La victoria de los laboristas en el Reino Unido tras más de una década fuera del poder, sumada a la derrota de la ultraderecha en Francia, muestran que algo nuevo está sucediendo en Europa. Hace apenas cuatro años y medio, el Partido Laborista británico sufrió su más devastadora derrota electoral desde 1935, alcanzando apenas 202 bancas en el Parlamento. Se anticipaba que el trascendental triunfo electoral de Boris Johnson en 2019, que le posibilitó finalmente concretar el Brexit, sentaría las bases para otros 10 años de dominio conservador. Después, el líder laborista Jeremy Corbyn se vio forzado a renunciar y a ceder el liderazgo de su partido al centrista Keir Starmer, un ex abogado (y Caballero del reino), exactamente el tipo de figura del establishment que Corbyn y la izquierda despreciaban. En poco más de cuatro años, Starmer ha logrado un avance que parecía imposible, llevando al Partido Laborista desde los márgenes de la política hasta una contundente victoria en las elecciones generales, con 412 bancas, es decir, el doble que hace cinco años.
Para lograrlo fue fundamental la cohesión interna bajo el liderazgo de Starmer. Aunque sus niveles de aprobación no superan significativamente a los de Corbyn, Starmer empleó todas las herramientas institucionales disponibles para disciplinar a los laboristas. Transformó a un partido antes sin rumbo claro, con mensajes divergentes sobre el Brexit y las políticas económicas, en uno con un mensaje unificado y conciso: el cambio. Adoptó una postura hasta cierto punto rigurosa para evitar cualquier controversia nacional. Abandonó las prácticas que mancharon al partido (como la percepción de tolerancia excesiva hacia mensajes antisemitas y el extremismo islámico), reemplazándolas con un enfoque más disciplinado y moderado. Esta decisión tuvo consecuencias, como la exclusión de figuras prominentes y la pérdida de apoyo en sectores clave, aunque también evitó que el partido fuera atacado por la derecha por supuestas posturas antioccidentales o antisemitas, sobre todo en lo que respecta a Gaza. Esta estrategia de unificación y minimización de controversias pasadas fue fundamental en el éxito electoral de Starmer, quien ahora liderará con una mayoría considerable, eliminando la necesidad de negociar o reconciliar facciones internas.
Por supuesto, también fue fundamental el desgaste y la implosión interna de los conservadores. Tras 14 años de gobierno de los “tories”, la sensación predominante es de desilusión y hastío, en marcado contraste con la euforia que siguió a los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012. La percepción generalizada es que nada funciona correctamente y que el futuro se vislumbra sombrío. Según la última encuesta de Reuters, el 55% de los británicos considera que el Brexit fue un error, mientras que sólo un 31% lo ve como un acierto. Las esperas en el Servicio Nacional de Salud han alcanzado niveles no vistos en décadas, y el servicio de agua en Londres enfrenta problemas críticos de contaminación y gestión. Las consecuencias de la austeridad, especialmente la falta de inversión pública, se reflejan claramente en el deterioro significativo de los servicios públicos. Los “tories”, además, no estuvieron exentos de conflictos internos graves. En los últimos 14 años de gobierno pasaron nada más ni nada menos que cinco primeros ministros, algunos de ellos muy breves, como la libertaria y ultra fiscalista Liz Truss, que duró menos de dos meses en Downing Street, tras intentar implementar un programa de ajustes inéditos al gasto público. Los conservadores no pudieron hacerle frente a las consecuencias negativas del Brexit, que ellos mismos provocaron, sumado a la recesión y la crisis económica posterior a la pandemia, agravada por la guerra en Ucrania y las sanciones contra Rusia. Esto los llevó a los peores números en décadas.
En 2015, a los 52 años, Starmer fue elegido para el Parlamento y poco más de un año después ingresó al gabinete en la sombra. Su papel más prominente llegó cuando Corbyn lo designó como su principal responsable del Brexit, tras el referéndum de 2016. Durante las elecciones generales de 2017 y 2019, Starmer ocupó un lugar en el gabinete en la sombra bajo la dirección de Corbyn, e incluso apoyó dos intentos fallidos de Corbyn de alcanzar el cargo de primer ministro. Sin embargo, Starmer tomó la decisión de expulsar a Corbyn del Partido Laborista tras una investigación sobre antisemitismo durante su mandato como líder.
Por lo pronto, Starmer ya se encuentra en el número 10 de Downing Street, dispuesto a llevar adelante los cambios prometidos, que los laboristas creen que necesita su país. En principio, dijo que nacionalizará tan pronto como sea posible los ferrocarriles, y aumentará de manera significativa la inversión pública en programas sociales, en salud y en educación, al mismo tiempo que buscará solucionar los graves problemas que afectan el acceso a la vivienda en el país. Al mismo tiempo que Europa enfrenta desafíos significativos y cambios profundos, el ascenso de líderes como Starmer y los cambios en el panorama político británico subrayan un nuevo capítulo en la política del Viejo Continente, marcado por la renovación y la reconfiguración de las fuerzas políticas tradicionales.