Casa Petroff, la famosa tabaquería y casa de ramos generales ubicada en una de las esquinas más emblemáticas de Córdoba, cumplió un siglo a fines del año pasado. Pablo Petroff, tercera generación a cargo del negocio, comparte anécdotas y abre la puerta del detrás de escena de una historia que comenzó allá por el 1900
La vida es una concatenación de momentos, una acumulación de coincidencias, la suerte de varios milagros o una sucesión desempolvada de eventos, que comienzan a empolvarse apenas se los estrena, y está en cada persona, volver a hacerlos relucir. Obtener brillo de lo apagado no es tarea fácil. Requiere de compromiso, convicción y, la figurita difícil, pasión.
Pablo Petroff, actual dueño, junto con sus hermanas Natalia y Nadine, de la famosa tabaquería y casa de ramos generales Casa Petroff, entendió cómo mantener encendido su negocio, que luego de 100 años de trabajo, sigue latiendo y en cada latido el polvo acumulado se sacude como se sacuden las esperanzas cuando permanecen tibias: sin miedo alguno.
La famosa tabaquería ubicada en Rivadavia esquina Catamarca (Córdoba), en donde además de tabaco se pueden encontrar alpargatas, bochas, baleros, trompos, mates, bombillas, termos, faroles de sol de noche, naipes, dados, perinolas y una lista de más de 4.000 artículos, cumplió el pasado 28 de noviembre 100 años. “No sabemos la fecha exacta de cuándo se abrió el negocio, pero sabemos que fue a fines de noviembre, principios de diciembre, nosotros inventamos el 28 de noviembre, porque se nos ocurrió, nos cayó bien esa fecha y dijimos ‘listo 28 de noviembre’”, confiesa Pablo Petroff, hijo de Don Pedro Petroff, quien a su vez era sobrino del fundador: Basilio Petroff.
Los veinte Napoleones, moneda que se utilizaba en el siglo XIX en Francia, que Basilio Petroff, allá cerca del 1900, ganó en la frontera con Turquía luego de vender y contrabandear papel de fumar y tabaco, fueron el aleteo de la mariposa que generó la sucesión de eventos para que Casa Petroff haya cumplido un siglo.
Las monedas se convirtieron en un pasaje en barco con destino a Estados Unidos, el barco se convirtió en un ecosistema contagioso de fiebre amarilla que generó desviación en su recorrido, y el destino originalmente pautado mutó para reubicarse en puerto porteño.
Basilio Petroff, con sus jóvenes 24 años, pisó Córdoba, aproximadamente, en el año 1921, en donde colocó, en la esquina de Rivadavia y Sarmiento, “no sabemos en cuáles de las cuatro esquinas”, cuenta Pablo Petroff, su primer tabaquería que originalmente se llamó, hasta el año 1936, Tabaquería y Cigarrería Balcán, haciendo alusión a las raíces del fundador, luego se nombró Cigarrería y Papelería La Habana hasta el año 2009, y desde ese entonces en adelante lleva el nombre Casa Petroff.
Cuando Casa Petroff aún no era Casa Petroff y en su lugar era Cigarrería y Papelería la Habana, llega a Córdoba el papá de Pablo Petroff, José Petroff quien estuvo a cargo del negocio desde 1964 hasta el 2012, año en el que fallece.
El primer acercamiento que Pablo Petroff tuvo con el negocio fue en plena oscuridad de la mañana, cuando la tranquilidad de la ciudad lentamente comienza a menguar y el ambiente todavía es un lugar amable en donde adquieren forma las primeras actividades del día. “Mi papá nos llevaba a trabajar a mis hermanas y a mí desde chiquitos, la primera vez que yo fui al negocio tenía cuatro años”, recuerda Pablo Petroff y describe, con una memoria envidiable, la primera vez que pisó Casa Petroff: “Me acuerdo que era un día a la mañana muy temprano porque aún era de noche, en esa época había como doce repartidores en el negocio y adentro estaba mi tío abuelo Cancho, que en ese momento trabajaba ahí también, de traje, con una pie apoyado arriba de una caja alta de cigarrillos, de esas que traen como 50 cartones, y en la mano tenía una planilla en donde anotaba todo lo que se llevaban los distintos distribuidores”.
Los recuerdos pueden activarse según sea el sentido estimulado. Pablo Petroff y sus hermanas, Natalia y Nadina, tienen uno asociado a la memoria olfativa: si en la siesta de verano ellos huelen tabaco instantáneamente su mente acopla ese aroma con el concepto de las siestas: “Siempre nos acordamos con mis hermanas que en el verano se dormía la siesta como fuere. La cama eran dos cajas de cartón atrás del mostrador y de almohada usábamos un paquete de tabaco, de medio kilo, y para que no te hiciera transpirar la cabeza del plástico del tabaco poníamos un trapo de piso, que en ese momento también vendíamos”, recuerda Pablo con nostalgia y cuenta que se cerraba un hora y todos dormían la siesta, hasta los empleados.
Pablo Petroff confiesa que no quería trabajar en el negocio de su padre: “Por una cuestión interna personal yo no quería vender cigarrillos, yo soy anti cigarrillos”, pero esa decisión cambió radicalmente a sus 22 años cuando fue papá y decidió “venderle el alma al diablo”.
