Como cada semana, ¿qué silencio busca ser interrumpido?
Pienso en eso mientras escribo. En los silencios que se cuelan entre los discursos, en las palabras que faltan, en las historias que todavía no nos animamos a contar sobre las personas mayores. En El Club de la Porota creemos en la potencia de la palabra dicha, compartida, sentida. En la conversación como forma de vínculo. En la pregunta como llave.
La pregunta, más que la afirmación, tiene la capacidad de interrumpir el automatismo, de desplazar el punto desde el que miramos. Donde otros ven punto final, tal vez haya una coma, una pausa, o un “¿y si…?”. ¿Qué pasaría si narráramos la vejez desde otro lugar?
Byung-Chul Han plantea que vivimos una crisis de la narración: los relatos largos y profundos, que daban sentido a la vida, han sido reemplazados por una sucesión de informaciones inmediatas y vacías. Perdimos la capacidad de contar, y con ello, de comprendernos. Tal vez, parte de nuestro trabajo sea justamente ese: recuperar el relato, reponer el sentido, darle lugar a voces que han sido desplazadas por discursos urgentes pero superficiales.
En este contexto, comunicar no puede ser solo transmitir información. Comunicar con y sobre personas mayores implica construir un lenguaje cuidadoso, situado, actualizado. Prefiero decir responsable y honesto, más que ético y justo. Porque se trata de narrar sin edulcorar, sin infantilizar, sin excluir.
Se trata de evitar lo que daña.
Lo que no nos permite conectar con la humanidad que nos trasciende.
Que no debería escindirse de quienes somos.
No podemos hablar de convivencia sin reconocer al otro como legítimo interlocutor. Si no puedo registrar tu historia, tu experiencia, tu derecho a narrarte… ¿Cómo vamos a construir algo juntos?
Desde hace tiempo, trabajamos para promover espacios de encuentro intergeneracional reales. Donde la edad no sea una frontera, sino una posibilidad.
Y es ahí donde aparecen las escenas que intentamos valorar: una hija que entrevista a su padre de 83 años sobre cómo vivió sus primeros trabajos y termina emocionándose con su resiliencia; una mujer mayor que, en medio de una ronda de conversación, cuenta que volvió a estudiar a los 72 años y que, lejos de sentirse “fuera de lugar”, se reconoce más viva que nunca; un hombre mayor que graba junto a su nieta un podcast para compartir historias de su infancia rural —ella le pone música, él pone la memoria—; y otro varón que se anima a hablar en público por primera vez (en el marco de las actividades que impulsamos en el Programa 360°) y deja a todos conmovidos con la simpleza de su relato.
Son escenas pequeñas, pero cargadas de sentido. Fragmentos de vidas que, cuando encuentran lugar para ser narradas, se transforman en puentes. Entre generaciones. Entre mundos. Entre formas de ver y de vivir el tiempo.
Hablamos también del arte de conversar. Y no es una metáfora. Hay algo profundamente artesanal en sentarse a conversar sin plan, sin estructura, con la única intención de estar. ¿Cuánto hace que no hablamos sin estar pensando en responder? ¿Cuánto hace que no dejamos un silencio en la charla, sin sentir incomodidad? Conversar requiere tiempo, y lo que requiere tiempo, en esta época, se vuelve casi revolucionario.
Inauguramos este 2025 deseando para todas las personas una energía María Rosa: esa energía vital, luminosa, que no depende de cuántos años tenemos, sino de cómo elegimos estar en el mundo. Una energía que celebra lo cotidiano, que no dramatiza ni minimiza, que abraza.
Y hablando de elecciones, hay una pregunta que suele repetirse en nuestros espacios:
¿Qué palabra elegís para narrarte hoy?
Y otra, más provocadora:
¿Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros… o lo que decidimos contarnos?
¿Acaso no sobrevuela en todo esto la posibilidad de elegir? Elegir cómo mirar, cómo decirnos, cómo vivirnos.
Disiento con Galeano cuando expresa «Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros» (Libro de los Abrazos 1989). Porque si bien no podemos negar las huellas del pasado, también podemos contar nuevas historias, o narrar las viejas con otros tonos, otros ritmos, otras pausas. Y en ese acto —el de narrarnos distinto— hay transformación.
En este Club que ya es colectivo, seguimos preguntando. No porque estemos perdidos, sino porque elegimos no dar nada por sabido. Porque entendemos que si queremos otras vejeces, también necesitamos otros relatos. Y para eso, necesitamos voces. Muchas voces. De distintos tonos, edades, trayectorias. Voces que duden, que compartan, que recuerden, que incomoden, que inspiren.
Ojalá que este año nos encuentre así: escuchándonos, haciendo lugar, eligiendo palabras más vivas. Porque lo que no se nombra no existe. Pero lo que se nombra bien, abre puertas.
Y las puertas, cuando se abren, dan paso a otros caminos.
Sol Rodríguez Maiztegui
Comunicadora y gerontóloga
Creadora de El Club de la Porota
@solrodriguezmaiztegui | @elclubdelaporota
Porota sos vos, soy yo, somos todas las personas envejecientes.
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Regalate este momento
Seguimos sosteniendo este pequeño ritual: el de regalarnos unos minutos sin apuro, sin juicio, sin urgencia. El de leer estas columnas como quien se sirve un mate recién hecho o se acomoda cerca de la ventana a mirar caer la tarde.
No se trata de estar de acuerdo. Ni de encontrar una respuesta. Se trata de permitirnos sentir lo que estas palabras despiertan, hacer lugar a la pregunta y a la pausa.
En esta edición, te invito a completar la lectura con una charla TEDx que habla sobre cómo las historias que nos contamos moldean quiénes somos: «La Identidad Narrativa: las palabras que nos habitan», de Alicia Aradilla.Una invitación a resignificar nuestra vida a través del relato y el poder de la palabra como herramienta de transformación.