Durante el fin de semana, el ministerio de Defensa de Irán informó que tres drones atacaron el complejo militar de Isfahan, ubicado en el centro del país persa. Al mismo tiempo se produjeron ataques en las ciudades de Azarshar, Karaj, Khoy, Rasht, Hamedán y en la capital, Teherán; los principales blancos fueron cuarteles militares, instalaciones petroleras, depósitos de municiones y fábricas de armas, más precisamente de drones explosivos Shahed-136, es decir, los que Teherán exporta a Rusia en el marco de la guerra de Ucrania.
Esto se dio mientras el país todavía atraviesa una ola de protestas y agitación social que lo han puesto en los focos de gran parte de la comunidad internacional. No obstante, es poco probable que estos hechos tengan algo que ver con las manifestaciones, sino, más bien, con la actuación a nivel internacional del gobierno de los ayatollahs.
Irán ha desplegado su política exterior, tanto en Siria como en Líbano, Irak y Yemen, con intereses, a su vez, en las regiones de Gaza y Cisjordania. Esto lo ha llevado a profundizar sus enfrentamientos con otras potencias regionals, como Israel o Arabia Saudita. Irán también ha expandido sus vínculos con Venezuela y Cuba, en América Latina (a partir del denominador común de las sanciones de los EEUU) y, especialmente en el último tiempo, con Rusia. Durante la guerra en Siria, las tropas de Moscú actuaron en conjunto con las iraníes en el combate al DAESH, el autodenominado Estado Islámico.
Nadie se adjudicó los ataques, y tampoco hay indicios claros de quién podría ser. No es la primera vez que Irán sufre un ataque de características en su territorio. También en enero de 2020, EEUU asesinó al general de la Fuerza Quds (una división de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica) Qassem Souleimani. En aquel momento, más allá de la retórica incendiaria de los líderes iraníes, no hubo represalia por parte de Teherán. Todo indica que esta vez tampoco la habrá.
Aunque Ucrania también tendría motivos, la hipótesis más “lógica” indicaría que quién estuvo detrás del ataque fue Israel. Los israelíes serían los únicos con la capacidad logística, tecnológica y militar para llevar adelante acciones de estas características, e, incluso, sin provocar ningún tipo de bajas civiles. Israel posee misiles hipersónicos -los Jericho 3- cuyo alcance es mayor a 4.000 km: son armas con una capacidad destructiva compleja de describir, pero que podría arrasar cualquier país a esa distancia en pocas horas. Esto, entre otros motivos, convierte a Israel en la principal potencia militar y tecnológica de Medio Oriente. Sin embargo, el ataque se produjo con drones, los que deberían haber salido desde la región del Kurdistán, donde proliferan grupos extremistas y se encuentran enfrentados con el gobierno iraní.
Hace tres días que Israel y los EEUU llevan a cabo ejercicios militares en conjunto. Además, el viernes a la noche y el sábado a la mañana se produjo la masacre más grande sufrida por Israel desde el año 2011. El viernes, un palestino asesinó a ocho judíos a la salida de un rezo en Neeve Yaacov, en Jerusalén, mientras que el sábado un atacante hirió a dos israelíes en el asentamiento de colonos judíos Ciudad de David, ubicado en el barrio palestino de Silwan, en Jerusalén Este, lo que incrementó de manera exponencial las tensiones.
Desde que se iniciaron las protestas en Irán, cerca de 500 personas, entre ellas más de 60 niños y 30 mujeres, fueron ultimadas por las fuerzas de seguridad. Las personas abatidas corresponden a 25 provincias del país, aunque la mayoría de ellas provienen de Sistán, Baluchistán, Azerbaiyán Occidental, Manzandarán, Teherán, y, particularmente, Kurdistán. Ya son más de tres meses de manifestaciones en el país, lo que habla a las claras de una necesidad de transformación concreta de las estructuras. Quienes están al frente de las movilizaciones son jóvenes de entre 20 y 40 años que ya no se sienten interpelados por el discurso de los Ayatollahs. La principal demanda es la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, aunque no es la única. También exigen una apertura democrática real y un mayor bienestar económico, que, en un contexto de crisis global, el régimen no está pudiendo otorgar a sus ciudadanos para legitimarse. Las protestas en Irán están sostenidas por amplios sectores de la población, muchos de los cuales no necesariamente exigen instaurar valores o un sistema occidentalizado, sino modernizar el sistema para que las nuevas generaciones también se sientan incluidas. Por lo pronto, esto parece bastante lejos de concretarse, mientras el régimen ingresa en una de sus etapas más represivas y duras. A esto, ahora, se le suma un acecho externo más concreto, que demuestra que puede atacar, si quiere, el país, y sin mayores consecuencias. El régimen surgido a partir de la Revolución Islámica de 1979 se encuentra en uno de sus momentos más complejos y endebles.