Por Analía Martoglio
Especial para HDC
El pasado 3 de junio se cumplieron seis años de la primera marcha Ni Una Menos, el movimiento que dio relevancia a la otra ola que azota nuestra Argentina desde 2015, la ola feminista. Una que cada año golpea con más fuerza y, lamentablemente, también cada año carga con más femicidios y más causas resueltas injustamente por las cuales reclamar.
En 2020, los datos sobre violencia de género mostraron un crecimiento, alimentado por el confinamiento al cual las mujeres y disidencias se vieron obligadas por la pandemia. Sucede que, de acuerdo a las estadísticas, el hogar es el principal espacio de riesgo para una persona en situación de violencia porque es donde ocurren la mayor parte de femicidios y también, porque es allí donde conviven con sus agresores.
La violencia física, sin embargo, es el último eslabón de una cadena de otras violencias que muchas veces pasan desapercibidas en lo cotidiano, pero que nos atraviesan profundamente en nuestras acciones y actitudes. Y aunque la agenda de géneros es muy amplia y diversa, la violencia en todos sus tipos, ocupa un lugar central en ella porque es la que nos sigue poniendo en un lugar de subordinación.
Para desnaturalizar estas agresiones invisibles y seguir poniéndolas en debate, la consultora Zuban Córdoba realizó este año un interesante estudio sobre opinión pública en Argentina. El trabajo sondea a las mujeres y disidencias mayores de 18 años acerca de sus experiencias y percepciones en diversos aspectos. Uno de ellos fue la inseguridad en el espacio público, donde el 75% de las encuestadas manifestó sentirse insegura transitándolo y el 71%, admitió haber modificado sus recorridos habituales en base a esa sensación.
Sin embargo, esta última no es la estrategia de precaución más utilizada, sino que ocupa un segundo lugar con el 22% luego de Ir acompañado, opción que recolectó un 34%. A esta le siguieron avisar a un amigo o familiar con el 15% y modificar horarios con el 13%.
Y aunque el 74% expresó estar de acuerdo con la idea de que el espacio público es igual para hombres y mujeres, claramente y más allá de lo que pensemos, la realidad nos empuja a buscar maneras de protegernos ante la amenaza que la calle representa para las feminidades y las disidencias.
Romina Del Tredici, politóloga y becaria doctoral del Conicet, relaciona este aspecto de la investigación con el urbanismo feminista, una rama del urbanismo que busca llamar la atención sobre el tipo de sujeto que se tiene en mente cuando se diseñan las ciudades y los espacios públicos que hay dentro de ellas. Lo que marca esta corriente es que las ciudades fueron y son diseñadas para un sujeto universal que resultó en la práctica ser un hombre blanco, de mediana edad, con un trabajo formal, heterosexual, cisgénero, flaco y sin discapacidades. Algo bastante específico”, señala la especialista.
Según Del Tredici esto provoca que la mayoría de las personas y sus necesidades no sean contempladas a la hora de diseñar los espacios, y genera que estos grupos desaventajados se retiren de la vida pública de la ciudad (saliendo menos de sus casas, por ejemplo) o que adopten estrategias como las mencionadas antes para lograr igualar el uso del espacio que hace ese sujeto universal.
Esto, por cierto, no es gratuito y de acuerdo a la profesional, implica una inversión de recursos como tiempo y dinero lo que, en definitiva, genera injusticias y desigualdades.
Otro punto fundamental en el que se profundizó en esta investigación fue sobre los estereotipos culturales de género. Estos se encuentran arraigados en el inconsciente colectivo de la sociedad condicionando nuestra lectura del mundo y, sobre todo, el rol que creemos que deben/pueden ocupar hombres y mujeres.
Los resultados arrojados por la encuesta en este aspecto fueron interesantes: a las encuestadas se les consultó, por un lado, que género preferían para hacerse responsables de distintas situaciones. Las opciones contemplaban hombre, mujer o ambos indistinto y si bien la mayor parte de los porcentajes se centraban en esta última opción, resulta llamativo centrarnos en las diferencias de porcentaje que se presentan entre las dos primeras opciones.
Así, las mujeres son las elegidas ante el manejo de una crisis sanitaria o de una económica y también para ser presidentas de una empresa, pero al hablar de operar a un paciente de alta complejidad, las mujeres pierden esta preferencia. Lo mismo ocurre si la crisis a manejar pasa a ser una militar o si el desafío es pilotear un avión.
Por otro lado, se consultó acerca de atributos y cualidades, y cómo éstas se relacionaban naturalmente a hombres o mujeres. Nuevamente las opciones ofrecidas fueron las antes mencionadas y la de mayor porcentaje volvió a ser ambos indistinto, aunque con una sola excepción: la sensibilidad, dónde la mujer arrasó con el 65%.
