Hace cien años nacía en Buenos Aires Marina Kitroser, a quien conocemos en Córdoba como Marina Waisman.
La arquitecta Waisman constituye, sin lugar a duda, una de las personalidades más importantes en lo que toca al patrimonio histórico y arquitectónico de Córdoba. Egresó de la UNC en 1945 y se desempeñó como docente en las facultades de dicha Casa, también en la Universidad Católica. Si tuviéramos que destacar su participación en la vida académica, no alcanzarían las páginas de esta breve crónica. Por otro lado, creo que muchos arquitectos y arquitectas estarían en mejores condiciones de hablar de una mujer tan relevante en nuestra cultura local (aunque, en verdad, a nivel de divulgación ciudadana, los arquitectos hablan poco de Waisman). Digamos, sí, que entre las numerosas participaciones de las que fue parte, encontramos: la fundación y dirección del Instituto de Historia y Preservación del Patrimonio de la Universidad Católica de Córdoba, entre 1974 y 1997, y el Centro de Formación de Investigadores en Historia y Crítica de la Arquitectura, en la Universidad Nacional de Córdoba, entre 1993 y 1997, año de su fallecimiento. Sus colaboraciones en revistas como Summa” fueron habituales, así como muchos artículos y libros que tienen como centro la arquitectura latinoamericana.
Muchos de sus colaboradores y amigos, como Fredy Guidi, César Naselli, la colombiana Silvia Arango, y Juana Bustamante, entre muchos otros, han contribuido a la divulgación de sus ideas, tanto en el ámbito docente como en publicaciones específicas. Sin embargo, la figura de Marina Waisman, a mi modo de ver, sigue siendo una piedra en el zapato de una ciudad que se desgarra por un desarrollo inmobiliario sin memoria, un criterio espasmódico y voraz que parece moverse con los vientos descomprometidos del mercado.
Releyendo alguno de sus artículos, una persona no especializada, un ciudadano cualquiera puede advertir la complejidad, el juego de fuerzas que se manifiesta en el crecimiento de las ciudades modernas latinoamericanas. Waisman, lejos de establecer un criterio fosilizador y fosilizante, se anima a complejizar el tema. Toma el toro por las astas” y se anima a pensar la ciudad. De ahí que sus escritos sobre la arquitectura latinoamericana abunden en interrogantes, y en urticantes dedos en las llagas.
La ciudad es algo vivo, algo que aparentemente no para de crecer. En la comparación que hace entre las ciudades europeas y las ciudades latinoamericanas, Waisman deja bien clara la diferencia entre descentrar y descentralizar las ciudades. En la ciudad europea el edificio es el elemento creador, mientras que en la ciudad latinoamericana lo es el vacío, dice Waisman en un viejo artículo de los años 90, en la revista Azurra”, del Instituto Italiano de Cultura.
La ciudad latinoamericana, aparte de poseer como elemento creador el vacío (la plaza), es una ciudad sin bordes, sin límites lo que hace que dicha ciudad se manifieste en una constante transformación.
Velocidad y dinamismo
Barrios enteros –dice Waisman- cambian de carácter físico y social en pocos años, (ejemplo: Nueva Córdoba)”. Esta distinción o diferenciación entre ciudad europea y ciudad latinoamericana lleva a la arquitecta a plantear una diferencia entre los conceptos en torno al centro, tan manoseados últimamente: Si descentrar significa desorganizar, descentralizar es un modo de reorganizar. La acción posible de aceptar el estallido urbano e intentar transformarlo en una nueva forma de organización (esto es, la descentralización), es una opción de conducta paralela a la actitud que puede adoptarse frente a la Naturaleza: o se intenta su dominación, se la fuerza a obedecer leyes que le son impuestas, tal como se ha procedido durante los últimos siglos; o se aprovechan sus propias leyes y se obra en armonía con ellas. Se trata, en definitiva, de rediseñar los propios objetivos en armonía con los objetivos” de la Naturaleza. En el caso de la ciudad descentrada, se trataría así mismo de rediseñar los propios objetivos en armonía con las tendencias de la ciudad, las que a su vez están gobernadas por las tendencias del complejo conjunto de factores –sociales, económicos, políticos, tecnológicos, culturales, etc.- que inciden en la vida de la sociedad”.
Las palabras de Marina Waisman tienen más de veinte años y una actualidad luminosa. Hoy, con una Córdoba desgarrada en su naturaleza por los incendios y el cultivo de la soja; un suburbio medieval de countries y barrios cerrados desconectados del todo; una proliferación de centros comerciales que constituyen a su vez islas a-isladas” del tejido urbano; y barrios marginales donde la población no cuenta con los mínimos servicios, en el medio de ellos hoy resuenan las palabras de Marina como un gran desafío para pensar la ciudad. También la provincia.
Desafío que bajo ningún concepto puede estar ausente en las políticas públicas y en los emprendimientos de desarrollo inmobiliario. La naturaleza vorazmente amenazada no puede quedar fuera del futuro. Si tuvimos los incendios que tuvimos, tengamos por seguro que habrá futuras inundaciones. La Tierra es madre y es buena, pero arrasada como está siendo arrasada, no puede obedecer mas a que a las leyes lógicas de la naturaleza.
Se trata de crecer en armonía con la naturaleza y en armonía con la sociedad. Pensar la ciudad, pensar Córdoba, resulta vital. Mujeres como Marina Waisman han pensado y repensado la ciudad y su estructura arquitectónica y patrimonial. Su reflexión nos ayuda a cuestionarnos, a preguntarnos en qué ciudad queremos vivir, qué Córdoba queremos para el futuro.