Durante los días 7, 8 y 9 de junio se llevaron a cabo las elecciones para el Parlamento en toda la Unión Europea (UE), con una participación potencial de más de 360 millones de personas en 27 países. Estas elecciones contaron con más de 15.000 candidatos de 569 listas, compitiendo por los 720 escaños del Parlamento Europeo. Este evento representa la segunda cita democrática más grande del mundo, después de India, que también celebró elecciones en esos días. La expectativa era especialmente alta debido al crecimiento de los partidos de extrema derecha.
En este contexto, la extrema derecha europea tuvo una de las mejores actuaciones en décadas. Por ejemplo, en Alemania, Alternative Für Deustchland (AfD) obtuvo el 16% de los votos, quedando detrás del partido oficialista Democracia Cristiana, que logró el 30%. Aunque no ganaron, este resultado es significativo, ya que representa la mejor elección de la ultraderecha alemana desde 1933. En un entorno donde todavía tienen margen de crecimiento, especialmente frente a desafíos como la inmigración y la sombra de Angela Merkel, el ascenso de la extrema derecha es notable.
El mayor impacto político se registró en Francia, donde la ultraderecha liderada por Marine Le Pen obtuvo el 30% de los votos, frente al 15% del presidente Emmanuel Macron. Este resultado obligó a Macron a disolver la Asamblea Nacional y adelantar las elecciones legislativas para fines de junio, con una posible segunda vuelta en julio. Le Pen, a través de su protegido político Jordan Bardella, desafió abiertamente a Macron, lo que refleja el creciente poder de la ultraderecha en Francia.
En contraste, el presidente español Pedro Sánchez logró contener el avance de la ultraderecha en España, donde el tradicional Partido Popular (PP) mantuvo una fuerte presencia. Vox, el partido de ultraderecha, solo alcanzó el 9% de los votos, mientras que el PP obtuvo el 34,2% y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Sánchez logró el 30,2%. Sin embargo, a nivel europeo, las elecciones confirmaron una tendencia hacia la derecha y el crecimiento de los movimientos ultraderechistas en el Parlamento.
La composición del Parlamento refleja esta tendencia, con un aumento en el número de eurodiputados de partidos extremistas y una disminución en representación de liberales y verdes. El Partido Popular Europeo (PPE) y los socialdemócratas mantienen una presencia significativa, pero la mayoría liberal y progresista se ve amenazada. Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea, enfrenta desafíos para su reelección, lo que la ha llevado a considerar alianzas con sectores de la ultraderecha, rompiendo el «cordón sanitario» establecido previamente.
Los votantes de extrema derecha en Europa suelen ser hombres de entre 30 y 64 años, pertenecientes a la clase trabajadora, con posturas críticas hacia la Unión Europea y la inmigración. Su preocupación por la falta de protección a los sectores productivos y su descontento con las políticas económicas y migratorias tradicionales han contribuido a su apoyo a los partidos de extrema derecha.
Representan tanto un malestar dentro del capitalismo realmente existente como una crisis profunda en las filas de las izquierdas. Este fenómeno, que ha venido gestándose durante años, puede comprenderse a través de los aportes del pensador Mark Fisher. Históricamente, la izquierda ha sido un espacio de debate académico, discusión de ideas y creación de teorías, en constante búsqueda de alternativas al status quo. Mientras que la derecha tiende a reforzar la lógica existente, el progresismo, por naturaleza, se ve compelido a ofrecer alternativas concretas. Sin embargo, en las últimas décadas, las izquierdas han abandonado en gran medida sus posturas revolucionarias en economía para centrarse en la política identitaria, dejando de lado la urgencia de transformaciones estructurales.
La izquierda, frecuentemente acusada de distanciarse de los sentimientos populares en aras de sutilezas intelectuales, ha perdido su discurso claro y efectivo. Como señalaba Fredric Jameson, «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». En este sentido, Fisher introdujo el concepto de «realismo capitalista», describiendo la lógica en la cual la izquierda abandonó sus postulados históricos para abrazar el libre mercado.
El pragmatismo socialdemócrata europeo, al dejar de proponer alternativas al sistema realmente existente, ha contribuido al debilitamiento del progresismo. Políticas centradas en la ampliación de derechos a minorías, si bien necesarias, no son suficientes para construir identidad ni arraigo en los perdedores de la globalización.
Es evidente que existe una crisis del progresismo y la socialdemocracia, la cual requiere una reinvención urgente para sobrevivir. La izquierda debe recuperar su esencia de ofrecer un futuro diferente al propuesto por el capitalismo y la globalización económica uniformadora y totalizante. En la actualidad, un número creciente de personas se siente enojado y resentido con el sistema, conscientes de que han perdido y necesitan hacer escuchar su bronca. Sin embargo, la izquierda, en lugar de representar estos sentimientos, se ha convertido en un espacio para lo políticamente correcto.
El ascenso de la extrema derecha en Europa es un fenómeno complejo que refleja el descontento con el status quo político y económico. Aunque los resultados varían según el país, la tendencia hacia una mayor aceptación de los partidos de extrema derecha en el panorama político europeo es innegable, lo que plantea desafíos significativos para la estabilidad y la cohesión de la UE. La crisis del sistema hoy es más marcada y profunda que nunca.