Eclipse de Google
El lunes por la mañana se dieron dos fenómenos inéditos: un eclipse de sol y la caída de Google. Mientras afuera la luz se enturbiaba y las sombras se enrarecían, adentro las pantallas producían un extrañamiento similar cuando anunciaban que YouTube, Maps, Gmail y Drive estaban fuera de servicio.
No hay certeza acerca de si los eclipses influyen en la conducta humana, pero sí fue evidente que la caída de Google alteró notablemente el comportamiento de una buena porción de la población mundial que, en pandemia, se disponía a comenzar su jornada laboral frente a una computadora. Particularmente, los docentes que a las ocho de la mañana nos disponíamos a tomar exámenes, nos encontramos con que el aula estaba cerrada, también Google Meet estaba caído. Pero los alumnos no esperaban frente a la puerta ni había un funcionario a quien pedirle la llave. No teníamos nada, más que un estallido de mensajes en el teléfono de decenas de colegas de diferentes instituciones haciendo la misma pregunta: ¿Y ahora?
Por suerte, al igual que el eclipse, la caída de Google fue temporal, y en poco más de media hora la histeria fue cediendo poco a poco, a medida que los estudiantes entraban al «aula» y los exámenes comenzaban. Un alivio generalizado recorrió las redes: la maquinaria académica, indistinguible de la maquinaria digital, se había puesto en marcha. Sin embargo, la pregunta quedaba flotando en el aire, bajo el sol recuperado también del eclipse. ¿En qué momento el trabajo se volvió tan dependiente de una única tecnología, de una única empresa?
Un informático con inquietudes
Ese día, a media mañana leía una nota que le hacían a Javier Blanco, «un informático con inquietudes», como suele autodefinirse un poco en broma y un poco en serio. Hace años que Javier, docente e investigador de la FAMAF, se dedica a reflexionar sobre la tecnología desde una perspectiva filosófica, y decía, a propósito de esos 35 minutos de zozobra, que la creciente dependencia de los servicios de Google -para actividades de toda índole en cualquier parte del mundo- se dejó sentir. Más allá de la gran estabilidad de estos sistemas, la ausencia de alternativas y la creciente pérdida de capacidades instaladas en diversas instituciones para manejar los propios datos y comunicaciones, vuelve alarmante cualquier posible falla».
Nada como una buena falla para tomar conciencia del riesgo y las dificultades de una tecnología. Lo útil, en tanto útil, es invisible. La modista no advierte la máquina de coser, ni el jardinero la máquina de cortar el pasto: absorbidos en la tarea, se vuelven uno con la máquina, como un ensamblaje sincronizado, como un híbrido, mitad orgánico, mitad mecánico. Pero cuando la máquina falla la unidad desaparece y se abre un abismo entre la máquina y el cuerpo. De ese abismo emerge la conciencia de la mediación técnica: entre mi trabajo y yo media una máquina.
La falla de Google tuvo ese impacto, aunque ya se había hecho notar con las mil dificultades de conectividad y falta de dispositivos de muchos ciudadanos para poder llevar adelante sus actividades. Pero, además, como advierte Blanco, no solo tomamos conciencia de que nuestro trabajo está mediado por máquinas, sino que además apareció momentáneamente ante nuestros ojos que cada vez más está mediado por una única maquinaria llamada Google. Este sistema de máquinas no es como la máquina de coser o de cortar el pasto. No solo está compuesta de mecanismos y circuitos eléctricos, sino, además de programas, datos y algoritmos que no están en el puesto de trabajo, sino en otro sitio. La máquina se rompe en otro lugar, en otro país, incluso en otro continente, a pesar de lo cual yo no puedo trabajar aquí y ahora. El trabajo es local pero la herramienta, la casi única herramienta, no.
Un riesgo más que un destino
Evgeny Morozov, el teórico ruso, afirma en su libro Capitalismo Big Tech” que el mundo tiende a organizarse alrededor de «un Estado de bienestar paralelo, privatizado y casi invisible en el que muchas de nuestras actividades cotidianas están fuertemente subvencionadas por enormes empresas tecnológicas”. Junto con (y a veces en lugar de) nuestras actividades en el territorio, una buena porción de las empresas y los ciudadanos producimos, trabajamos y convivimos en un universo de alta tecnología virtual con inteligencia artificial, en el que gobiernan estas transnacionales, que garantizan seguridad y ofrecen gratuitamente (salvo los premium) sus servicios. Este incipiente estado de plataformas, compuesto de algoritmos que asisten a los trabajadores/usuarios, se presenta como una tendencia para organizar el mundo del trabajo.
Sin embargo, el monopolio de estas nuevas tecnologías es un riesgo antes que un destino. Más aún, es una contradicción que solo se explica por factores políticos e ideológicos en el que los intereses minoritarios pero poderosos se imponen a los de las grandes mayorías. Al respecto, completa Blanco: «Es en cierto sentido paradójico que la gran versatilidad de las tecnologías de la información y la concomitante posibilidad de trabajo colectivo y abierto que ofrecen se contraponga, en este momento histórico, con la concentración monopólica de servicios digitales básicos. Sería deseable compartir un diagnóstico de la situación a nivel nacional y en la región latinoamericana y coordinar los esfuerzos necesarios para diseñar soluciones alternativas soberanas».
El desafío, entonces, consiste en articular las tecnologías digitales con los intereses populares, para lo cual es imprescindible desacoplar nuestras máquinas de la maquinaria monopólica. La descentralización de las infraestructuras, pero también de los lugares donde se asienta el poder, es una tarea que no puede quedar únicamente en manos de los técnicos, sino que debe ser acompañada por diferentes sectores de la vida pública, de la cultura, del empresariado, de la política.
Hacer otras máquinas sobre las que podamos decidir, o, al menos, que el ámbito de decisiones no nos quede tan lejos, tan ajeno. A diferencia de otras épocas y de otros medios de producción y comunicación, la tecnología digital sienta las bases de su propia desconcentración. Vale destacar que diferentes grupos y movimientos, como el de Software Libre” están trabajando con esa consigna. Pasarán muchos años hasta que podamos ver otro eclipse total de sol desde nuestra región, será en el 2048. Tal vez para entonces, podamos mostrar algunos avances en esa dirección.