Túnez fue el país donde comenzó lo que inmediatamente después se denominaría, especialmente por los medios occidentales, como Primavera Árabe”, allá por el año 2010. Se trató, en aquel momento, de revueltas populares sin precedentes históricos en Medio Oriente y el Norte de África. Tras las primeras protestas en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid, la chispa se extendió rápidamente hacia Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria. En Túnez había gobernado por 24 años y sin elecciones libres Zine El Abidine Ben Alí. Tras su derrocamiento en 2011, el país comenzó una normalización” institucional que aún no termina.
La semana pasada, el presidente, Kais Saied, haciendo uso del artículo 80 de la Constitución tunecina, anunció que le pedía la renuncia al primer ministro. Ya que el Poder Legislativo del país no puede ser disuelto”, el mandatario decidió congelarlo” por 30 días, y eliminar la inmunidad de sus miembros para evitar ser juzgados. Esto profundizó la crisis política más grande del país desde el final de la dictadura de Ben Ali.
El escenario que atraviesa Túnez genera malestar en sus vecinos. Tanto Libia como Egipto permanecen con inestabilidad política, mientras que Argelia también cuenta con un alto descontento popular respecto de su clase política. Las autoridades egipcias rápidamente salieron a apoyar a Saied, destacando su habilidad y sabiduría”. Por otro lado, EEUU habla de interrupción institucional, e insta al gobierno a retornar a la senda democrática”. Saied, que tiene 63 años, afirma que de ninguna manera va a comenzar, a esta edad, una carrera como dictador”. De acuerdo con el presidente, el principal grupo que se encuentra detrás de las protestas en su contra es la Hermandad Musulmana. El rol del movimiento, fundado en Egipto en 1928, no es menor.
Rached Ghannouchi, líder de la oposición en Túnez -Ennahdha- es también el jefe de la rama tunecina de la Hermandad. Ghannouchi estuvo al frente de un intento golpista en 1987. Los hermanos” son una comunidad política que creen que el islam no pertenece solo a la esfera religiosa, sino que también debe tener un papel fundamental en la vida pública y política de sus países. Abogan por terminar con la laicidad, y poner a los preceptos dictados por el Corán en la centralidad de la esfera política. Aunque sus más críticos aseguran que se trata de una organización terrorista, la Hermandad Musulmana rechaza (al menos públicamente) la violencia para alcanzar sus fines políticos: reemplazar las instituciones seculares del país por otras en las que los vínculos entre la religión y el poder público sean indisolubles. Estados como Egipto, Emiratos Árabes y Arabia Saudita, consideran a la Hermandad como un grupo terrorista.
Lo cierto es que las cifras económicas de Túnez distan mucho de ser las ideales. Por un lado, el desempleo juvenil alcanza el 40,8%, mientras que el PBI se desplomó cerca de 9% el año pasado. A su vez, el manejo de la crisis sanitaria tampoco es bueno: de 11,6 millones de habitantes, el país registra cerca de 600.000 contagios y 20.000 muertes a causa de la pandemia, de acuerdo con la Universidad John Hopkins. Estas son, en parte, las causas que explican las protestas ciudadanas de los días previos a la destitución del primer ministro y al congelamiento” del Parlamento por parte del presidente.
La situación de sus vecinos tampoco es mejor. Libia se encamina a las primeras elecciones de su historia, el próximo diciembre: intenta superar una tan cruenta como prolongada guerra civil, de más de 10 años. Mientras que Egipto y Angola continúan sumidos en una profunda crisis económica y social, agravada por la pandemia y la falta de ingreso de divisas a causa de la merma del turismo internacional.
El 17 de diciembre de 2010, todo comenzó tras la inmolación en diciembre de un ciudadano tunecino. Mohamed Bouazzi, un joven vendedor ambulante que había protestado por la confiscación de su puesto de frutas, lo hizo para repudiar la humillación que había recibido por parte de los oficiales municipales. Inmediatamente los ciudadanos se sumaron a las manifestaciones y ya fue imposible parar. Muchas veces, los grandes acontecimientos de la historia se desencadenan a partir de seres anónimos.
Este tipo de hechos terminan sirviendo de catalizadores para que una serie latente de reclamos estallen. Ese es un temor de los actuales mandatarios de la región: los países árabes que estallaron en 2010-2012 han visto su calidad de vida empeorar desde entonces. De la misma manera que los cambios de régimen no fueron exactamente positivos para ellos. Para muchos, la Primavera Árabe” se pareció más bien a un invierno. Pero los ciudadanos tanto de Túnez como de sus vecinos no parecen dispuestos a que esto permanezca así mucho tiempo más.