En el año 2006, y junto a sus hermanas, Pablo ingresa a Casa Petroff porque su papá se va de viaje a Bulgaria: “Agarré y me fui a vender cigarrillos pero con la premisa de que no fuera mi negocio principal, sino pasar al abordaje cultural del tabaco, a la parte que tiene un componente más social, al lugar del placer y no del vicio”. En esa decisión el brillo que Casa Petroff siempre sostuvo comienza a ser iluminado por otro haz de luz: el de la tercer generación, con Pablo y sus dos hermanas, Natalia y Nadina a cargo del negocio.
“Mi papá se fue a Bulgaria y nosotros aprovechamos para hacer todos los cambios que queríamos, hasta la cerradura cambiamos”, cuenta Pablo Petroff entre risas.
La tercera generación se encargó de modernizar el espacio: colocaron un humidor que mantiene en condiciones el tabaco, limpiaron y organizaron “encontramos cuadernos de la década del 70, porque antes también era librería el negocio”, recuerda Pablo, remodelaron el edificio para ponerlo a disposición de la venta que estaban buscando, restauraron los balcones, desarrollaron su propia marca de puros, entre otras actividades.
“Cuando nosotros empezamos a manejar el negocio el cigarrillo tenia una facturación del 60-70%, hoy en día no llega al 10-15%”, dice Petroff y agrega: “Yo lo hice bajar, no me interesó a mi seguir manteniendo el tema del cigarrillo, y eso nos llevó a especializarnos mucho más en el consumo consciente del tabaco como lo son el narguile, la pipa, los puros, el rapé, el tabaco de armar sin químicos”.
A comienzos de este año los tres hermanos finalizaron las consultorías familiares en donde definieron la declaración de misión, visión y valores que Casa Petroff sostiene. Actualmente están en desarrollo del comercio electrónico “moderado”, son partidarios del valor que tiene la tienda física en cuanto a la humanización de las relaciones. Y además trabajan arduamente en la sustentabilidad de los elementos que comercializan: “Dejamos de vender por ejemplo productos realizados en madera de árboles nativos porque estamos en contra del desmonte no controlado”, expresa Petroff.
Cumplir 100 años llena de orgullo a toda la familia Petroff “Estamos contentos de los 100 años, hicimos una celebración familiar y con los más allegados”, cuenta Pablo y adelanta que el siglo cumplido se va a festejar a lo largo del 2022 con degustación de puros al público, charlas y eventos que serán anunciados en las redes.
Pablo Petroff tiene el corazón puesto en el negocio, sin embargo sostiene: “Si tenemos que cerrar cuando sea el año 105 porque ninguno tiene vocación, se cierra con dignidad. No es nuestra idea que una institución se coma las vidas humanas individuales”. Arduo militante de la importancia de las simples cosas, no le interesa agrandar Casa Petroff o hacer franquicias, como muchas personas le proponen, si eso le va a quitar tiempo para dedicarle a su familia. Tal vez fue su madre, Marta Bereziuk, quien moldeó esa sensible y decidida personalidad con sus cuidados y enseñanzas.
“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”, entona Litto Nebbia en una de sus canciones, y la frase podría guiñarle el ojo al siguiente interrogante: ¿Qué otra historia está detrás de la historia de Casa Petroff? La respuesta tienen nombre propio: Marta Bereziuk, esposa de José Petroff.
“Mi mamá no participó del negocio pero es una figura muy importante, de hecho en los 100 años le hicimos un reconocimiento, porque ¿cómo iba a hacer mi papá en estos cuarentipico de años, en los años de nuestra infancia, para ir todos los días a trabajar si no tenía un soporte en la casa?”, se pregunta Pablo Petroff y es acá en donde la sensibilidad le da la mano a la familia Petroff en señal de aprobación.
“Todos dicen que mi mamá no participó en el negocio, ¡mentira! Era la que hacía todo en la casa para que mi papá pudiera llevarse los laureles. Por eso le hicimos un reconocimiento de lo que no se ve, de lo que no se muestra, de lo que no se proclama habitualmente. Fue una reivindicación para ella”, dice Petroff con un dejo humilde de orgullo.
Además de sus 100 años, Casa Petroff es reconocida por haber recibido un premio Jerónimo Luis de Cabrera al Comercio con Trayectoria y también en noviembre del año pasado la secretaria de comercio de la provincia les entregó a la familia una distinción especial al Comercio Tradicional con Valor Cultural.
¿Cómo se le hace frente al inminente paso del tiempo sin dejar ranuras por donde se filtre el desgano? ¿En base a qué se sostiene lo construido? ¿Alcanzarán las manos? ¿Alcanzarán las ganas? ¿Alcanzarán los sueños? Existen lugares, como Casa Petroff, que sortean esperanzas para burlarse del tiempo, el cual insiste en empolvar lo construido. Son espacios que envejecen gentilmente y en sus rincones, ahí donde la historia persiste, se escuchan los susurros entre risas de las anécdotas. No es cuestión de casualidad, ni de suerte, ni siquiera de destino. Se trata quizás de comprender que por esas mismas fisuras por donde puede entrar sin permiso el paso del tiempo y derrumbarlo todo, también puede ingresar el sol. Se trata quizás de agrandar esas fisuras, para hacer relucir lo que no sin esfuerzo, viene brillando hace tiempo, como brillaron por primera vez aquellos veinte Napoleones de oro que en algún momento las manos de Basilio Petroff supieron apostar y hoy conquistan un siglo con aroma a tabaco.