Ya no estás solo, estamos todos en naufragar
El habla y su irrupción en la historia de los seres vivos, particularmente de los seres humanos, brindó la posibilidad de decir lo ausente, de traer a la presencia lo que no está, multiplicando las posibilidades de comunicación y los mundos en donde encontrarnos. Hablar del sol con otros cuando es de noche es habitar colectivamente, por un momento, el día. Posteriormente, la escritura abrió la posibilidad de decir en ausencia. El exiliado, a la distancia, puede hacer presentes sus ideas; el muerto, desde el pasado, también.
Hasta hace 150 años, habitábamos un mundo imposible de imaginar para nosotros, en el que solo se podía escuchar música en presencia de los músicos que las ejecutaban. También ese arte, hecho de un material tan efímero, encontró en la escritura la forma de sostener la presencia de los sonidos. En la modernidad europea, antes de un concierto se repartían las partituras en papel casa por casa, para que la gente acuda con las melodías aprendidas. La aparición del fonógrafo permitió que también los sonidos, y no solo su representación gráfica, pudieran ser traídos a la presencia después de apagarse. Los primeros fonógrafos llevaban por nombre paleófonos”, aludiendo a un instrumento que desentierra antiguos sonidos extintos. Desde entonces, primero la radio, deslocalizando la palabra para dispersarla en el aire, en el éter”, como decían los presentadores antiguos, y luego la fotografía, el cine, la televisión, que retuvieron también las imágenes muertas, confluyeron en el siglo XX para crear un lenguaje audiovisual propio, un ecosistema de medios, un entramado de mundos donde lo ausente está presente todo el tiempo, y nos rodea multiplicado al infinito.
Vamos las bandas
La posibilidad de la reproducción técnica abrió una brecha entre dos mundos en los cuales encontrarse con la música y los músicos. Por un lado, ese ecosistema de duplicación artificial que envuelve la rutina del espectador con sonidos e imágenes que han ido variando en el tiempo, desde los discos, videoclips, transmisiones televisivas en vivo, hasta las actuales plataformas digitales. Por el otro, el acontecimiento único e irrepetible del recital, experimentando la cercanía de los cuerpos y todo aquello que no puede ser retenido por los medios, que nunca podrá reproducirse, por más que se hable y se escriba sobre ello, y por más que se reproduzcan millones de imágenes y sonidos.
En nuestro país no hay un artista que haya profundizado esa distinción con mayor énfasis que el Indio Solari. Sus presentaciones constituyen un acontecimiento en sí mismo. No solo se asiste a un recital, sino al encuentro de miles con quienes compartirlo, in situ, sin mediaciones. Lo que allí sucede excede el esquema del espectáculo pago. Las metáforas religiosas de misa” o peregrinación” son justas y atinadas. Los asistentes recorren cientos de kilómetros durante días, a pesar de no tener tickets, ni dinero, solo con el objetivo de llegar allí, a ese lugar puntual, generalmente a las afueras de alguna pequeña ciudad del interior. Por ello, desde hace años, en los recitales del Indio se realiza un ritual particular que todos conocen, y que nadie puede ni quiere evitar. En un momento determinado, alrededor de la segunda canción, una multitud de personas sin tickets se abalanzan sobre las puertas e ingresan gratuitamente, fundiéndose en cuestión de minutos con el resto de la multitud. En la previa, en los campos aledaños, uno puede presenciar el lento proceso social según el cual comienzan a separarse los que se dirigen al predio, entrada en mano, y los que empiezan a agruparse y prepararse para el ingreso triunfal y gratuito. Al principio del recital hay cierta cantidad de gente, al final, ese número se ha multiplicado. Nadie sabe, a ciencia cierta, cuánto.
No voy en trenes
El último recital con cuerpo presente del Indio fue el 11 de marzo de 2017 en la ciudad de Olavarría, en la provincia de Buenos Aires. Se estima que también estuvieron presentes unos 200.000 cuerpos de sus seguidores. Desde entonces, no volvió a cantar en vivo, hasta el 17 abril pasado. Lo hizo en un recital de Los fundamentalistas del aire acondicionado”, la banda que lo acompaña en su etapa solista. La rareza es que, por primera vez, el Indio cantó vía streaming, un formato consolidado en pandemia. Se trata de un enorme sistema de distribución de contenido multimedia a través de internet, o sea, a través una inmensa red global de computadoras y dispositivos digitales, donde uno, en cualquier punto del planeta, puede ver y escuchar en tiempo real lo que sucede en un escenario ubicado en otro punto. A diferencia de las transmisiones televisivas tradicionales, el streaming brinda la posibilidad de tener un registro puntual de cada espectador conectado. Esto le permite cobrar entrada a la plataforma digital que reproduce el show. En el caso del recital de Los fundamentalistas…”, la empresa Ticketek cobraba $ 1.000 para presenciarlo en vivo.
El show fue todo un juego de ausencias y presencias. El escenario físico estuvo situado entre las ruinas de Villa Epecuén, una pequeña ciudad abandonada de la provincia de Buenos Aires, que fue evacuada en 1985, cuando el lago homónimo creció de repente y la sumergió por completo bajo el agua. Las casas abandonadas que rodeaban el escenario estaban llenas de ausencias que, posiblemente, sugirieran la de los fanáticos, quienes, al igual que los antiguos pobladores, ahora estaban dispersos por el país. El cuerpo del Indio tampoco estaba ahí, sino que apareció reproducido en una pantalla montada sobre el escenario, como anticipando, en un degradé, su cada vez más próxima ausencia definitiva.
Lo asombroso es lo que sucedió entonces. La enorme cantidad de usuarios saturó el sistema informático y lo hizo colapsar. Tras demorar más de dos horas, y ante la imposibilidad de encontrar una solución por parte de Ticketek, la banda decidió trasladar la reproducción del recital a una plataforma gratuita, YouTube, donde miles de fanáticos sin tickets ingresaron para mezclarse entre los miles que lo habían pagado. El ritual se llevó a cabo también en esta forma de presencialidad virtual. ¿Qué es lo que sucedió allí? ¿Dónde sucedió eso que sucedió? ¿Qué tipo de nueva presencia se está construyendo entre el formato antiguo del concierto masivo, propio del siglo XX, y las nuevas plataformas digitales del siglo XXI? ¿Qué puente imperceptible se construyó entre la vieja Epecuén en ruinas y la Nueva Roma digital?