En medio de un escenario internacional repleto de incertidumbres y peligros, Italia pierde al gobierno encabezado por el tecnócrata Mario Draghi. Luego de una semana repleta de idas y venidas, el ya ex primer ministro, que en un momento le había sido rechazada su renuncia por parte del presidente Sergio Mattarella, finalmente dejó el cargo. Draghi no fue capaz de volver a formar gobierno luego de la partida del Movimiento 5 Estrellas, y tras choques con el resto de los socios de la coalición gobernante.
Italia se enfrenta a un nuevo descalabro institucional, que suelen ser moneda corriente. Por ahora, Draghi se mantendrá en funciones para cuestiones básicas del funcionamiento institucional y económico del país, hasta tanto pueda conformarse el nuevo gobierno.
Más allá de las particularidades muy propias de la política de la República Italiana, se trata del cuarto gobierno europeo que cae en el transcurso del mes de julio, sumándose a los casos de Estonia, Bulgaria y Gran Bretaña. Todo ello, con el telón de fondo de la guerra en Ucrania, la escasez energética de cara al invierno europeo, la inflación mundial más alta en décadas, y una probable recesión económica en ciernes. Sindicatos, patronales empresarias, y hasta la iglesia católica mostraron su apoyo a la continuidad de Draghi, que estaba al frente de la coalición multipartidaria desde febrero de 2021, pero no fueron suficientes.
Ahora, Mattarella deberá realizar la convocatoria a elecciones anticipadas, que, según parece, se celebrarán a comienzos de octubre. Lideres de distintas facciones políticas, como el inefable Silvio Berlusconi o Matteo Salvini, se han mostrado de acuerdo con esta opción. Ambos saben que podrían llegar a integrar un probable nuevo gobierno, aunque ya no a encabezarlo.
Quien se encuentra como principal favorita en todas las encuestas es la ultraderechista Giorgia Meloni, de la formación política Fratelli d’Italia. Meloni reivindica abiertamente la herencia del fascismo y la figura de Benito Mussolini; la comparan con la también extremista Marine Le Pen, aunque tiene algunas características que la convierten en peculiar. Podría ser la primera mujer de la historia italiana en llegar al cargo de primer ministro, y, en caso de concretarse los pronósticos, lo haría con la derecha tradicional de Forza Italia, de Berlusconi, y la también ultra de La Liga, de Salvini, como apoyos en la coalición. Se trataría de un gobierno mucho más homogéneo que el de Draghi, que integraba a prácticamente todo el arco político, desde la izquierda a la derecha.
El discurso de Meloni no es muy diferente al de sus pares europeos de extrema derecha. Rechaza abiertamente la inmigración y los movimientos LGBTIQ+, pero también el neoliberalismo económico y el poderío de la autoridad central de la Unión Europea por sobre el resto de los Estados. Euroescéptica y contraria al multilateralismo, no está muy claro cómo sería el nuevo rol del país en la OTAN si Meloni llega al poder. Igual que Salvini, siempre tuvo lazos con la Rusia de Vladimir Putin, a quien decían admirar. Sin embargo, tras la invasión rusa a Ucrania esto cambió, al menos públicamente. Ambos han expresado cada vez que pueden su apoyo al gobierno de Zelensky y aseguran no tener nada que ver con el líder ruso. Meloni incluso pidió que el gobierno de Draghi envíe armas a Ucrania, y que redoble el apoyo de Roma a Kiev. El gran asset político de Meloni es que se mantuvo en la oposición desde su irrupción en la escena pública, en un contexto de crisis y gobiernos ineficaces.
Se opuso a la formación del gobierno populista que formaron su ahora aliado Matteo Salvini y el Movimiento Cinco Estrellas, y luego también se mostró contraria al que formaron el Cinco Estrellas con el partido Democrático (de centroizquierda), ambos encabezados por Conte. También estuvo afuera del gobierno de unidad nacional de Draghi. Esto le otorga cierta “credibilidad” en un contexto de profundo hastío de los políticos tradicionales, además de que puede despegarse fácilmente del fracaso de gobiernos que siempre criticó y prefirió no integrar.
Cuando se confirmó la caída de Draghi, Meloni festejó en Piazza Vittorio y afirmó: “La historia me dio la razón. Me acuerdo cuando todos me miraban de arriba a abajo porque no entendían nada”. Meloni está segura que, si logra la unidad de todo el campo político de derecha, desde el centro al extremo, gana las elecciones con amplio margen. Quizás esta sea la única forma de asegurar un gobierno italiano que permanezca en el cargo más del promedio. Su diagnóstico es que la heterogeneidad de los últimos tres gobiernos italianos imposibilitó su funcionamiento, y que la única manera que un Ejecutivo sea eficaz es cuándo “tienen una mayoría unida, con una visión compartida”.
Así, Italia se encamina a tener un nuevo gobierno populista de derecha, aunque, esta vez, sería diferente del que encabezó Salvini. El liderazgo de Meloni parece sólido, y también lo sería el Ejecutivo, en caso de poder llegar, esta vez, sin apoyos “externos”. Esto genera resquemor, no sólo en el establishment, sino en la OTAN, y, sobre todo, en la UE. Más allá de las declaraciones de los últimos meses, no está claro qué opinaría Putin. Probablemente no lo vea con tan malos ojos.