Talleres y River
A menudo recordamos secuencias de películas exitosas, por algún correlato que se establece en hechos delictivos reales que suceden en nuestra ciudad. En el año 2010, «El secreto de sus ojos» de Campanella ganó el Oscar a la mejor película extranjera, no sólo por el lucimiento de sus protagonistas sino también por la historia impactante que contaba. Una violación con un posterior asesinato, y la enjundia de un empleado judicial y del viudo que logran encontrar y detener al depravado en un partido que jugaba Racing. El criminal, Isidoro Gómez, se escondía de casi todo menos de su pasión.
Hace un par de semanas, en la Cámara Tercera del Crimen, fueron condenados siete de los ocho acusados de robar a un repartidor de garrafas en barrio Cooperativa Güemes, en el sur de la ciudad. El hecho se hizo conocido porque una vecina lo filmó, y ese video se viralizó en pocas horas.
En la filmación se podía ver claramente al líder de los delincuentes, Diego Llanes, arma en mano encabezando un robo «piraña» y al trabajador, Matías Ochoa, defendiéndose como podía. En esos minutos en los que todo podía suceder, el garrafero logró arrebatarle el revolver al exaltado y lo terminó hiriendo en una pierna.
A la hora de buscar e identificar a los ladrones, un dato llamó rápidamente la atención de los investigadores. El cabecilla de la banda vestía una camiseta de River Plate. Cuando comenzaron a indagar entre los testigos, alguien sopló que Llanes también era fanático de la ‘T’ de barrio Jardín. Efectivamente, cuando lo fueron a detener a su casa, se encontraron con el tanque del agua pintado con los colores del ‘Matador’.
Salvando las distancias, en el tiempo y en los hechos, Isidoro Gómez y Diego Llanes fueron descubiertos por culpa de una pasión invencible; uno a Racing y el otro a Talleres y River.
Un monstruo
El suicidio de Sathya Aldana, de 19 años, ocurrido el 19 de enero del año pasado en Villa Urquiza, es un grito desesperado imposible de callar. Es la misma joven que tres años antes había denunciado a su padre biológico de someterla a los peores abusos sexuales desde los 8 a los 14 años.
Todo fue una larguísima pesadilla de la que Sathya dio cuenta en su muro de la red social Facebook. Sufría una depresión devastadora que no le permitía otra cosa que publicar algo, de tanto en tanto, sobre su inmenso dolor. Sólo un mes antes del final escribió: «Tenía 8 años cuando mi papá empezó a abusar de mí… Me tocaba, me obligaba a tocarlo para que fuera cariñosa. Me hacía sexo oral, entre manoseos… ¿Duele leerlo? ¿Te da bronca, asco, repulsión tal vez? Peor es vivirlo. Pasé por las autolesiones, intento de suicidio, ataques de pánico, me diagnosticaron depresión…»
Después de la tragedia, finalmente Walter Manuel Insaurralde fue imputado por abuso sexual con acceso carnal agravado por el vínculo y será juzgado a partir del próximo 5 de mayo en la Cámara Tercera del Crimen. Increíblemente, este abusador permaneció libre hasta ayer a la tarde, cuando fue apresado y en esa condición se sentará en el banquillo de los acusados.
La prueba pareciera ser lapidaria, por los testimonios de quienes conocían lo que sucedía, pero fundamentalmente por los registros que la propia víctima pudo dejar sobre su interminable calvario. Nada podrá reparar tanto daño. En la crónica judicial diremos que Insaurralde se pasará varios años preso en Bouwer… que «mató» a su propia hija… que es un monstruo.