Ahí andan las palabras caminando por la Ciudad. Córdoba amanece otoñal, con precisión climática cronometrada: hoy es 23 de marzo, cuando termine de escribir esta nota quizás sea veintitanto más, pero el 21 de marzo, exactamente, como quien espera con medida ansiedad una cita importante, la temperatura descenderá a sus grados más agradables.
Es 21 de marzo, decía. Jueves. Y dentro del Cabildo escucho, ya abrigado con una camperita negra que sostuve en mi brazo casi todo el día, las tonalidades variantes de la voz de Camila Sosa Villada. Que ahora se lee a sí misma: “Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta”. Lo anoto en mi autogrupo de Whatsapp, ese eficaz cuaderno de notas portátil. Lo que lee Camila me dejará estremecido un largo rato, hasta el otro día incluso, cuando ya en clases, siga recordando a una de “Las Malas”, levitando en el aire mientras sostiene a un bebé y le canta una canción de cuna. “Nadie sabe lo que es el amor si una trans no le ha cantado alguna vez una canción de cuna”.
A la salida del Cabildo cruzaré una mirada fugaz, de temerosa sorpresa, con alguien. Que no viene al caso. Ambos bajaremos la mirada. La prolija belleza de las canciones de Rayos Láser, nos ayudará a todos a estar un poco mejor esa noche. Que es jueves.
No como hoy que es sábado 23. El día anterior a ese hito que año a año hace reverdecer la esperanza en este suelo. Hoy todavía no vi la grilla del Festival de la Palabra. Porque lo que también es un festival es el cierre de listas para las elecciones provinciales del 12 de Mayo. Muchas personas renegarán de ese micromundo de negociaciones febriles, pero es un folklore que deja largas telas para cortar en las juntadas previas y posteriores de toda la comunidad. Un espectáculo contra el que se despotrica a menudo pero que nadie quiere perderse. En estos días, hoy en particular, que es sábado, descarnados operadores políticos repartirán con igual gesto concluyente, buenas y malas noticias a esperanzados corazones. Abundarán las ojeras, los pelos sin shampoo, el rencor resignado de los excluidos, la felicidad rabiosa de los afortunados.
Yo me cuento entre los segundos, pero sólo porque estoy subiéndome el cierre de la camperita negra que decidí, con mucho criterio, traer a la presentación del libro de Camila Sosa Villada. El 21 de marzo, con precisión climática cronometrada, la temperatura descendió a sus grados más agradables. Está poco más que fresquito. “Tengo la vida transformadaaa” cantamos todos ahora a coro con los Rayos Láser. Con particular énfasis lo hacen una niña y un niño colgados como barras bravas de las vallas de seguridad que cercan el escenario. En un bonito gesto, el cantante baja y les ofrece el micrófono, ellos no defraudan: cantan eufóricamente y ríen victoriosos luego de la hazaña. Todos estamos un poco mejor esa noche.
Cuando el show termine, con mi amigo Juan pasaremos por el Teatro El Libertador, que quedó precioso. Como a ambos nos gusta la política, no podremos dejar de comentar la foto maravillosa de serie de Netflix que se sacaron el gobernador Juan Sciharetti y el intendente Ramón Mestre hace pocos días en el bar del Teatro, previo al acto de reinauguración. Las dos máximas autoridades de la provincia sentados en las banquetas junto a la barra, descontracturados, tomando café, restándole azar a los coyunturas que vendrán. Nosotros también nos llevaremos nuestra propia foto del bar. Menos determinante, pero igual de valiosa. Juan me dirá que va a votar al peronismo. Yo lo miraré de reojo y le sonreiré.
Pero hoy es sábado y ya no espero, a diferencia de otros sábados, que me llegue ningún mensaje en particular. Menos que menos el de un descarnado operador político. No soy un esperanzado corazón en estas vísperas. Aunque sí me siento afortunado por haber traído mi camperita negra que tiene capucha y me hace sentir a salvo cada vez que la uso. Le doy un abrazo a Juan. Me pongo la capucha. Ahí andamos nosotros, en esta Córdoba que amanece otoñal, caminando entre las palabras y la política.