El papa Francisco fue a Mongolia en una visita histórica. Probablemente sea la antesala del que sería el viaje más inédito y rupturista de todos: su llegada a la República Popular China (RPCh).
La visita de Francisco a Mongolia es importante no sólo por ser la primera vez que un papa visita ese país asiático, sino también porque puede ser la antesala de un viaje apostólico a la RPCh. Mongolia es un Estado de Asia oriental con 3.348 millones de habitantes, y apenas 1.500 católicos, dos sacerdotes mongoles, y 23 párrocos extranjeros. Hasta hace 15 años había sólo 300 bautizados.
Los católicos tienen una generación de existencia en Mongolia, si bien el cristianismo estuvo presente en la región durante cientos de años. La iglesia católica recién fue reconocida en Mongolia en 1992, después de la caída del régimen comunista aliado de la Unión Soviética y la consagración de la libertad religiosa en su Constitución.
Para llegar a la capital mongola, Ulán Bator, atravesó espacio aéreo chino. El protocolo Vaticano indica que el pontífice envíe saludos oficiales cuando vuela sobre otro país. El papa envió saludos a Xi Jinping: «Augurios de buenos deseos a su excelencia y al pueblo de China”. Es la primera ocasión que un pontífice visita Mongolia, en una época en la que las relaciones del Vaticano con los dos poderosos vecinos de Mongolia, Rusia y China, están de nuevo bajo tensión, tras un período de acercamiento y negociaciones permanentes.
Un grupo de ciudadanos chinos viajaron, vía Hong Kong, a ver al papa, que les dirigió algunas palabras y les dijo que sean «buenos católicos y buenos ciudadanos». Beijing habló de «reforzar la confianza mutua” con el Vaticano, con quien no tiene relaciones diplomáticas desde la proclamación de la República Popular por parte de Mao Tsé Tung en 1949, y el posterior rompimiento de Pio XII, en 1951. Entonces se crearon dos iglesias: una “clandestina”, apoyada por el Vaticano, y otra oficial, controlada por el Partido Comunista, que nunca dejó de nombrar obispos y cardenales de manera unilateral, sin el reconocimiento pontificio.
En 2018, tras la firma de un acuerdo inédito, el Vaticano reconoció, por primera vez, a siete obispos nombrados por la RPCh, iniciando un deshielo sin precedentes. Aunque hay apenas diez millones de católicos en China, es, luego de África, la región donde existe un mayor crecimiento de católicos en el mundo. Además, este acercamiento representa un signo más en la nueva etapa de la política internacional aperturista del presidente Xi Xinping respecto de occidente.
Además, un reordenamiento geopolítico en el cual el papa Francisco ha decidido ser un actor fundamental.
De alguna manera, comenzando un proceso de normalización diplomática con el Vaticano, China se acerca a un legitimador importante en Occidente. Tanto el Vaticano como el gobierno del gigante asiático son conscientes del poder que ostentan el “soft power” y lo simbólico en la arena internacional.
El cardenal Matteo Zuppi viajará a China, en la que será la cuarta etapa de su misión por la paz en Ucrania (que ya incluyó encuentros en Kiev y en Moscú en junio, y una visita a Joe Biden la semana pasada). Se trata de un acercamiento clave de cara a lo que puede venir.
En diciembre pasado Francisco dio otra señal de acercamiento a China, al declarar «venerable» (primer paso hacia la beatificación) al jesuita misionero en China, Matteo Ricci, clave para el catolicismo chino. Se inicia así un proceso que puede terminar en la beatificación, aunque aún tiene que pasar por varias etapas y puede llegar a tardar años.
Antes de la firma del convenio de 2018, el papa había promovido una «diplomacia de la cultura», a partir de acuerdos entre instituciones chinas y los Museos Vaticanos, que incluyeron una muestra de obras llevadas desde Roma a Beijing.
La figura de Matteo Ricci es fundamental en esta historia. El jesuita nació en Italia en 1552 y se unió a la Compañía de Jesús. Su deseo de llevar el cristianismo a China lo llevó a emprender un largo viaje hacia el Este en el siglo XVI. Llegó a Macao en 1582, donde comenzó su misión. Una de las contribuciones más notables de Ricci fue la introducción de la astronomía y la cartografía europea en China. Sus mapas y conocimientos astronómicos impresionaron a los chinos de la época. Ricci también tradujo libros europeos al chino y viceversa.
A pesar de las dificultades, Ricci logró establecer una comunidad cristiana en China. Su legado perdura en la actualidad con una iglesia católica en crecimiento en el país. En ese punto, es una clara inspiración tanto para Francisco como para los chinos que buscan un acuerdo. Sin dudas, lo que busca Francisco es algo similar a lo que alcanzó aquel jesuita: tender puentes entre Occidente y Oriente a través del respeto mutuo, el entendimiento común y el trabajo en conjunto.