Francia es un país único y particular en muchísimos aspectos; el electoral, por supuesto, no podía ser una excepción. Los galos son el único país de las principales democracias occidentales en tener una segunda vuelta para las elecciones legislativas. A su vez, cuentan con un sistema parlamentario que también es singular. A diferencia de Italia, donde el presidente es poco más que una figura decorativa y el poder político recae sobre todo en el primer ministro, en Francia quien detenta la mayoría del poder es el presidente, pero, al mismo tiempo, tiene una especie de contrapeso en el premier, que, al mismo tiempo, también puede ser de diferente signo político al del mismo presidente.
Este podría ser el caso sí, en la segunda vuelta del próximo domingo resultase triunfante la izquierda encabezada por Jean-Luc Mélenchon. Sucede que en la primera vuelta la lista Ensemble (Juntos) de Macron fue la más votada, con un 25,75%, pero con apenas 21.000 votos más que la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), de Mélenchon. Tercero quedó la coalición de ultraderecha Reagrupamiento Nacional, con 18,68% de los votos. Ademas, los comicios estuvieron marcados por un ausentismo récord: más del 52% decidió no acudir a las urnas.
De una esquina a la otra
Sorpresivamente, o no, los resultados fueron diferentes a lo que sucedió con los comicios presidenciales, donde la ultraderecha de Marine Le Pen había logrado ingresar al ballottage. Esta vez, los franceses optaron por meter en la segunda vuelta a la ultraizquierda. Lo que se mantiene, en ambos casos, es cierto sentimiento anti sistema, de profundo rechazo a las elites y al establishment.
Tampoco es casual, en ese marco, que, a pesar de ser dos propuestas ideológicas y políticas diametralmente opuestas, tanto Le Pen como Mélenchon compartan una porción del electorado. Se trata de trabajadores de los decadentes cordones industriales, trabajadores rurales, estudiantes, y, en líneas generales, los principales perdedores de la globalización, descontentos con el sistema político imperante, representado hoy por Emmanuel Macron. Si bien el partido del presidente parte como favorito para el domingo, la izquierda se encuentra ante una oportunidad histórica. En el caso que Jean-Luc Mélenchon sea electo premier, se espera que una eventual convivencia con Macron sea extremadamente compleja. Mélenchon es un ávido opositor de todas las iniciativas presentadas por el oficialismo, especialmente aquellas que tienen que ver con la modificación de los sistemas laborales y provisionales.
Si bien los macronistas se posicionan como los favoritos para ganar la segunda vuelta, quedan debilitados respecto de su última performance, perdiendo siete puntos porcentuales desde las elecciones de 2017, donde habían obtenido 32,3% en primera vuelta. De acuerdo con las proyecciones, en el ballottage podrían quedarse con cerca de 300 escaños de diputados en la Asamblea Nacional, siendo el umbral de mayoría absoluta 289. Sin embargo, el sector de izquierda podría convertirse en la principal fuerza de oposición, aunque no obtengan la mayoría en la segunda vuelta, llegando a tener entre 180 y 210 diputados. El frente de Le Pen se quedaría con un número magro de entre 10 y 25 parlamentarios.
Ya de por si eso es un logro histórico para la hasta ahora alicaída izquierda francesa, marcada por sonados fracasos y divisiones durante los últimos años. El liderazgo de Mélenchon fue un soplo de aire fresco para el progresismo francés, posicionándolo nuevamente como capaz de disputar poder real.
El mayor activo del macronismo es mostrarse como los únicos capaces de aportar a la “estabilidad” por fuera de los “extremos”. Así se pronunció la primera ministra de Macron, Élisabeth Borne, luego de conocerse los resultados: “No podemos correr el riesgo de la inestabilidad” que representa para el oficialismo el avance de los partidarios de Mélenchon.
Adiós a la Quinta República
Al igual que lo sucedido con los todavía frescos comicios presidenciales, los franceses volvieron a decretar la muerte de los partidos tradicionales de la V República. Tanto los conservadores, como los liberales o los socialistas, que dominaron la escena política durante la segunda mitad del siglo XX, parecen hundidos en una caída libre sin retorno en las preferencias políticas de los galos.
El actual escenario de tres tercios se divide entre figuras relativamente “nuevas” y “ajenas” al sistema tradicional. Al mismo tiempo, los extremos son más extremos que nunca, y el “centro” intenta mostrarse más centro que nunca. Por ultraderecha Le Pen, por izquierda Mélenchon, y por “centro” Macron.
Francia es un caso paradigmático de cómo los partidos tradicionales ya no logran representar a sus propias bases electorales, y es en ese escenario donde los votantes optan por opciones extremas, novedosas o radicalizadas.
El desafío de Macron, durante su segundo mandato, será intentar estabilizar y protagonizar esta especie de nuevo orden francés, en un contexto social y político convulso, tanto interno como externo. Mientras tanto, la izquierda y la derecha seguirán peleando por transformar el sistema, todo indica que cuentan con terreno fértil para hacerlo.