Desde hace unos años la globalización entró en crisis. Algunos países que iban disminuyendo o perdiendo protagonismo, comenzaron a resistir y cerrar sus fronteras a bienes y capitales de los países ascendentes (China), como antes casi todos lo habían hecho con las personas inmigrantes. Todos los países dominantes han cerrado de diversas formas sus fronteras, aún en plena globalización, que solo alcanzó plenitud en lo financiero. Eso se ha generalizado y hoy tenemos guerras (no bélicas, aun) en todos los ámbitos, en una confrontación de todos contra todos, aun los que antes eran aliados.
La pandemia, las cuarentenas, la caída del PBI mundial y el miedo han acelerado a límites casi instantáneos la reconfiguración del mapa mundial de poder. Nada de lo que haga un país central o periférico está exento de influir o ser influido por esa situación.
La fragmentación en bloques, con sub bloques internos y diferencias entre países de ellos, en diversos ámbitos (comerciales, políticos, tecnológicos, monetarios, militares, raciales, por nivel socioeconómicos, religiosos, etc.) parece inevitable e irreversible. Será imprescindible un alto grado de racionalidad y tolerancia para que la situación no derive en conflictos graves, en donde las armas y las intervenciones se generalicen.
Como mencionaba en mi nota anterior sobre las criptomonedas, la batalla mayor no será nuclear; tampoco parece que las guerras comerciales sean aquellas que más afecten ese contexto, habida cuenta de su ineficacia y la dificultad de reemplazar las cadenas de suministro globales establecidas durante más de tres décadas, aunque la guerra tecnológica parece haber comenzado, amenazando la compatibilidad entre ellas: parece que será la guerra de monedas, por alcanzar el liderazgo que permita controlar el comercio, los sistemas de pagos internacionales y la acumulación de valores de reserva.
Allí es necesario recordar la incorporación, en 2016, del remimbi (yuan) chino al Acuerdo de Basilea, igualándolo al dólar, el euro, la libra inglesa, el franco suizo y el yen, que pueden ser computados como monedas de reserva en los bancos centrales. Es que, desde que la libra esterlina inglesa era la moneda líder en el siglo XIX, o cuando el dólar la reemplazó totalmente en la posguerra, se sabe que el país cuya moneda asuma ese rol, liderará el mundo. Por ello son importantes los pronósticos que calculan que en 15 años el dólar perderá esa condición de líder, habida cuenta del mayor interés en otras monedas, la enorme emisión de la Reserva Federal estadounidense y las tendencias inflacionarias resultantes. A pesar de que su principal adversario, el remimbi chino, ha optado por mantener baja su cotización, para mantener la competitividad de sus exportaciones –y mantener bajas sus importaciones- y el crecimiento interno, por lo que aún no compite con el dólar, como lo hace en lo comercial.
En ese ámbito, las criptomonedas que no dependen de bancos centrales y sus sistemas financieros procuran intervenir desde el llano, las de los bancos procuran sostener el actual sistema actual, y las de países o bloques (China, UE) mantener la fiscalidad en los flujos financieros.
En lo comercial, es creciente el uso de otras monedas, por acuerdos directos en las transacciones de los principales mercados (como el del petróleo) que es la principal razón por la que EEUU invadió Irak, alegando razones que hoy se reconocen como falsas. Mientras tanto, Rusia se desprende de los dólares de sus reservas, y China es el segundo mayor acreedor de bonos del tesoro de EEUU (US$ 1,1 miles de billones), luego de Japón (US$ 1,24 miles de billones).
Así, EEUU suma US$ 28,1 miles de billones, unos US$ 84.600 por habitante, lo que le obliga a emitir más y más dólares para pagar los intereses, en un mercado internacional que cada vez demanda menos bonos –del 35% en 2014, al 25% actual-, por lo que los bancos estadounidenses y fondos de pensiones compran cada vez más, en una burbuja que sigue creciendo, caminando hacia una explosión que parece inevitable.
Por ello, todavía son solo buenas intenciones las declaraciones del G7 respecto de disputarle a China y su proyecto del Nuevo Camino de la Seda”, que fueron abandonados a su suerte por esos países, como África y América latina, en el apoyo al desarrollo e infraestructura, siguiendo el modelo de endeudamiento de las décadas anteriores. Habrá que ser muy cautelosos, geopolítica y financieramente, para no retomar el sendero del endeudamiento. Nuestro país se debate entre un largo plazo en el que sus deudas podrían licuarse por la devaluación del dólar -luego de la renegociación en curso con el FMI-, y un corto plazo complicado por la escasez de dólares, sin acceso al crédito internacional para financiar el crecimiento, que le exige restringir su uso y administrarlos según sus prioridades. Algunas de cortísimo plazo, en virtud de las próximas elecciones.