Mito
Maradona es un mito porque está hecho de relatos que no convergen en un origen ni en un destino. Nadie puede dar con la verdadera historia de Maradona, de la misma forma que nadie puede encontrar la de Prometeo. Lo que sabemos de ellos está disperso en un sinfín de narraciones esparcidas por un sinnúmero de narradores que les han puesto su propio ropaje.
No existe el mito desnudo.
Sin embargo, como es un mito contemporáneo, solemos pensar que los registros fílmicos o fotográficos establecen la versión última y definitiva de lo que fue Maradona y de lo que hizo, pero solo es una ilusión. Las imágenes no hablan por sí mismas y para comprenderlas e interpretarlas las miramos a través de un calidoscopio de cientos de historias que las resignifican y enriquecen, que las recubren y contextualizan. Nadie ve lo mismo cuando mira el gol a los ingleses, porque nadie ha escuchado lo mismo sobre ese gol. Aunque el hecho fue uno, tiende al infinito.
D10s
Maradona es un mito, además, porque los hechos a los que refieren sus historias son asombrosos. Salir de la miseria para debutar en primera división a los 16; hacerle cuatro goles a Gatti, el gran arquero argentino, que lo había llamado gordito”; darle un campeonato a Boca luego de cinco años de sequía (el club deberá esperar 11 años más para obtener otro título), habiendo hecho gatear en el área a Fillol, el otro gran arquero argentino, en un superclásico; llegar al débil y subestimado Napoli, en Italia, y sacarlo campeón, no una sino dos veces, consagrándose, además, goleador de la Liga; liderar la obtención del Mundial 86, con el partido contra Inglaterra incluido y el pase a Burruchaga en la final; liderar el subcampeonato del Mundial 90 con el tobillo al borde de la fractura, a pesar de lo cual pudo darle el pase a Caniggia contra Brasil en cuartos. La carrera futbolística de Maradona está construida a base de batallas memorables, de hazañas irrepetibles, propias de seres extraordinarios o sobrenaturales.
Diego Armando Maradona -DAM- pertenece a esos acontecimientos antes que a cualquier equipo o institución, y, sin embargo, brilló en Boca y en Napoli, clubes a los que se asocia con la bosta y se tilda a sus seguidores de negros. A ambos lados del océano, cuando los hinchas rivales visitan la cancha de cualquiera de esos dos clubes, se tapan la nariz en señal de asco y de rechazo. Allí brilló Maradona, como si el dolor y la humillación le dieran poderes. De esa gente fue ídolo, y por eso le calza como un guante aquello de dios sucio”, acuñado por Galeano.
Un dios sucio y vengativo, podríamos agregar. Fuente inagotable de felicidad para todo el pobrerío postergado que, en la miseria y el desprecio más brutal, puede contar con los dedos de una mano los motivos para reír. Mire si lo van a olvidar.
Fractal
Maradona es un mito, además, porque las historias sobre él contribuyen a explicar aspectos de la realidad de una manera no científica, por fuera de las causas y las estadísticas. En Argentina, los niños aprenden que en el mundo existe la desigualdad cuando se encuentran con las primeras historias de Maradona. Mirá a Maradona” es una sentencia con la que a cualquier extranjero se le puede explicar algo de Argentina: la centralidad del fútbol, la brutalidad de la prensa, el peronismo, el racismo solapado, el caos, la bohemia, la bravuconada, la transgresión, el culto a la amistad, el machismo más arraigado y más rancio.
Sus enemigos, por su parte, lo niegan o lo encierran en un campo de juego, como si una línea de cal pudiera amputar una parte del mito. Pero no existen dos maradonas, sino uno, cuya estructura básica, fragmentada, se repite a diferentes escalas, como un fractal. La misma rebeldía, la misma insolencia pueden verse en su temperamento deportivo y en sus posicionamientos políticos. La misma convicción de que el débil tiene la obligación de enfrentar al fuerte aparece fuera y dentro de la cancha. La misma vehemencia con la que le reclamaba a un árbitro en un partido, se replicaba en sus declaraciones públicas dirigida a los líderes mundiales. Quienes solo lo admiran dentro de la cancha son quienes no soportaban lo que pensaba y decía fuera. Peor aún, no soportaban que pensara y que lo dijese.
La misma sed de diversión que nunca sació en su vida fue el motor de los juegos de piernas a los que sometía a sus adversarios futbolísticos. El mismo desprecio por su salud, que prácticamente lo llevó a la muerte, aparece en el vestuario cuando se clava una aguja en el tobillo con sus propias manos para jugar con Brasil, en el mundial de Italia, ante la mirada atónica del médico que no se animaba a hacerlo. El mismo impulso a romper las normas fuera del campo de juego guió su mano a la pelota en el salto frente a Shilton, bajo aquel sol de mediodía en el Estadio Azteca. Las hazañas de Maradona no fueron a pesar de cómo era, sino debido a cómo era.
Tragedia
Estamos dando los primeros pasos en un universo sin Maradona. Tengo 37 años y, como toda mi generación y las siguientes, cuando llegamos al mundo, Maradona ya estaba allí junto a su mito. Escuchar hablar de él es tan natural para nosotros como escuchar de la lluvia o del vino. Fuente infatigable de acontecimientos que nunca permaneció idéntica. Esperábamos el siguiente estado maradoniano con la misma certeza con que se espera la próxima estación. Siempre acaecía Maradona: que sus homenajes, que su familia, que su salud, que su personalidad, que su humor, que sus hijas reconocidas, que sus hijos por reconocer, que sus excesos, que sus declaraciones, que sus escándalos. Vibró en mil cuerdas, en todos los tamaños, en todas las edades, bajo todas las estéticas, teñido de innumerables colores y en todos los registros. Inabarcable.
Por primera vez, el cambio ha cesado. Ya no habrá más novedades de Maradona.
No sabremos nada nuevo de él. Maradona ya no cambiará ¿Dimensionan lo que es eso? Su mito, sin embargo, crecerá alimentado de miles de imágenes y palabras suyas que han llegado hasta nosotros. Pero la tragedia, la verdadera tragedia, es que ya no tendremos nuevas.