Hoy pongo una escena sencilla sobre la mesa. Decido dejar las harinas. A los días pruebo una medialuna que me regala una amiga: gesto cariñoso que, sin querer, choca con mi elección. Ahí se asoma el autosabotaje: la distancia entre lo que deseo y lo que permito. Con las vejeces pasa algo parecido: decimos querer vidas largas y con derechos, pero muchas veces las contamos/narramos desde la falta, la carencia. Esa forma de narrar alimenta estereotipos y actitudes viejistas.
Gaby Piccoli llama “programación” a esos hábitos y creencias que se activan solos. Su invitación es práctica: tomar un poco de distancia, mirar lo que pasa y elegir mejor. La buena noticia es que se puede. Cambiar el guión empieza por cambiar la mirada.
En El Club de la Porota esto significa contar, narrar vivencias y visibilizar vejeces vitales, vigentes, reales. También hablar de cuidados en el sentido que propone Leonardo Boff: un cuidado relacional y bidireccional, que reconoce la autonomía y la voz de cada persona. En lo cotidiano, el cuidado se vuelve microdiálogo. Por ejemplo: “Valoro tu intención; ¿podés preguntarme qué necesito antes de decidir por mí?” Ese gesto suelta la resignación y habilita autonomía. El centro es la escucha: a mí, a la otra persona y al contexto.
La soledad no deseada ¿es un destino? Es una señal. ¿Qué puedo hacer hoy, que tengo a mano para salir del autosabotaje? Puertas simples: escribirle a una vecina para tomar un mate, sumarme a un coro o taller del barrio, ofrecer una habilidad, preguntar “¿en qué puedo ayudar?”, acercarme al centro de jubilados, al club, etc. Participar cambia la vista del punto: dejo de mirar “el problema” y me miro en relación con otros. Me alejo de la expectativa y me sumerjo en el mundo de las infinitas posibilidades. Me abro a lo que acontece.
También ayuda cuidar las palabras. Si repito “a esta edad ya no…”, me voy corriendo de escena. Hackear el viejismo es NO alimentar la idea de que, al envejecer, dejo de ser protagonista. Ser protagonista no es hacerlo todo sola: es poder elegir, pedir y ofrecer cuidados que respeten esas elecciones.
Propongo esta introducción a modo de preludio para mirar el autosabotaje de María y abrir paso a la propuesta de Verónica Gámez: tender puentes. Pasos simples y entrenables: reconocer, expresar, nombrar sin juicio, pedir con claridad y escuchar. En lo chiquito de cada día, el guion empieza a cambiar. Tal vez ahí, en lo pequeño y cotidiano, empiece nuestro autosalvataje colectivo.
• ¿Qué puente construyo hoy?
• ¿Qué cuidado pido y ofrezco sin perder autonomía?
• ¿A qué espacio cercano me asomo para integrarme?
Agradezco a Gaby Piccoli, a quien entrevistaré el 16 de octubre junto a Mariela Lucca, por su libro Del autosabotaje al autosalvataje y por acercarnos conceptos y prácticas que nos ayudan a hackear el viejismo.
María y su resistencia al cambio
María es seguidora del Club de la Porota desde hace muchos años. Esta semana le enviamos por WhatsApp la invitación a varios de los eventos organizados por el Día de las Personas Mayores. Había dos gratuitos y uno arancelado: el de Fuerza Mayor, previsto para mañna, 1° de octubre, a las 20h en el Teatro Comedia.
María elige el arancelado, pero enseguida responde: “quiero ir… aunque no tengo plata”. Le ofrezco las entradas, con una sola condición: que realmente se comprometa a asistir para no dejar afuera a quienes también desean estar. Entonces surgen nuevos obstáculos: “mi marido está enfermo… mi nuera no puede acompañarme… mi hijo tampoco…”.
La invitación estaba ahí, pero aparecía la vieja trampa del autosabotaje. La queja, la excusa, el “no voy a poder” disfrazado de circunstancias. Cuando le digo con claridad: “si querés las entradas, están a tu disposición; lo único que te pido es que te comprometas”, algo se mueve. María agradece que la haya registrado, que la haya insistido, que la haya contestado todos los mensajes. Ese reconocimiento la activa: pide ayuda, busca con quién ir y encuentra a alguien que la acompañe. Todavía queda un resabio de autosabotaje: “¿puedo ir sin mi dentadura?” Mi respuesta es simple: “sí. Nadie hará foco en eso. Vos sólo tenés que estar ahí para disfrutar”.
Esta escena cotidiana nos muestra de qué hablamos cuando decimos hackear el viejismo. Es salir del loop de la queja, de la excusa, de la mirada que nos limita, y elegir narrarnos desde otro lugar: el de la soberanía personal, el del deseo, el de la acción. El autosabotaje suele decirnos “no podés”, “no vas a estar a la altura”, “mejor no te expongas”. Hackearlo es animarnos a dudar de ese guión repetido, a desarmarlo, a poner en marcha otra narrativa.
