Con el lema Trascender fronteras, acercar culturas” concluyó la semana pasada la trigésima quinta Feria del Libro en la ciudad de Córdoba. El año pasado, por razones sanitarias, no se realizó, si bien en otras provincias lanzaron ferias del libro virtuales, adaptadas al momento de pandemia que se vivía y vive a nivel mundial. Este año, la comisión organizadora de la Feria del Libro, compuesta por la Agencia Córdoba Cultura, La Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad; la Sociedad Argentina de Escritores, La Universidad Nacional de Córdoba, y la Calipacer (Cámara del libro, papelerías y afines) decidió, con acierto y a pesar de la continuación de la pandemia, trasladar al mes de octubre una modalidad de feria, digamos, híbrida”, que ofreció por un lado varias actividades de modo presencial y otras de modo virtual en lo que se refiere a la programación.
La programación presencial contó esta vez con un circuito que descentralizó con gran éxito lo que antes se concentraba mayoritariamente en el Cabildo de Córdoba y la Plaza San Martín. El Cabildo tuvo como principal atracción, el espacio Barón Biza, consagrado a las editoriales independientes. Alrededor del Patio Mayor, se concentraron los stands que albergaron la producción editorial cordobesa. Asimismo, dicho espacio tuvo la presencia de numerosos eventos literarios. En la plaza de la intendencia se alojaron las carpas con la presencia mayoritaria de las librerías. A lo largo de todos estos años, siempre encontramos la diferenciación de la feria cordobesa que es más una feria que aúna libreros y no tanto editores, de ahí la importancia que ha tenido en los últimos años el Espacio Barón Biza. En otros momentos políticos y culturales, y probablemente aún hoy, existe una especie de tensión entre librerías y editoriales. Al parecer, con el tiempo, estas dos dimensiones comerciales pueden convivir con una sana distancia geográfica dentro del tiempo ferial.
Los tiempos de pandemia, evidentemente, quitaron durante casi dos años la posibilidad de encuentro cultural. En este sentido, durante la feria pudo verse un clima de renacimiento y de encuentro entre los y las lectores, escritores, libreros y editores.
Este año la curadoría estuvo a cargo de la escritora Graciela Bialet, que realizó un trabajo impecable. Con amplia trayectoria en el mundo literario y en la gestión cultural, a diferencia de otras curadorías, Bialet tuvo que atravesar los nuevos desafíos que se presentaron en razón de la situación sanitaria. El resultado fue óptimo y, al parecer, la descentralización de la feria, generando recorridos y diferentes espacios en lugares municipales y provinciales, vino para quedarse. La curadora mantuvo una presencialidad al cien por cien, que dio cuentas de su compromiso y de su trabajo. Siendo tiempos de campaña electoral, los funcionarios también se hicieron presentes, unos más que otros, con notorias ausencias a lo largo de los diez días de feria.
Como es habitual, las miradas son diferentes entre quienes hacen cultura y quienes muchas veces la gestionan. En el último tramo, casi pudo notarse la ausencia de algunas autoridades que pareciera aprovecharon el fin de semana largo. Como está visto, para algunos la cultura es un gasto y para otros una inversión (y, en otros casos, trampolín o plataforma desde donde lanzarse hacia otras actividades político-sociales). ¿La cultura como medio o la cultura como fin?
A diferencia de otros años, la Feria transcurrió durante menos días. Lejos de obtener un resultado negativo, la concentración entre dos fines de semana resultó ser de mucha calidad. Una feria más breve pero intensa, con temáticas culturales y sociales, propias del siglo XXI. En este sentido, podríamos decir una feria más dinámica.
Al igual que siempre, la gran máquina cultural que es toda Feria del Libro posee trabajadores invisibles y fundamentales que siempre están y han estado. El equipo de la editorial municipal es uno de estos ejemplos. Como lo viene haciendo desde hace ya muchos años, sin mucha visibilidad pública, trabaja en el silencio y en la sombra resolviendo un sinnúmero de imprevistos, como suele acontecer en todo gran evento de esta magnitud.
Siempre se escuchan críticas –de las buenas y de las malas- respecto de la Feria. Es la feria que tenemos y que poco a poco podemos transformar y hacerla crecer. Al parecer, contra viento y marea, y a pesar de la pandemia, la Comisión Organizadora tuvo el acierto de no dejar pasar un año más sin esta fiesta del libro que significa la feria para los cordobeses y las cordobesas. Feria a cielo abierto, como la denominó Bialet, pues además se explayó en casi todas las bibliotecas populares de la ciudad y en sus librerías.
El premio Burnichón de este año fue para la editorial Cielo Invertido Ediciones”, con el libro Elemental”, de Camila García Reyna y Flavia Rojas. Trescientas actividades, entre presenciales (un flujo de alrededor de 300.000 visitantes) y remotas (que al día de cierre de feria sumó 15.000 visitas), que –evidentemente- sería largo de detallar en este breve balance. Por otra parte, se consolida la persistencia de los ciclos como Córdoba Mata (policiales); Espacio Poesía; Antena (nuevos formatos) y Subte (historieta), y se crearon dos más: Territorios federales de la palabra” (para autores de la Patagonia, NEA y NOA), e Intercambio de horizontes” (experiencias de cordobeses en/con el extranjero).
Poco a poco, cobra una importante presencia la temática de género y LGTBIQ+. Los países invitados para este año fueron Paraguay, Bolivia y Perú, reforzando el hermanamiento con los países limítrofes.
Año a año la Feria del Libro de Córdoba crece, y la pandemia, lejos de reducirla o minimizarla, la transformó con resultados positivos para los próximos encuentros.