Luego de 20 años de la invasión estadounidense a Afganistán, muy poco cambió en el país. Los sucesores de George W. Bush al frente de la Casa Blanca, Barack Obama, Donald Trump y actualmente Joe Biden, se fueron convenciendo progresivamente de lo inútil de la empresa. A pesar de la popularidad inicial, la guerra fue perdiendo apoyo interno a medida que el conteo de muertos aumentaba.
Las denuncias sobre la brutalidad y los crímenes de guerra cometidos por los soldados estadounidenses, tanto en Afganistán como en Irak, sumaron al desprestigio de la guerra. Este año, tras dos décadas de presencia militar, Biden finalmente retiró a las tropas estadounidenses del terreno. Los talibanes aprovecharon rápidamente esta situación para, tras apenas dos semanas de una resistencia prácticamente nula por parte de las fuerzas militares afganas, volver a gobernar el país. La Casa Blanca quería evitar las imágenes de una retirada forzosa, similar a la de Saigón en 1975, pero, tras lo sucedido durante el fin de semana, fracasó estrepitosamente en ese aspecto.
Los talibanes comenzaron a aparecer en la zona fronteriza del norte de Pakistán y suroeste de Afganistán a principios de 1990. En aquel entonces, aseguraban combatir la corrupción, mejorar la seguridad de la población, y terminar con la delincuencia. Por aquellos años, las tropas soviéticas se retiraban de Afganistán, pero la cruenta guerra civil continuaba. En un escenario de caos, el Talibán prometía orden y paz.
Extendieron su influencia velozmente y comenzaron a implementar medidas de castigo con justificación en la ley islámica: ejecuciones públicas de asesinos y adúlteros convictos o amputaciones a ladrones. Gobernaron el país entre 1996 y 2001: a los hombres se les exigió que dejaran crecer sus barbas y a las mujeres utilizar burka para cubrir sus caras y cuerpos. Al mismo tiempo, prohibieron la música, el cine, la televisión, y que las niñas mayores de 10 años asistieran a establecimientos educativos. Amplios sectores de la sociedad afgana los apoyaron, incluso muchas mujeres, debido a la protección que aseguraban.
El Talibán, a pesar de lo que mostraba la comunicación estadounidense, nunca se fue”. Se mantuvieron, prácticamente sin excepción, a la defensiva, hasta el año 2014. Entonces, la mayoría de las fuerzas militares extranjeras se retiraron del país, dejando al gobierno afgano con poco o nulo apoyo militar en la lucha contra los talibanes. Volvieron a ganar terreno, y para el 2018, de acuerdo con la mayoría de los expertos, ya controlaban, por lo menos, el 70% del terreno.
El avance se aceleró durante 2020 y especialmente los últimos meses. Los combates siguieron siendo extremadamente cruentos y los muertos se cuentan de a miles. A su vez, los refugiados y las familias que deben escapar de las ciudades a causa de los enfrentamientos conforman un número aún mayor. Tan sólo en los últimos cuatro meses, se llevan contabilizados 2566 civiles asesinados a causa del conflicto interno.
Lo cierto es que todos los imperios fracasaron al intentar incursionar en territorio afgano. Primero los británicos, quienes no lograron sus objetivos luego de tres guerras (1839-1842, 1878-1880, y 1919), posteriormente los soviéticos, que se vieron forzados a retirarse tras una guerra que comenzó en 1978 y terminó en 1992 -considerado como el Vietnam soviético”-, y ahora, los estadounidenses. Suele decirse, no sin falta de razón, que sólo Alejandro Magno fue exitoso” a la hora de llevar adelante una conquista” en el país.
Fue su campaña militar más difícil, entre el año 330 a.C. y el 328 a.C. Finalmente optó por medios diferentes a los militares: se casó con una princesa local, Roxana, e instó a sus generales que contraigan matrimonio con las mujeres afganas. La intrincada geografía del país, por un lado, y, especialmente, lo aguerrido de sus combatientes, han hecho imposible un avance extranjero con resultados positivos. Los chinos parecen decididos a intentar un acercamiento por medios diferentes a los militares.
China comparte 76 kilómetros de frontera con Afganistán y le interesa que toda su zona de influencia se encuentre lo más estable posible. A finales del mes pasado, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wand Yi, recibió en Beijing a una delegación talibán del más alto nivel, encabezada por el ahora presidente, el mulá Abdul Ghani Baradar. De esta manera, el gobierno del gigante asiático busca romper el cerco diplomático impuesto sobre el Talibán.
Al igual que en el acuerdo con Washington, los talibanes han prometido a Beijing que evitarán todo tipo de operaciones de grupos terroristas en los territorios que controlan. A su vez, China se aseguró que la milicia afgana no apoye al Movimiento Islámico de Turquestán Oriental (ETIM), un grupo radical uigur acusado por China de cometer actos terroristas en la región de Xinjiang. Los talibanes, que también se reunieron con autoridades rusas e iraníes, buscan, además, inversiones extranjeras para iniciar la reconstrucción de Afganistán, algo que China es capaz de proporcionar.
A estas alturas, es un lugar más que común decir que Afganistán es el país donde los imperios van a morir. Sin embargo, no por trillado esta afirmación es menos correcta. Trump, a pesar de haber sido quien llegó a un acuerdo con el talibán a comienzos de 2020, le exigió la renuncia a Biden por haber retirado las tropas y permitido la llegada de los guerrilleros al gobierno afgano.
En este contexto, las autoridades chinas entienden que es el momento justo para llenar el espacio que tanto EE. UU. como la OTAN dejan vacante en uno de sus vecinos. Mientras tanto, en el medio del juego geopolítico se encuentran los afganos. Especialmente, las mujeres y las minorías. Los talibanes aseguran ser más moderados que hace dos décadas, buscando así la legitimidad de la comunidad internacional. Por lo pronto, las imágenes de los afganos escapando de Kabúl, y el terror de las mujeres frente al retorno de un régimen islámico duro, no parecen ir en la línea de ninguna moderación”.