Verde que te quiero verde
Durante buena parte del siglo XX, el deterioro ambiental causado por la producción de bienes y servicios a gran escala ha sido visto como un daño colateral, indeseable, pero susceptible de ser corregido, por ejemplo, con regulaciones estatales o medidas impositivas que obliguen a reducir la emisión de dióxido de carbono. Sin embargo, ese paradigma ha entrado en crisis ante la evidencia de que las intervenciones técnicas y las medidas gubernamentales no son (y no serán), suficientes para evitar el colapso ambiental a mediano plazo. En consecuencia, el premio Nobel en Economía de 2006, el economista estadounidense Edmund Phelps, viene planteando desde hace un tiempo que solo hay una forma de revertir la tendencia: asumir y redireccionar la expansión económica, en lugar de luchar contra esta con medidas regulatorias.
Su planteo fundamental es que las empresas no se controlarán solas” y es muy dañino confiar en que harán caso a los expertos, por lo que mucho depende de que se pueda poner el afán de lucro al servicio del bien social”. Este punto de vista contradice a los decrecionistas”, que para proteger el planeta proponen producir menos y ponerle un freno a la ambición del crecimiento económico infinito. Phelps, en cambio, asegura que necesitamos un «crecimiento económico verde”, de manera de no atacar el problema desde una interpelación moral, sino desde la rentabilidad económica. Hablarle de ecología al capital, pero en su idioma.
Naturaleza como capital y como producto
En El Capital”, Marx señalaba que, una vez descubiertas las leyes del electromagnetismo por parte de los industriales, «no cuestan un centavo”. Con ello resaltaba que los ciclos y fenómenos de la naturaleza, controlados por medios técnicos, son insumos gratuitos para la producción manufacturera. Un siglo y medio después, y desde otra posición política, Phelps, que es el director del Centro de Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia, pone el dedo en la misma llaga: no sólo nuestra existencia depende del aire y el agua, sino también la actividad empresarial, que hubiera sido imposible sin beneficios naturales gratuitos como la polinización, el ciclo del agua, los ecosistemas marinos y forestales”, todos ellos ahora bajo peligro inminente. Atendiendo a esto, Phels sostiene que es necesario traducir el discurso ecológico al de la economía política, esto es, hablar de la naturaleza como capital natural”.
Más aún, si se convence a un buen porcentaje de las empresas del mundo de que la naturaleza es una forma de capital, le prestarían el mismo cuidado que a las inversiones y a los mercados, más aún reaccionarían invirtiendo más, lo que provocaría un incremento de la productividad económica. A la vez, esto tendría una retroalimentación, dado que cada incremento en la productividad nos permitiría hacer un esfuerzo mayor para preservar una cuota todavía más grande del capital natural».
Esto implica dejar de concebir al medioambiente como algo fijo e inmutable que se debe proteger, para verlo como una extensión del capital fijo, con el que se produce, pero también que se reproduce y se acumula, y cuya acumulación permite generar más medioambiente, por así decir.
Está última afirmación nos lleva a dar un paso más. Desde este enfoque, el medioambiente no solo puede adquirir la forma de insumo, sino también de producto. La economista argentina radicada en Estados Unidos, Graciela Chichilnisky, que trabaja en la misma universidad que Phelps, ha propuesto, por caso, que en lugar de restringir los mercados para reducir las emisiones de carbono, conviene generar un mercado del carbono”, en el que empresas privadas absorban” tecnológicamente el carbono del ambiente y lo vendan para usos comerciales. Estas empresas, además, estarían elaborando un segundo producto, muy demandado en la actualidad en el mercado mundial: aire limpio.
Contradicciones
Hace unos días, en la COP26, la cumbre mundial del clima celebrada en Glasgow, Argentina dio un paso hacia los horizontes avizorados por Pheps. Allí se anunció que la empresa australiana Fortescue Future Industries construiría una planta de hidrógeno en Río Negro, para lo cual invertiría más de 8.000 millones de dólares y crearía más de 15.000 empleos directos.
El hidrógeno es un elemento químico que se encuentra en grandes cantidades en la naturaleza, a pesar de lo cual, nunca está aislado, sino en el agua, en el carbón y en el gas. Luego de extraerse puede usarse como combustible limpio, ya que no emite dióxido de carbono, sino simplemente agua. Para aislarlo, sin embargo, es necesario aplicar grandes cantidades de corriente eléctrica. Si, a la vez, esta se produce por medio de otra energía limpia como la eólica, se puede obtener un combustible que no contamina a través de un proceso productivo que tampoco lo hace, de ahí el mote de hidrógeno verde”. Argentina tiene una ventaja, pues Fortescue ya cuenta con una operación de energía eólica en el país, y las condiciones geográficas de Río Negro, su «capital natural», los habría animado a realizar esta inversión. Las autoridades de nuestro país ya habían pedido que se redujeran los intereses de la deuda externa a cambio de la acción climática, presentando la protección del ambiente como una producción nacional, de la que se espera un reconocimiento económico. Ahora, Fortescue se presenta como una compañía para la cual producir medioambiente” es más rentable que deteriorarlo.
Los desafíos son enormes. Se me ocurren dos, para cerrar esta columna. El primero es discursivo: direccionar el país a la producción verde” obliga a revisar la contradicción con otros tipos de producción no verdes”, como en la que se usan agrotóxicos, el mega criadero de cerdos en convenio con China, o la minería a cielo abierto.
Resulta difícil pensar en exhibir a Fortescue y esconder a la Barrick Gold cada vez que se pida algún reconocimiento económico. Incluso la misma empresa holandesa, aunque viene reorientando su matriz productiva hacia las energías limpias, tiene en la actualidad otros emprendimientos en el país reñidos con el medioambiente, como una mina de cobre en San Juan.
El segundo desafío es geopolítico. En el anuncio se habló de Río Negro como un polo mundial exportador de hidrógeno verde en 2030. Concebido como producto, nada evitaría que el hidrógeno se someta a la lógica desigual de los mercados mundiales: ¿los países pobres produciremos combustibles limpios para los países ricos? ¿Nuestras máquinas seguirán funcionando con combustibles fósiles, porque el hidrógeno está a precio dólar”? ¿Pasaremos de ser el granero” al purificador” del mundo”?
Habrá que seguir de cerca cómo se hacen negocios con el «capital natural», y mientras tanto seguir hablando del tema, total, al menos por ahora, el aire es gratis.