María pudo correrse de esa órbita de excusas y entrar en otra frecuencia: la de la participación, la del encuentro, la del disfrute. Y ese gesto, tan pequeño en apariencia, es en realidad un acto de regeneración narrativa: transformar cómo nos contamos. Cómo narramos la vejez, la vida, el deseo.
El hackeo al viejismo es elegir salir de la trampa del autosabotaje y afirmarnos en la vida en común- unidad con nosotros y los otros.
El “puente de la comunicación” que propone Verónica Gámez es una práctica sencilla para transformar conflictos en encuentros. En lugar de levantar muros, tendemos un puente con palabras que cuidan: reconocer al otro, decir qué me pasa, nombrar sin juicio y pedir con claridad, escuchando la respuesta. Esta micro-metodología se puede entrenar en casa, en los diferentes espacios que habitamos, en instituciones y en la calle. Sirve para desactivar actitudes viejistas, soltar la resignación y promover autonomía y dignidad en todas las edades. No requiere grandes discursos: sólo presencia, escucha y pasos simples, repetidos muchas veces. Con Vero, vamos a ensayar ese puente y a ponerlo en circulación comunitaria.
El puente de la comunicación de Kidpower®: cuando un conflicto se convierte en oportunidad de encuentro
En mi tarea como directora de una escuela primaria, enseño a los niños y niñas una herramienta sencilla y poderosa: el puente de la comunicación de Kidpower®. Forma parte de las prácticas que aprendí como instructora de Kidpower Argentina®, organización dedicada a la enseñanza de habilidades de seguridad y comunicación positiva. Cada vez que surge un conflicto, lo ponemos en práctica juntos.
La metáfora es simple: cuando hay un problema, en lugar de levantar un muro, tratamos de tender un puente. Este puente tiene pasos: primero reconocer al otro con una frase de aprecio o comprensión, luego expresar lo que me pasa y cómo me siento con lo que pasa, luego señalar sin juicio y de manera precisa qué conducta me incomoda, finalmente pedir con respeto y claridad lo que necesito y estar dispuesto a escuchar la respuesta. Todo con calma, sin culpar ni atacar.
Recuerdo que en una ocasión Camila, de 10 años, se me acercó molesta y me pidió ayuda. Sus amigas no la dejaban hablar en una discusión sobre un juego. Practicamos juntas y se animó a decir: “Sé que están entusiasmadas, y me siento molesta cuando no me escuchan. ¿Podrían dejarme terminar mi idea?”. Todas hicieron silencio y la dejaron hablar. Fue un momento de descubrimiento para Sofía, y también para su grupo.
En situaciones como esta noto siempre lo mismo: los chicos necesitan la presencia adulta que los acompañe, que modele y sostenga el proceso. Con práctica y repetición, estoy convencida de que llegará el momento en que podrán tender ese puente por sí mismos. La constancia es clave: cada vez que se presenta una ocasión, la usamos como oportunidad de ensayo.
Como adultos nos pasa igual. No es sencillo decir “no” sin herir, o escuchar un pedido sin sentirlo como exigencia o recriminación. Pero si nos damos el tiempo de ensayar, también podemos transformar la manera en que nos relacionamos. El puente de la comunicación es mucho más que un recurso para dirimir peleas infantiles en el patio de una escuela: es una manera de cuidarnos y de cuidar nuestros vínculos. En la infancia abre caminos de confianza y seguridad; en la adultez y en la vejez, nos regala la posibilidad de elegir cómo queremos estar con otros.
Quizás la enseñanza más grande sea esta: nunca es tarde para tender un puente. Cada vez que lo intentamos, nos damos a nosotros mismos y a los demás, la oportunidad de encontrarnos en un terreno más humano, más digno y más cercano.
Veronica Gámez, en primera persona
Soy docente, Licenciada en Educación y Maestranda en Investigación Educativa. A lo largo de más de treinta años de trayectoria he buscado que la escuela sea un lugar de crecimiento, confianza y cuidado. Me formé como Coach Profesional y también en disciplinas como yoga y comunicación empática. Como Instructora de Kidpower Argentina, promuevo habilidades de seguridad y comunicación positiva que fortalecen a niños, niñas y adultos, y que hoy integro con pasión en mi rol de directora de una escuela primaria en Córdoba para seguir potenciando a las personas y a la comunidad.
Entrevista a Gaby Piccoli (IG Live)
El miércoles 16 de octubre, 19 h, conversamos en vivo por Instagram desde @elclubdelaporota y @respira.marie con Gaby Piccoli, autora de Del autosabotaje al autosalvataje (Manual 1) y referente en procesos de desbloqueo cuántico aplicados a la vida cotidiana. Gaby llega a Córdoba para presentar sus libros y brindar el workshop “Del Autosabotaje al Desbloqueo Cuántico”, donde propone herramientas simples para salir del automático y elegir mejor.
Workshop presencial: sábado 25 de octubre, 16 a 19 h, IDA Restobar (Av. Gauss 5381, Córdoba).
Inscripción: gabypiccoli.com.ar | +54 9 351 5519106 (Mariana)
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