Las protestas de los últimos días en Sudáfrica llevan, por ahora, una cuenta superior a 200 muertos. El descontento social se encontraba latente, pero terminó de desatarse tras el ingreso a prisión del ex presidente Jacob Zuma, de 79 años, por desacato. El ex mandatario fue condenado a 15 meses de cárcel efectiva por negarse a declarar en una investigación de corrupción contra él y varios de sus antiguos funcionarios. El actual presidente del país, Cyril Ramaphosa, afirmó el viernes pasado que quienes están detrás de estos actos han buscado planificar una insurrección popular”. El ex presidente se enfrenta a diversas acusaciones, entre ellas: 16 cargos de fraude, corrupción y crimen organizado por la compra, en 1999, de aviones de combate y equipo militar por una cifra de 6.000 millones de euros; también se lo acusa de ser parte de un caso de soborno hace más de dos décadas. Lo cierto es que su detención es una gota más de un vaso que ya parecía demasiado lleno. Sudáfrica es el país con el índice de Gini más alto del mundo (mayor inequidad en la distribución de la renta nacional), y su manejo de la pandemia es uno de los peores del globo.
Zuma es el primer presidente sudafricano detenido tras el fin del apartheid y la vuelta de la democracia, en 1994. Pertenece al histórico Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela, con quien estuvo detenido durante 10 años en Robben Island. Luego logró exiliarse en Suazilandia y en Mozambique, regresando al país en 1990 tras la legalización del CNA. Fue uno de los primeros líderes del partido en volver, por lo que participó del proceso de negociaciones previo al referéndum constitucional del 92, y las elecciones del 94, las primeras donde votó la población negra. Tras la victoria de Nelson Mandela, Zuma fue electo líder nacional del partido, y vicepresidente en 1999, cargo que tuvo hasta 2005. Fue el cuarto presidente, entre 2009 y 2018, pero ese año renunció a su cargo.
Su liderazgo, a su vez, nunca estuvo exento de polémicas y puntos oscuros. En 2005 fue acusado de abusos sexuales (fue absuelto). Ese mismo año, el entonces presidente Thabo Mbeki lo removió de sus funciones debido a acusaciones de corrupción por el Acuerdo de Armas de Sudáfrica, de 1999.
Si bien, las protestas comenzaron cuando lo seguidores de Zuma salieron a las calles y a cortar rutas para mostrar su apoyo, pronto derivaron en algo mucho mayor. Se comenzaron a sumar sudafricanos de distintas tendencias políticas con un punto en común: el rechazo al gobierno. Zuma todavía mantiene un caudal numeroso de seguidores, debido, en parte, a su historia de lucha contra el régimen en tiempos del apartheid, lo que le da una gran legitimidad ante un importante sector de la sociedad. El ex presidente, que no se resistió al arresto y se entregó a las autoridades, aseguró que su entrada a prisión equivale a una sentencia de muerte”. Cerca de cumplir 80 años, no goza de un buen estado de salud, mientras que la pandemia parece incontrolable en el país. Zuma no se vacunó contra el Covid-19, a pesar de que podría haberlo hecho desde mayo de este año. Sus seguidores amenazan con que no habrá paz ni estabilidad” mientras su líder continúe en prisión.
Las cifras sociales sirven para explicar en gran parte lo que sucede: Sudáfrica, con 50 millones de habitantes, es la segunda economía más importante de África, después de Nigeria. También la más industrializada; miembro del G20 y los BRICS. Pero, al mismo tiempo, se trata del país más desigual del mundo: el ingreso per cápita de la población no deja de disminuir desde 2010. La población negra sigue encontrándose en una posición bastante más desfavorable que los blancos, a pesar de que el CNA gobierna desde 1994. Los trabajadores blancos están más cualificados, son más ricos y suelen alcanzar niveles más altos de educación, lo que se traduce en que los negros siguen siendo los más perjudicados por la alta tasa de desempleo. Además, el país tiene una de las tasas de homicidio más altas del mundo, con cerca de 36 asesinatos por cada 100.000 personas (promedio mundial: 5,2/100.000).
En el mundo de hoy nadie parece estar contento con quién es, dónde vive, ni quién lo gobierna. El país más desigual del planeta no podía ser una excepción. Un país con una historia extremadamente compleja, no falto de héroes, pero tampoco de villanos. Donde las divisiones y los odios del pasado no parecen estar plenamente zanjados, Sudáfrica es otro país que estalla en el medio de un contexto global donde no son pocas las sociedades que lo hacen. La pandemia parece haber llegado para acelerar los procesos locales. Tanto el gobierno como la oposición -la mayoría, integrantes del mismo partido, el CNA- deberán tomar los reclamos y entender que el país necesita solucionar problemas de larga data.