Los últimos enfrentamientos internos en el Líbano revivieron los viejos fantasmas de la guerra civil. Milicias chiitas y grupos cristianos protagonizaron hechos de extrema violencia en Beirut durante la semana pasada que dejaron por lo menos 7 muertos y más de 30 heridos. Los incidentes se produjeron en el marco de manifestaciones para exigir justicia por la explosión en el puerto de la capital libanesa sucedida en agosto del 2020 que dejó más de 200 víctimas fatales. El Hezbollah proiraní junto a sus aliados, el Movimiento Amal, marcharon hacia el palacio de Justicia para pedir que el juez encargado de la causa sea reemplazado. El magistrado, Tariq Batar, tiene intenciones de procesar a miembros de ambas organizaciones, lo que es rechazado por sus militantes, mientras que sus funcionarios se niegan a declarar. De acuerdo con las autoridades, hay varios heridos en estado crítico, por lo que no se descarta que en los próximos días el conteo de las victimas sea mayor. Seis de los siete muertos hasta ahora, pertenecen a los sectores chiitas.
En el funeral de dos de los miembros de Hezbollah que resultaron muertos en los enfrentamientos, uno de los líderes del partido en el Líbano, Hashem Safieddine, afirmó que la cristiana Fuerza Libanesa provocó deliberadamente una masacre”. De acuerdo con los chiitas, los sectores cristianos tienen la intención de iniciar una nueva guerra civil” en el país, como en 1975. Tanto Amal como Hezbollah afirman que las Fuerzas Libanesas apostaron francotiradores en las terrazas de los edificios cercanos al Palacio de Justicia con el objetivo de disparar contra los militantes. Por su parte, la formación cristiana negó esto de manera categórica, pidiendo una investigación de los hechos, al mismo tiempo que acusaron a los chiitas de invadir” los barrios cristianos.
Estos recelos entre los sectores musulmanes chiitas y los cristianos no son nuevos. De hecho, Líbano ya tuvo una larga y cruenta guerra civil, que se extendió desde 1975 a 1990. No son pocos los ciudadanos que temen que se esté construyendo una escalada de proporciones similares, que pueda terminar nuevamente en una lucha prolongada.
Se estima que durante la guerra civil se produjeron entre 130.000 y 250.000 muertes, sumado a una migración masiva de un millón de personas. Previo a la guerra, el país contaba con una sociedad multi religiosa de musulmanes suníes y cristianos en las ciudades costeras, mientras que los musulmanes chiíes se encontraban principalmente en el sur y el este, mientras que en las montañas había mayoría de drusos y cristianos. Algunos acontecimientos externos e internos fueron cambiando la demografía del país. La creación del Estado de Israel y el consecuente desplazamiento de 100.000 palestinos al Líbano, entre 1948 y 1967, inclinó la balanza para el lado musulmán. Al mismo tiempo, en el contexto de la Guerra Fría, se delimitaron distintas facciones políticas. Por un lado, los cristianos maronitas se decantaron por Occidente, mientras que los partidos políticos izquierdistas y panárabes se vincularon con los países del bloque soviético. Las alianzas fueron cambiando de forma dinámica a lo largo del conflicto, sin embargo, lo que se mantiene hasta el día de hoy son las marcadas diferencias religiosas. A partir de 1975, las zonas del país quedaron delimitadas de acuerdo con los distintos credos que profesan sus residentes.
Mientras se producían los incidentes del pasado jueves, el primer ministro, Nayib Mikati, y el jefe del Parlamento, Nabih Berry, recibían a la subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de los Estados Unidos, Victoria Nuland, que recién arribaba a la ciudad.
La Administración de Joe Biden quiere recuperar parte del prestigio perdido en Medio Oriente tras la debacle de Afganistán. Por ello, ya comenzó a reforzar su presencia diplomática en la región para intentar balancear la influencia rusa y china en los países de la zona. Ni a Washington, ni mucho menos a Moscú o a Beijing, les conviene una nueva guerra civil en Líbano, que sólo traería más caos e inestabilidad a una región que apenas se recupera de las consecuencias de la guerra siria. A Israel tampoco le interesa que las escaramuzas pasen a mayores, de hecho, hace tiempo que dejó de enfrentarse abiertamente tanto a Damasco como a Beirut.
Hezbollah, Amal y las Fuerzas Libanesas son partidos políticos que a su vez cuentan con milicias fuertemente armadas y entrenadas para la guerra. Muchos de sus miembros, y sus líderes, tienen experiencia previa, ya que protagonizaron la guerra civil entre 1975 y 1990. Hezbollah es incluso considerado como una organización terrorista por muchos países del mundo, debido al apoyo que recibe de Irán; recientemente, en 2006, mantuvo una guerra con Israel. Por ello, los temores de gran parte de los libaneses, pero también de la comunidad internacional, de que los enfrentamientos en Beirut escalen y se trasladen a todo el país, no son infundados. Una nueva guerra civil en otro Estado de Medio Oriente podría ser catastrófica para una región que todavía siente los coletazos de las guerras de Afganistán e Irak. También sería un escenario funesto para el mundo, la paz, y la convivencia pacifica entre las naciones y los distintos credos.