Por enésima vez, las encuestas fallaron. Nuevamente, los encuestadores fracasaron en su ensoberbecido intento de adivinar el resultado de una votación. También los medios de comunicación que repitieron esas encuestas como si fueran verdades reveladas e hicieron concienzudos análisis a partir de ellas.
En contra de todos los pronósticos, el domingo 23 de julio, el viceintendente de Córdoba, el peronista Daniel Passerni, le ganó por casi ocho puntos porcentuales de diferencia al diputado nacional de Juntos por el Cambio, el radical Rodrigo de Loredo. Un triunfo categórico, claro y concluyente.
De esa manera, a cuatro semanas de las elecciones provinciales del pasado 25 de junio, la mayoría del electorado de la capital provincial volvió a premiar la gestión municipal del actual intendente y gobernador electo de la provincia, Martín Llaryora. Ese fue, sin dudas, el factor clave de ambos triunfos.
A diferencia de Luis Juez que esperó hasta el escrutinio definitivo para reconocer a regañadientes su derrota, Rodrigo de Loredo lo hizo sin tener datos oficiales. El gesto del radical fue reconocido por Daniel Passerini, por Martín Llaryora y, sobre todo, por Juan Schiaretti, en sus respectivos discursos.
El triunfo de Hacemos Unidos por Córdoba ha dejado varias enseñanzas para los dirigentes políticos de todos los partidos… y para sus asesores y consultores. Claramente, las campañas fueron y siguen siendo cara a cara. La propaganda puede ayudar a divulgar la imagen o las propuestas de un candidato, nada más.
Los votos se consiguen militando en los barrios de cada localidad, no posteando en las redes sociales. En las elecciones municipales de Córdoba Capital, la política territorial le ganó a la política digital, la realidad a los eslóganes de los publicistas y los hechos a las promesas de los candidatos.
Las buenas gestiones, las que resuelven los problemas diarios de la gente común y corriente, en general, son apoyadas por los ciudadanos en las urnas. Mucho más cuando los opositores de turno son incapaces de reconocer aciertos y, sobre esa base, hacer propuestas verdaderamente superadoras.
Passerini ganó porque es parte de un equipo probado y de una a gestión exitosa, y porque fue a buscar los votos a domicilio. De Loredo perdió porque se cortó solo, porque quiso confrontar con el gobernador electo en un tema tan sensible como la seguridad, y porque tuvo más presencia en las redes que en las calles.
A los gritos con los pitucos
En un discurso brioso (como pocos), fiel a un estilo tenaz de hacer política, Martín Llaryora pronunció una frase que retumbó y seguirá retumbando en todo el país: “¡Basta!”, gritó una y varias veces el gobernador electo y, en una de esas veces, agregó: “Que los pituquitos de Recoleta no nos digan qué hacer”.
Los primeros destinatarios fueron los precandidatos a la presidencia de Juntos por el Cambio: Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich viajaron a Córdoba para festejar, y tuvieron que poner sus carilargas frente a la derrota, a diestra y siniestra de un De Loredo que los hizo venir “al pedo”.
A pesar de la feroz y desbocada interna que ambos protagonizan -y de propuestas electorales diametralmente opuestas- Rodríguez Larreta y Bullrich comparten una misma característica: son dirigentes nacidos y criados en la Capital Federal y, lo más importante, con una mirada unitaria del país.
Seamos claros. El lugar de nacimiento de un dirigente no lo condena a ser más o menos unitario o federal. Ha habido muchos provincianos que han hecho un culto del centralismo. Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández nacieron en el interior provincial, sin ir más lejos; ahora bien, más allá del lugar donde nacieron o se criaron políticamente como dirigentes, el grito de Llaryora se dirigió a esa mirada centralista que ellos y muchos otros comparten. También a esa pose “pituca” que denota una superioridad vanidosa y menospreciativa respecto a lo que se hace en el interior.
Mirada y pose que tuvieron en común gobiernos tan disímiles como el de Mauricio Macri y de Alberto Fernández. A los referentes y aliados de esos dos presidentes porteños, Llaryora les reclamó a viva voz: “devuélvannos la guita de las retenciones”. Vale recordar que Macri las repuso y que Fernández las continúo.
Mirada y pose que también son características de muchos medios de comunicación de la Capital Federal. Infinidad de radios y televisoras con periodistas que piensan y sienten al país desde y hasta el puerto de Buenos Aires, con un porteñocentrismo ofensivo, a pesar de las diferencias ideológicas de sus dueños.
“El grito de Córdoba” es un alarido que vocifera dolores de un país inequitativo. Es el clamor de los que producen riqueza en el interior frente a los que dilapidan recursos con subsidios a la Ciudad “Autónoma” de Buenos Aires y a los 40 municipios de su área metropolitana, el todopoderoso AMBA. Es un bramido federal.