“¿Qué va a pasar?” es la pregunta que nos hacemos constantemente todos los argentinos en reiteradas oportunidades, y esta vez no es la excepción. Lo que tampoco es la excepción, lamentablemente, es la falta de respuestas a semejante interrogante.
Semanas antes de la contienda electoral del domingo pasado, muchos analistas nos encontrábamos analizando la posible distribución de poder que derivaría de cualquiera de los posibles escenarios, y cómo ello podría afectar las diversas variables económicas en adelante. Con el triunfo de la oposición, pero la recuperación de 5 puntos del oficialismo en provincia de Buenos Aires (el principal distrito electoral para el core del peronismo), el resultado obtenido nos deja, quizás, en el peor de los escenarios en materia de definiciones.
La polarización entre los diferentes escenarios que podrían derivarse de un kircherismo debilitado, corriéndose de la coalición y dejando al oficialismo sin fuerza política, versus un oficialismo sumamente radicalizado (con la vicepresidencia tomando el rol de liderazgo) nos permitía presumir, sean buenas o malas, las posibles medidas económicas a esperar en consecuencia. Sin embargo, si bien los resultados de la elección dejan al oficialismo indefectiblemente más debilitado en el poder legislativo, la configuración actual de poderes en la interna del gobierno nos dificulta la tarea de definir las posibles políticas, el timing de su implementación (aspecto no menor) y la evolución esperable de las principales variables económicas a partir de ahora. Lo peor que podríamos esperarnos es que las condiciones actuales se mantengan inalteradas y los desequilibrios se posterguen, así como su resolución, generando nada más y nada menos que un agravamiento de sus consecuencias para más adelante.
Pronosticar qué es lo que va a pasar a partir de ahora puede sonar a “futurismo” en el medio de tanta incertidumbre que aún permanece latente pese a haberse conocido finalmente el resultado de uno de los eventos que terminó siendo de los más relevantes para este año. Sin embargo, existen algunos puntos que fueron destino de múltiples opiniones durante los últimos días y, entre tales opiniones, pretendo compartirles algunas ideas sobre la mía. A esta altura existen algunas certezas entre tantas irresoluciones y algunas cuestiones que incluso resultarán inevitables (y quizás poco agradables) en los próximos meses; es precisamente sobre tres de ellas que pretendo argumentar mi parecer.
– El acuerdo con el FMI es inevitable; el problema es el timing.
Poco se sabe de los avances en la negociación con el Fondo Monetario Internacional, y aunque existan algunas posturas que le quiten protagonismo a la relevancia del acuerdo a la hora de definir un plan económico hacia adelante (y tengan sus ciertas razones para hacerlo), este será el tema que definitivamente liderará los análisis y las tensiones de cara a los próximos meses. Ciertamente, llegar a un acuerdo implica, tarde o temprano, esos ajustes que ningún gobierno está dispuesto a asumir y es precisamente por eso que la negociación está tomando su tiempo.
En esencia, su relevancia viene dada por la esperanza de que dicho acuerdo con el FMI dé lugar a un plan económico que hace dos años venimos esperando; de hecho, una fiel prueba de lo anterior es la promesa del oficialismo de enviar un plan al Congreso en las próximas semanas que refleje de mejor manera los avances alcanzados en la negociación con el Fondo.
El quid de la cuestión, sin embargo, está en el timing de su implementación, principalmente por dos motivos. Por un lado, estando gran parte de las expectativas ancladas en torno al programa económico que se derive de tal, el gobierno tiene en sus manos el manejo del tiempo en el cual efectuaría los anuncios, buscando calmar algunas tensiones y especulando en cierto grado con la mejora en la percepción de riesgo del país. Si suponemos que la conducción del asunto sea acertada y se logre un manejo de las expectativas que favorezca a los tiempos del gobierno, quizás le otorga al oficialismo la posibilidad de llegar a la cosecha de marzo de 2022 sin sobresaltos y, principalmente, sin desactivar (y pagar el costo por desactivar) ninguno de los desequilibrios que acumulamos hasta ahora.
Por otro lado, y no menos importante, el gobierno enfrenta la cuenta regresiva del reloj en su contra. La estructura de pagos que el Tesoro debe enfrentar en los próximos meses es un detonante para la escasa posición de reservas netas. Mientras antes se logre un acuerdo, menos serán los desembolsos a efectuar y mayor será la disponibilidad de dólares para que el ajuste de las variables cambiarias sea menos abrupto. El trade off, a simple vista, resulta claro pero igual de complicado.
– Ajuste cambiario inminente, pero no necesariamente urgente.
No podemos hablar del plano cambiario sin mencionar, por un lado, los niveles insostenibles de brecha cambiaria y, por otro lado, las tensiones acumuladas en los múltiples mercados en los que se interviene. Si tenemos en cuenta que el Central amplió su posición de futuros de Rofex incluso hacia muy cerca del límite, que se viene agotando durante estos últimos meses una buena parte de las reservas en pos de controlar el ritmo de devaluación en el mercado oficial de cambios y que el balance del BCRA se debilita continuamente con las intervenciones en el mercado de bonos para controlar los dólares financieros, sabemos que tarde o temprano llegará un ajuste en este frente.
