En un caso inédito en la historia de los Estados Unidos, la mansión que Donald J. Trump tiene en Palm Beach, Florida, “Mar-a-Lago”, fue allanada el pasado lunes por el Federal Bureau of Investigation (FBI). La operación fue previamente autorizada por una Corte de Justicia, al inquilino número 45 de la Casa Blanca de lo acusa de ocultar documentos clasificados. Sin embargo, esta no es la única, y ni siquiera la más grave acusación que pesa sobre la cabeza del ex presidente. Las supuestas responsabilidades de Trump en la toma del Capitolio, producida por un grupo de seguidores suyos el 6 de enero de 2021, aún están por verse.
Trump acusa a los “izquierdistas radicales del Partido Demócrata” de estar detrás de lo que, aduce, es una persecución judicial para “proscribir” su candidatura en 2024: “Es un ataque de los demócratas de la izquierda radical que desesperadamente no quieren que me postule a la presidencia″. Trump tiene un “comité de acción política”, al que llamó “Save America” (Salvar EEUU), rememorando su “Make America Great Again” (Hacer a EEUU grande de nuevo) que lo llevó a la presidencia en 2016. A través de esa plataforma, el ex mandatario denunció: “Mi hermosa casa, Mar-A-Lago, en Palm Beach está sitiada, allanada y ocupada por un grupo de agentes del FBI”. El magnate, además, se dirige a sus seguidores a través de su propia red social, Truth Social, luego de haber sido baneado de Facebook, Instagram, Twitter y YouTube, entre otras.
Trump, que no se encontraba en la vivienda, afirmó que el allanamiento se produjo sin previo aviso, y que tal medida no era necesaria ni apropiada. De acuerdo con el ex presidente, los demócratas armaron un sistema de justicia para perseguirlo y hostigarlo. Trump llegó a comparar lo sucedido en su mansión con el escándalo de Watergate, que le costó la presidencia a Richard Nixon en 1972. Lo cierto es que, si hay alguna comparación a lo largo de la convulsionada historia de los EEUU es, efectivamente, con el ex presidente, también republicano. Nixon fue indultado diez meses después de su renuncia por su sucesor, Gerald Ford, pero, en 1975, debió comparecer a puertas cerradas ante dos fiscales y llegó a declarar 11 horas, durante dos días, ante un Gran Jurado federal respecto de lo que había sucedido en Watergate. Trump podría ser acusado formalmente de algo más grave: haber organizado los sucesos del Capitolio para evitar la toma de posesión del cargo de quien lo derrotó en las elecciones de noviembre de 2020, Joe Biden.
Sin embargo, la actual investigación de la que es objeto el ex presidente tiene que ver con el mal manejo de Archivos Nacionales, algo penado por la Ley de Registros Presidenciales, que exige la preservación a los fines históricos y de transparencia ante los ciudadanos, de notas, cartas, mails, memorandos, o faxes de los presidentes durante el ejercicio de su cargo.
Los propios ex asesores de Trump afirmaron que el mal manejo de los archivos era la norma durante sus años en la Casa Blanca, a tal punto de que llegaba a extraviarlos, perderlos, o incluso, destruirlos de manera deliberada. Ya en enero pasado le fueron secuestradas 15 cajas que contenían este tipo de archivos. Aunque el allanamiento del pasado lunes fue, hasta ahora, el movimiento más agresivo en su contra. Según denunció el mismo Trump, hasta le abrieron su caja fuerte, aunque no aclaró qué elementos le fueron sustraídos. El Departamento de Justicia aún se encuentra investigando el contenido de esas cajas; las leyes federales prohíben cualquier traslado de documentos clasificados a lugares no oficiales o ajenos a establecimientos gubernamentales. La CNN difundió imágenes que, supuestamente, revelarían dos momentos en los que Trump habría tirado documentos oficiales por el inodoro.
De acuerdo con lo que cuentan sus mismos ex asesores, el ex presidente se mofaba de las leyes respecto de los registros, y afirmaba que eliminaba los documentos luego de leerlos.
Trump, como ajeno al establishment político que era, probablemente haya estado acostumbrado a todo tipo de manejo de la información y de los bienes. El manejo que hizo de lo público se pareció más a lo que hubiera hecho con sus empresas o establecimientos privados.
La popularidad de Joe Biden no se encuentra, precisamente, en su momento más alto. EEUU se encuentra técnicamente en recesión, tras tres trimestres consecutivos donde se produjo una caída del PBI, y la posición de los demócratas de cara a las elecciones de medio término del 8 de noviembre de este año no es la mejor. Las posibilidades de Trump de ser candidato a presidente y retornar a la Casa Blanca en 2024 no suenan tan descabelladas. Por supuesto, eso dependerá también de cómo se desarrolle su situación judicial en el corto y mediano plazo. Si hay algo seguro es que el ex presidente seguirá dando mucho que hablar en los próximos meses, y quizás en los años venideros. Shakespeare escribió que la vida “es un cuento relatado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin significado alguno”, esto fue célebremente tomado por William Faulkner para su novela “El ruido y la furia”, publicada en 1929. Si hay alguna forma de calificar la presidencia de Trump y sus posteriores consecuencias, no habría una mejor que esa: ruido y furia.