de personajes irá rotando para extender el cuadro a gran parte del barrio, un verdadero microuniverso donde el crimen y las drogas pueden convivir con el amor sincero de una pareja, la amistad desinteresada o el cuidado de los otros.