Mientras la Casa Blanca y sus aliados de la Otan continúan advirtiendo al mundo que “debe estar preparado” para una “inminente” invasión rusa hacia Ucrania, no parece estar tan claro que algo así vaya a suceder en el corto plazo. El mismo presidente ucraniano, Volodomir Zelenski, afirmó hace apenas unos días que occidente debe “dejar de alarmar” al respecto y que “no hay pruebas contundentes” de un próximo ataque. Las señales que envía el comediante devenido en político, sin embargo, son confusas. El mandatario dijo después en un video publicado en sus cuentas de redes sociales que el ataque ruso sería “el 16 de febrero”, aunque también invitó a Joe Biden para que visite su país, dando a entender que no hay preocupaciones concretas sobre la seguridad de su homólogo estadounidense, y, por lo tanto, no creería en posibilidades concretas de una invasión. En el video, Zelenski aseguró que el 16 de febrero sería instituido por decreto como el Día de la Unidad y pidió a sus conciudadanos que colgaran banderas ucranianas en sus casas para “mostrar al mundo la unidad”.
Más que un temor concreto al estallido de una guerra abierta contra su país, lo que hace Zelenski es intentar combatir lo que considera una guerra hibrida. Hay un consenso general entre los diplomáticos, pero también la gran mayoría de los analistas internacionales, que actualmente el Kremlin está librando ese tipo de guerra contra Ucrania. Rusia domina los medios cibernéticos, quizás, de una manera superior al resto de las potencias, y ha demostrado que tiene amplias capacidades para llevar adelante cualquier tipo de campaña de desinformación o ataques contra otros países en caso de considerarlo necesario. El gobierno ucraniano asegura que esta guerra hibrida, efectivamente ya está sucediendo contra su país. Kiev afirma que Moscú utiliza ciberataques, presiones económicas, e incluso cientos de falsas amenazas de bomba o atentados para generar temor entre los ucranianos para minar la confianza de los ciudadanos en su gobierno y provocar incertidumbre.
En las primeras horas del martes, el Kremlin anunció un retiro de tropas. El día anterior, el ministro de relaciones exteriores ruso, Sergei Lavrov, había asegurado que su país estaba dispuesto “a negociar”. Comenzando, de esta manera, a desescalar las tensiones, que no habían disminuido tras las reuniones, la semana anterior, entre Putin y su par francés Emanuel Macron; o la llamada telefónica de más de una hora entre el ruso y Biden, producida durante el fin de semana “sin resultados”. Lavrov instó a Putin para “continuar y ampliar” las conversaciones con Occidente respecto de Ucrania. El canciller también aseguró que “las posibilidades están lejos de agotarse”, dejando la puerta abierta a un acuerdo diplomático: “¿Existe la posibilidad de llegar a un acuerdo con nuestros socios en cuestiones clave o es un intento de arrastrarnos a un proceso de negociación interminable?”.
Sin embargo los temores siguen latentes. Los diplomáticos de los principales países de la OTAN alertan que podría llegar a tratarse de una “maniobra distractora” por parte del Kremlin. Mientras que Francia asegura que “Rusia está lista para una gran ofensiva contra Ucrania”, el Reino Unido anunció que enviará tropas a Lituania. Durante el pasado fin de semana, el número de tropas de la OTAN en la región ascendió a cerca de 100.000. Al mismo tiempo, la Unión Europea amenazó con “sanciones masivas” si Moscú ejecuta finalmente una acción militar. El ministro de defensa ruso, Serguei Shoigu, declaró el lunes pasado que algunas maniobras militares en su país y en Bielorrusia “están terminando”, pero que otras continuarán. Para Zelenski, solo un ingreso de Ucrania a la OTAN podría asegurar que el país no sea atacado de forma convencional por las capacidades militares de Moscú. De todas maneras, todo indica que podríamos estar frente a una probable distensión en el corto plazo, ya que el gesto de Moscú es, claramente, una maniobra de desescalada.
Si un ataque de estas características se produjera, no estaría muy claro por dónde podría originarse una invasión militar. Rusia mantiene tropas en el este (donde se encuentran las Repúblicas separatistas de Donetsk y Lubansk, al sur en Crimea y al norte con Bielorrusia. Más allá de esto, el Kremlin cuenta con poderosas capacidades aéreas, por lo que, lo más probable, sería que el ataque comenzara por esa vía. Por ahora todo indica que un conflicto armado abierto, como estábamos acostumbrados a ver en el siglo XX, es relativamente poco probable que se produzca. Lo que sí puede llegar a suceder son movimientos militares o pequeñas escaramuzas, además de la guerra híbrida que desde hace tiempo se está desarrollando.
Así, en el corto plazo y más allá de los temores occidentales, todo indica que es muy poco probable que estalle un conflicto a gran escala. Esto se debe a múltiples factores, pero, particularmente, al inmenso poderío nuclear tanto de Rusia como de la OTAN. En lo que podría ser una reedición de la Destrucción Mutua Asegurada de los tiempos de la Guerra Fría, el arsenal nuclear de las partes desempeña un importante poder disuasorio. La escalada ya pudo haber ido más lejos de lo pensado, aunque, quizás, ya es tiempo de comenzar a sentarse a negociar y, de a poco, disminuir las tensiones.