Clics Modernos
Suele afirmarse que a las civilizaciones antiguas el futuro no se presentaba como algo distinto al pasado. Cada nueva generación se comportaba, se vestía, se alimentaba igual que sus antecesores. Es en ese sentido que, cuando en la actualidad decimos que una familia, una institución o una profesión es tradicional, por lo general queremos decir que los nuevos integrantes harán casi todo como los antiguos. Dirán frases parecidas, amarán y rechazarán las mismas cosas, y realizarán los mismos juicios. El sueño de los iniciados es ser, algún día, como sus iniciadores.
La modernidad, en cambio, inauguró el mito del progreso. Este tiempo histórico, originado en la Europa renacentista, construyó una mirada diferente del futuro, como un porvenir abierto, indefinido, donde todo podría (y debería) cambiarse y, por lo tanto, diferir totalmente de épocas anteriores. Las ciencias, las tecnologías, las humanidades, la política, la democracia, la república, el comercio internacional, el derecho, todo ese abanico de saberes y prácticas reformuladas o potenciadas en la modernidad europea serían los instrumentos para transformarnos y, con ello, transformar el mundo para hacerlo mejor que el que habitaron nuestros antepasados, esos seres confundidos y adolescentes. Antes que un ejemplo a seguir e imitar, se volvieron un modelo a superar.
Bajo esta creencia, la historia adquirió una dirección, un plan a desarrollar, un camino señalizado a través del cual avanzar para alejarnos de las pasiones, los sesgos, las falsas creencias, los prejuicios y las supersticiones, y acercarnos a la realidad, a los hechos descriptos por la ciencia y a la eficacia lograda por los sistemas tecnológicos. «La modernización -escribió hace más de 30 años el sociólogo francés Bruno Latour- viene a distinguir claramente el confuso pasado del radiante futuro”.
A diferencia de las sociedades tradicionales, en el optimismo moderno la objetividad y la subjetividad dejan de estar enmadejadas”.
Sin embargo, el propio Latour no fue muy optimista. Más bien trajo malas noticias: la confusión entre lo subjetivo y lo objetivo no pertenece solo a nuestro pasado, sino también a nuestro futuro, en el cual viviremos enredados en embrollos de ciencia, técnica y sociedad, aún más estrechamente entrelazados que lo que hemos conocido en el pasado, porque eso es el sello distintivo de la vida civilizada”. Lejos de quedar reducidas al mundo privado de las personas o de los grupos, las ideologías, las creencias, los sesgos, las emociones, los intereses estarán cada vez más presentes en la vida pública, entreverados en un mismo lodo con las tecnologías de punta, las investigaciones científicas y los fenómenos naturales. Eso sí, la maraña adquirirá una escala sin precedentes.
Hoy vas a entrar en mi pasado
Si al finalizar la peste de 1918 hubiésemos preguntado cómo afrontaría el mundo una pandemia 100 años después (incluso sin saber que en el camino descubriríamos la estructura del ADN, y desarrollaríamos una red de dispositivos digitales conectados globalmente) posiblemente la respuesta hubiese sido con menos muertos, más rápido y con mucha más claridad”. Lo primero es cierto, hasta ahora no nos acercamos ni remotamente a los 40 millones que se cobró a principios del siglo XX la gripe española”. Pero lo segundo es falso, estamos cerca de los dos años de pandemia. En cuanto a la claridad, la situación actual parece darle la razón a Latour: estamos más enmarañados que antes, entre vacunas y fake news; entre guerras frías geopolíticas y batallas comerciales de laboratorios; entre curvas estadísticas y operaciones mediáticas y financieras.
La realidad” no se deja ver claramente, sino distorsionada por lentes interesados. La «eficacia” de las nuevas tecnologías también se vuelve brumosa. El mismo sistema de transporte internacional que distribuye las vacunas, traslada más rápido aún el virus y las nuevas cepas, arrinconándonos en las técnicas medievales de la cuarentena, el distanciamiento y el tapabocas.
La misma inteligencia artificial que ha revolucionado las comunicaciones, difunde y magnífica los mensajes de minorías reaccionarias, negacionistas y fascistas que creíamos superadas. El progreso y el regreso se disputan el futuro. Esto no significa que no estemos superando la pandemia, solo que no lo estamos haciendo con mayor «claridad» y «objetividad» que en el pasado. Y, por eso, dudamos de que las próximas pandemias (o sus variantes) sean más fáciles de superar que la actual.
Nos entra la duda sobre si el futuro será diferente del pasado, o peor aún, del presente. El futuro que creó la modernidad nos corre el arco, y, con él, la expectativa de un mundo más habitable.
Futuridades
Para el historiador y sociólogo rosarino Ezequiel Gatto «somos seres marcados por la futuridad», a la que define como una proyección, una materialidad dura por venir, un presente más adelante en la línea cronológica”.
Como hemos sugerido desde el comienzo de esta nota, proyectar un futuro es una operación política y social que se hace en el presente y que tiene efectos concretos, pues, como explica largamente Gatto, generan diagnósticos, estrategias y teorías que imprimen proyectos, deseos y estéticas de vida en las instituciones.
En Futuridades”, el libro que Gatto escribió antes de la pandemia, se formulan muchas preguntas que se resignifican ahora y que, como él, deberíamos comenzar a hacernos: ¿Cómo se inscriben las diferentes hipótesis, gobiernos y aperturas del futuro en la vida social? ¿Qué vínculos se establecen entre proyectos y posibilidades? ¿Qué pasa con la noción de futuro” cuando ya no se la puede imaginar cómo se lo hacía?”
En otras palabras, ¿qué nuevo vínculo con la futuridad construiremos y cuál será deseable construir? Esta pregunta se impone aquí y ahora, cuando la expectativa del porvenir achata su curva a la par de las muertes mundiales. En este escenario, lo único que podemos ver con claridad hacia delante es que cuando la pandemia sea parte del pasado, también el futuro habrá dejado de ser lo que era.