Si volvemos a centrarnos en las opciones hombre y mujer en el resto de atributos consultados, la mayor diferencia entre ambas opciones fue relevada en el caso de: Protector con una diferencia 31.9 puntos y Saber escuchar o ser empático 28,1 puntos de diferencia. Le sigue Responsable y Capacidad de resolución de conflictos con distancias de 26,8 y 25,2 puntos respectivamente.
En todos los casos anteriores, la preferida fue la mujer. El único atributo en el que los hombres fueron los más elegidos luego del ambos indistinto, fue en Seguridad con una diferencia de 24,1 puntos.
Desde la Psiquiatría y la Psicología Médica, la Dra. Silvia Bentolila analizó los resultados de la encuesta asociándolos con la mayor propensión de las mujeres a sufrir depresión: Es notable que la inmensa mayoría de la bibliografía y de fuentes reconocidas internacionalmente, señala que las mujeres son aproximadamente dos veces más propensas que los hombres a sufrir depresión, especialmente en la franja etaria que va desde los 16 a los 65 años”.
Pero lo que sorprende a la especialista es que se atribuyan a factores biológicos-hormonales y a una mayor sensibilidad esa diferencia. Hasta se ha llegado a hablar del factor protector de la testosterona.
¿Si al menos una de cada tres mujeres en el mundo padece violencia, lo que desencadena una respuesta neurofisiológica de estrés sostenido con el impacto que conlleva en la salud, no será este factor uno de los determinantes de esa enorme diferencia?”
Así, señala que hay múltiples estudios epidemiológicos que determinan a los antecedentes de experiencias traumáticas asociados a los padecimientos o trastornos psíquicos.
Quizás de la misma manera que hoy es más fácil asociar a una mujer conduciendo una crisis sanitaria que pilotando un avión, la cultura patriarcal en la que estamos inmersos subrepticiamente sigue señalando a la sensibilidad como un signo de debilidad y propensión a la enfermedad mental y por ende, de inferioridad. Esto impone una revisión desde una ciencia que incluya la mirada de género.”
Por último, el tercer eje en el que indaga el relevamiento es la brecha salarial y laboral. Ante la pregunta sobre quién tendría actualmente las mayores perspectivas de lograr un puesto de trabajo, las encuestadas respondieron casi en igual porcentaje los dos por igual y un varón, con un 44% y 43% respectivamente, mientras que las mujeres sólo lograron un 9,3%.
Ya incluyendo el factor pandémico en la ecuación, se consultó acerca de los efectos que este fenómeno provocó en el mundo laboral y cómo afectó a mujeres y hombres en diferentes situaciones. Las opciones a elegir contemplaban estar igual, mejor o peor que los varones.
De esta manera, encontramos que respecto a la posibilidad de acceso a puestos de responsabilidad, compaginar vida laboral y familiar, acceder a un trabajo registrado, mantener estabilidad en el puesto de trabajo y de acceder a lugares de poder político, las encuestadas consideraron en similares porcentajes que las mujeres se encuentran en una situación igual o peor que los varones.
En el único caso que se consideraron en mejores condiciones que los hombres es en las licencias por maternidad / paternidad, con un porcentaje de 44,7%.
Ya en el caso de los salarios, las oportunidades de encontrar un empleo y de ascenso en el trabajo, los porcentajes se mostraron claramente inclinados a la opción peor que los varones con porcentajes de 57%, 53% y 49% respectivamente.
La brecha salarial de género constituye una más de las violencias que sufrimos las mujeres, y no hay solo diferencias en el salario recibido por igual trabajo, sino que también continúa existiendo una división de tareas en el ámbito laboral que responde a estereotipos de género.
A eso se suma que las actividades que mayormente realizamos las mujeres son las que responden a los salarios más bajos, o a trabajos más precarizados. Además, la puesta en tensión de nuestra idoneidad es una constante, así como la exigencia de mayores requisitos de los que se solicitan a los varones.
Todas estas realidades se ven reflejadas en los resultados de la encuesta que arrojan la mayoría del porcentaje concentrado en las opciones: igual que los varones y peor que los varones. La única diferencia es en el caso de las licencias por maternidad que, sin embargo, son la contracara de la división sexual del trabajo, ya que este beneficio” surge de la creencia arraigada de que es la mujer la que principalmente debe ocuparse de las tareas de cuidado.
No conseguiremos la igualdad real de derechos hasta que no erradiquemos la violencia en todos sus tipos, porque si vamos a aspirar a un mundo mejor debemos hacerlo en grande. Nos atrevamos a las utopías y no nos quedemos con lo mínimo que se puede desear. Aspiremos a un mundo y una sociedad en la cual, cuando a una mujer se le pregunte si se siente insegura en la calle, nunca más vuelva a contestar que sí.