En el caso del dólar MEP, las novedades vinieron más temprano que tarde. A partir de esta semana se dieron a conocer nuevas regulaciones por parte de CNV, y el Banco Central dejó derrochar reservas para mantener un tipo de cambio MEP más bajo, tal como lo hizo previo a las elecciones. El resultado de esto fue que la brecha entre el tipo de cambio intervenido (AL30), que cotizaba en promedio unos $20 por debajo del no intervenido (GD30), se eliminó, convalidando un tipo de cambio de $200 y una brecha cambiaria real en torno al 100%. Al parecer, la premisa que fue mantenerlo contenido hasta las elecciones perdió sentido pasadas las mismas y los ajustes no tardaron en llegar.
En el caso del dólar oficial, por su parte, los desequilibrios acumulados son más abultados pero eso no implica que el ajuste deba ser inmediato. El consenso del mercado especula con un aumento en el ritmo de la devaluación más que con un salto discreto por varios motivos; entre ellos, el costo político que implicaría esta última medida, la falta de confianza actual que no propicia el mejor contexto para un salto de este tipo, el traslado de la suba a precios, etc. Sin embargo, como todos sabemos, en Argentina no podemos asignar probabilidad cero a ningún escenario, aspecto que motivó la cobertura cambiaria en las carteras de inversión durante las semanas previas a las elecciones de medio término.
Nuevamente, y sin perjuicio de lo anterior, el punto clave está en el timing en el que se llevaría a cabo el ajuste cambiario tan necesario. Podemos asumir que a esta altura el gobierno tiene dos opciones: puede ir ganando algo de tiempo haciendo subir paulatinamente el tipo de cambio mientras continúa negociando con el Fondo y, sobre todo, mientras espera los dólares frescos que llegarían a fines del primer trimestre de 2021, o bien, puede encasillar todos los ajustes en el marco del acuerdo con el FMI y derivar con su narrativa la culpa de los hechos al préstamo contraído con este organismo. No obstante, ésta permanece como una de las variables más inciertas, cuyo (buen o mal) manejo impacta de forma directa en la actividad productiva de las empresas y obliga a los ahorristas a mantener parte de sus carteras con este tipo de cobertura.
– La inflación va a ser la variable más desafiante para el gobierno el año que viene.
Mientras que los dos ítems anteriores están sujetos a la decisión discrecional del gobierno, sobre la inflación (lamentablemente) las cartas ya están jugadas. Como veníamos adelantando, esto se debe principalmente a que la emisión monetaria destinada a financiar al Tesoro que tuvo lugar estos últimos meses tendrá sus efectos luego de un lag de 8 a 12 meses y, es precisamente entre el segundo y el tercer trimestre del año que viene cuando la inflación nos pasará factura de todos los desbalances monetarios acumulados hasta ahora.
Un claro reflejo de ello son los elevados registros de inflación que venimos arrastrando en el año en curso producto de la espeluznante emisión del 2020 en el marco de la pandemia. Parece que el discurso de “la emisión no genera inflación” solo regiría en el corto plazo, porque los costos se están pagando luego de varios meses y hoy somos testigos de esa realidad, aun con semejantes controles en todos los frentes que mantienen una buena parte de la inflación “por debajo de la alfombra”.
Si ponemos en perspectiva que la suba en los precios regulados es considerablemente inferior al movimiento de la inflación general, que las tarifas continúan atrasadas, que existen múltiples controles de precios, que el tipo de cambio viene evolucionando por debajo del nivel de precios (utilizándose como ancla antinflacionaria durante todo el año) y aun así la inflación mensual es inflexible a la baja, debería darnos la pauta que la inercia inflacionaria es apenas el piso de los registros que veremos a partir de 2022. En la medida que estos desajustes se comiencen a neutralizar (quizás en el marco de un acuerdo con el FMI) y la inflación contenida se libere, los efectos en los precios serán aún más fuertes. Con lo anterior, hay algo que es seguro y es que la inflación será la variable más desafiante para el gobierno de cara al año que viene y eso nos obliga, como inversores, a cubrirnos y proteger el poder adquisitivo de nuestro dinero frente a esta variable.
Hace unos meses, las pocas luces que nos alumbraban el panorama a futuro no llegaban más allá que el domingo pasado. Hoy, la imagen hacia adelante tampoco está tan clara y las pocas certezas que podemos encontrar entre tanta incertidumbre vienen aparejadas a malas noticias. Puede parecer ilusorio pensar que un acuerdo con el Fondo cambie la situación actual pero sí existen expectativas en que otorgue cierto grado de luz sobre el plan económico a esperar hacia adelante y permita ajustar expectativas, no solo a los inversores y ahorristas, sino también a las empresas, los ciudadanos y la sociedad en general. Argentina enfrenta importantes desafíos, no sólo en el corto plazo para el oficialismo, sino también a la oposición con el lugar inédito que ahora se le dio. Las grandes oportunidades llegarán, pero por lo pronto, quizás todavía no es el momento de tomar grandes riesgos frente a tantas definiciones por delante, pero sí sigue siendo estratégico el cubrirnos ante las variables más relevantes.