Hay conceptos, términos y palabras que van siendo moldeados por un creciente esnobismo y por lo políticamente correcto, que termina siendo una de las formas de la hipocresía. Pero, al mismo, tiempo hay otros términos que perduran con los años, resisten y permanecen bajo el implacable paso del tiempo.
Los lectores actuales debemos estar atentos a unos y a otros. En el caso de los primeros es necesario cierto rigor: poner en funcionamiento el intelecto y no dejarse llevar por las narices; en el segundo de los casos, nos es necesario –también el intelecto- y un pormenorizado trabajo de deconstrucción.
Esas palabras que ya están instaladas y nos parecen normales; a veces no han pasado por el filtro de las neuronas ni se han ajustado demasiado a los cambios epocales. Recuerdo una vez un traductor francés que me pidió que le pasara al castellano unas páginas, y me preguntó qué era aquello de “mesita de luz”, hasta que comprendió que significaba lo que los españoles (de España) llaman “mesa o mesilla de noche”. ¡Qué hermosa metáfora! tenéis vosotros para referirse a eso, –me dijo. Yo no había reparado en ello. La mesa de luz siempre fue, en mi cabeza, eso: una mesa de luz. Como vemos, las palabras no dejan de sorprendernos nunca.
Una palabra que va a ser necesario revisar –por su peso ideológico, literario, y por su belleza- es la palabra “pastor”, que desde tiempos inmemoriales viene vinculada preferentemente a la institución eclesial, a ciertas atmósferas religiosas, o al bucolismo literario. Literariamente surge casi de pronto: “El dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso”, de la égloga de Garcilaso. Pero lo más común es la asociación al cristianismo: son pastores el papa, los obispos, los sacerdotes, etc.
La palabra “pastor” tiene mucha historia detrás, y es una palabra hermosa que, tal vez, debamos con el tiempo dejar de utilizarla para ciertas analogías. Acá nomás, en nuestra ciudad está la “Cárcel del Buen Pastor”, hoy “Centro Cultural Buen Pastor”. La diferenciación entre buenos y malos pastores aparece ya en el Antiguo Testamento, en el libro de los Profetas (concretamente, en el capítulo 34 de Ezequiel).
Pero ¿qué tan buenos son los pastores para las ovejas? Ovejas que tarde o temprano irán al matadero, o a la esquila. ¿Cuán bueno es el pastor? ¿Qué tipo de bondad lo sostiene? ¿Y cuánta libertad hay en la oveja?
¿Vale la pena plantearse esta analogía sin tener en cuenta la injusta asimetría que, si bien vuelve hermana a las ovejas entre sí, afirma una verticalidad concreta en la que los ovinos siempre están debajo?
En el caso de la figura de Jesús, es interesante su doble pertenencia: él es pastor y cordero al mismo tiempo. Además de toda la significación simbólica que tiene en el evangelio de Juan. El célebre “Yo soy” el buen pastor, y todos los “Yo soy” de Juan, están íntimamente relacionados con el “Yo soy” de Éxodo 3,14 donde la zarza ardiente, revela a Moisés el tetragrama sagrado: “Yo soy el que soy” (Yavé). Estos múltiples “yo soy” del evangelio de Juan pretenden, desde la comunidad joánica, instalar la pertenencia divina de Jesús.
Insisto en la belleza del término bucólico, en todo lo que conlleva, todo aquello que trae a la mente, a pesar de ser un término antiguo, y a pesar de que ya no vemos –al menos en Córdoba- pastores por la calle.
Don Luis de Góngora hace más belleza con esta bella palabra: “Oveja perdida ven/ sobre mis hombros que hoy/ no solo tu pastor soy/ sino tu pasto también”. Guía y alimento, ya desde los siglos pasados, la imagen del discipulado y la eucaristía se amañaban muy bien con la bucólica figura del pastor.
Incluso en el arte paleocristiano, la figura que se repite con fuerza en las catacumbas es la del pastor. Cambiará esta figura a partir de la conversión del emperador Constantino, y la asunción del emperador Teodosio, que declara al cristianismo religión del imperio: cae la figura del pastor y aparece en el arte la figura del Cristo Pantocrator, o todopoderoso, que, si la vemos, hallaremos en ella un símil del emperador y su corte. De todos modos, el término pastor continuó usándose.
Con una pizca de espíritu crítico podríamos decir que el término “pastor”, si bien se encuentra en la Sagrada Escritura y eso lo hace respetable, convendría que pasara a un plano histórico, y se suscitaran otros términos acordes a nuestra época. Por cierto, la belleza del salmo 23 seguirá siendo una fuente inagotable: “El Señor es mi pastor/ nada me puede faltar”. Pero, sin cancelar las palabras y su historia, convendrá un poco de agua fresca en las nuevas terminologías.
Las tan usadas y repetidas palabras en Argentina y en el mundo de “pastores o sacerdotes con olor a oveja” también deberían revisarse. En lo personal, me acerca más a un horizonte de “bestialismo” que a una figura espiritual. Pero, más allá de este comentario impío de mi parte, ¿convendrá utilizar esas “manos”, como han dicho algunos, con olor a oveja, en una institución que constantemente está asaltada por denuncias gravísimas de pederastia? Y es necesario también el matiz de que, cuando se dice una iglesia que abusa, hay también una iglesia abusada. El niño que en su fe cree, es tan iglesia como el abusador. Evidentemente, la asimetría del poder es enorme entre uno y otro lado.
Así como no hay “un” feminismo, ni “un” socialismo, tampoco hay “una” iglesia, sino que hay varias. ¿Nos puede seguir pareciendo normal tratar al pueblo de rebaño? ¿Utilizar la palabra pastor, o, más aún, potenciar la diferencia entre quien conduce y quien es conducido con la diferenciación de un homo sapiens y un animal gregario y manso como la oveja?
El “buen pastor” de antes tal vez nos incitaría a ser ovejas negras.