En medio de una conmoción que recuerda a los movimientos estudiantiles de los años 60, los campus universitarios de EEUU se han convertido en centros de protesta contra una guerra distinta, pero igualmente devastadora. A diferencia de las cartas de reclutamiento de aquellos años, ahora son los videos virales en las redes sociales los que muestran las atrocidades cometidas contra la población civil palestina, en un conflicto en el que Washington tiene un nivel de involucramiento distinto.
En Medio Oriente, la ciudad de Rafah enfrenta su propia crisis, con Israel preparando una posible ofensiva que despierta temores de catástrofe humanitaria y tensiones internacionales, mientras las negociaciones de alto el fuego se estancan. En el contexto de esa creciente violencia, el ejército israelí anunció el martes el control operativo del lado palestino del paso de Rafah, en la frontera con Egipto. Esta acción se produce tras una noche de intensos bombardeos. Las autoridades israelíes aseguran haber eliminado a 20 presuntos «terroristas de Hamás». Aunque se trata de una operación limitada, no representa una ofensiva terrestre a gran escala, ante la cual las potencias mundiales han advertido sobre las terribles consecuencias humanitarias. Rafah, situada en la parte sur de la Franja de Gaza, es un punto crucial de acceso que sirve como puerto de salida para enfermos, heridos y viajeros, así como refugio para más de un millón de palestinos desplazados por los ataques y la incursión terrestre israeli. Este aumento repentino en la población convirtió a Rafah en el mayor campo de desplazados del mundo.
La situación en Rafah ha sido objeto de intensas tensiones desde que Israel lanzó la operación de febrero, desatando críticas y advertencias sobre posibles consecuencias humanitarias. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ordenó la preparación de una ofensiva mayor en la ciudad, argumentando la presencia de combatientes de Hamás y la necesidad de eliminar su poder militar en Gaza. Sin embargo, la comunidad internacional expresó su preocupación por el posible impacto en la población civil y en las negociaciones de alto el fuego en curso, particularmente tras la aceptación por parte de Hamás de una propuesta de armisticio. A pesar de los elogios de algunos líderes internacionales, incluido el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, las negociaciones no avanzan. La escalada militar en Rafah plantea un desafío adicional en las relaciones entre Israel y EEUU, ya que el presidente Joe Biden expresó su rechazo a una ofensiva sin garantías de protección para los civiles.
Las protestas que estallaron en la Universidad de Columbia hace dos Semanas se han extendido a numerosos Campus universitarios, así como a universidades en Europa y Medio Oriente. Aunque se han registrado algunos casos aislados de apoyo a la organización Hamas, la gran mayoría de estas manifestaciones, aunque claramente pro palestinas, exigen el fin de la intervención militar israelí y abogan por la paz en la región. Uno de los principales reclamos de los estudiantes y profesores involucrados es la ruptura de vínculos entre las instituciones educativas y las universidades israelíes, lo que ha generado acusaciones de antisemitismo por parte de republicanos, medios de derecha y algunos más cercanos al Partido Demócrata. Los enfrentamientos entre activistas pro palestinos y pro israelíes en los campus reflejan la profunda polarización que atraviesa EEUU desde hace tiempo, y que ahora se extiende a las posturas sobre el conflicto palestino-israelí.
En un año electoral este tipo de eventos tienen repercusiones impredecibles en la política interna. El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, pidió la renuncia del presidente de la Universidad de Columbia, pero fue interrumpido y abucheado repetidamente por una multitude, que incluía a otros legisladores de su partido. La representante demócrata de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, condenó la gestión de los administradores universitarios en este asunto, coincidiendo con comentarios hechos por otro demócrata de Nueva York, Jamaal Bowman, quien acusó a Columbia de ceder ante «la presión de la derecha» solo un día antes.
Es evidente que, a pesar de las acusaciones de los republicanos, otras manifestaciones de grupos más afines a Trump, como la marcha Unite the Right, y varias convocatorias de los Proud Boys, sí exhibieron claramente posturas antisemitas y tendencias neonazis. Sin embargo, se les permitió llevar a cabo sus actividades en virtud de los derechos protegidos por la Primera Enmienda. En contraste, estas protestas en los Campus han sido reprimidas de manera similar al Movimiento por los Derechos Civiles de los años 60. La policía antidisturbios se desplegó antes del inicio de las protestas, los manifestantes pacíficos fueron maltratados y algunos fueron empujados por la policía hacia la autopista para ser arrestados. Incluso se utilizó una pistola Taser contra personas ya esposadas, lo que constituye una represión violenta de manifestaciones pacíficas, llegando al extremo de desplegar francotiradores en el Campus.
Por lo pronto, Biden necesita que se alcance un cese al fuego más temprano que tarde, para mostrar que es capaz de controlar una región que hace tiempo se le fue de las manos a Washington. A su vez, debe poder manejar un frente interno cada día más complejo y radicalizado. Israel también se encuentra en una encrucijada paradojal: necesita mostrar mayores éxitos militares, pero, al mismo tiempo, no puede darse el lujo de seguir viendo cómo se esmerila su imagen internacional. Lo que sucede por estas horas en los Campus estadounidenses y en la Franja de Gaza tiene bastante más relación de lo que parece a pesar de las distancias geográficas y culturales.