¿Qué es lo que distingue a un escritor? Nada. ¿Hay algo que, por mínimo que sea, convierte a quien escribe, y ocasionalmente publica, en una persona especial, dueña de una sustancia que urge por ser editada, impresa? No, nada. Absolutamente nada.
Los escritores hacen cosas, sobreviven. Como todo el mundo. Cosas concretas, cosas absurdas. Como todos, son gente a la deriva.
Un librero publica en Twitter una foto -blanco y negro- de Horacio Quiroga. Se lo ve de pie junto a una canoa de tres metros. Suponemos en la selva misionera. La canoa está sobre dos caballetes, uno a cada extremo. Quiroga, torso desnudo, calza altas botas de cuero. El escritor parece buscar dentro de sí una reflexión hondamente escondida, improbable. La foto muestra la distancia de Quiroga, habla específicamente de un temple.
El librero comenta la imagen: “Hablan de Quiroga y busco fotos y lo veo haciendo una canoa y pienso que el buen escritor escribe en cualquier circunstancia, solo necesita un poco de papel y un lápiz, el no tan buen escritor necesita todas esas cosas como escritorio-estudio, concentración, laptop, gato, etcétera”.
Creo que por ahí viene la mano. Posiblemente la escritura se torna tal cuando el es-critor cede lugar al ex-critor. Dejar de ser para ser. No se puede ser escritor 24×7, por más que se quiera; quiero decir, bien vale el “escritor” para el formulario de aduana, pero el misterio de la escritura es consecuencia última de una serie de situaciones vitales donde escribir generalmente es lo último, algo que decanta producto de cierto grado de inconsciencia y cierto grado de asombro e incomprensión del mundo.
En los últimos días de 2021, elDiarioAR publicó una entrevista a Fito Páez. Una situación para complementar lo que se intentó decir en el párrafo anterior. Páez cuenta: “Ayer hablé con Alina Gandini, la hija de Gerardo y me contaba: `Me acuerdo cuando mi papá, mientras estábamos comiendo en el living, en un momento se retiraba y se quedaba en silencio. Entonces ya sabíamos que teníamos que rajar porque estaba pensando en la música ́.
De repente la experiencia exige su silencio. La canoa construida lentamente, en contacto con la naturaleza de las cosas, puede transformarse en materia para el lenguaje. La escritura exige un repliegue y requiere silencio; y para tener algo que decir, antes se tuvo que haber transitado el mundanal ruido. Es una hipótesis, una perspectiva. Otra más.
La cuenta en Twitter Escritores haciendo cosas (@CosasEscritores) va en ese sentido (me parece a mí). Desarrolla un catálogo de fotografías de escritores más o menos célebres realizando todo tipo de actividades menos la de escribir. Las tareas más prosaicas, fútiles y banales.
No miren al costado: podrían encontrarse con escritores haciendo cosas.
Cada foto es acompañada por una breve descripción: Samuel Beckett bebiendo un refresco. Simone de Beauvoir apuntando con una pistola. Jean-Paul Sartre fumando pipa. Stephen King comiendo un plátano. Truman Capote inhalando cocaína. Juan Rulfo posando para una foto como si no se diera cuenta que le están tomando una foto. Vladímir Nabokov atrapando mariposas. Etcétera.
La que más me gusta es la de Alberto Laiseca. Lai. En lo mejor de una noche, se ve al autor de “Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati” en el éxtasis caribeño, rodeado de mujeres afro, siendo feliz. Veo la foto e imagino que es Haití, aunque podría ser cualquier otro lugar del mundo. La fotografía de Hemingway guarda una inconsciencia similar: frente al bargueño, lo vemos servirse una copa que seguramente no es la primera, ya convencido de que no es él quien navega, sino que quien lo navega es el mar.
Los ensayos de Betina González, reunidos en “La obligación de ser genial”, son simplemente geniales. Allí, envuelta en la reflexión sobre la vulnerabilidad de la ficción y la ignorancia del escritor que no sabe siquiera a dónde se dirige el texto, hay una frase de Clarice Lispector: “Escribir es usar la palabra como señuelo para pescar lo que no es palabra… una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra”.
¿Qué otra cosa es la emoción sino “lo que no es palabra”?