El Premio Nobel de Literatura concedido el pasado año a Abdulrazak Gurnah abrió la puerta de un nuevo interés sobre la literatura africana. De hecho, se multiplicó el número de escritores y escritoras premiados, a saber: Paulina Chiziane, de Mozambique, ganó el premio Camões; el senegalés Boubacar Boris Diop, el Premio Internacional Neustadt 2022; Mohamed Mbougar Sarr, también de Senegal, recibió el Premio Goncourt 2021; y recientemente la marfileña Véronique Tadjo se alzó con el LA Times Book Prize for Fiction, con su novela “En compagnie des hommes”.
Como podemos observar, son años de sol para la literatura africana. Sin embargo, no hay que ser ingenuos. En 1986, Wole Soyinka, de Nigeria, ganó el premio Nobel de Literatura. Le propongo hacer una prueba: vaya, salga y busque su librero amigo; recorra la zona de librerías de su ciudad y trate de comprar algún libro de Soyinka. ¿No tiene ganas de salir? Bueno, investigue un poco a través de internet qué librerías argentinas mantienen en sus catálogos libros del famoso nigeriano. Encontrará poco. Casi nada.
Igual no hay que desesperarnos. Lo importante que hay que saber es que estos vaivenes de premios sirven y visibilizan, pero hay que sostener y luchar en el tiempo contra el gran monstruo del mercado.
Lo que quiero decir es que la literatura africana existe desde hace mucho, tiene una riqueza y una madurez maravillosa que, lamentablemente, desconocemos; y el origen de ese desconocimiento se reparte entre nuestra mirada corta y una concepción eurocéntrica y capitalista del mundo editorial.
Largas páginas llevarían, a su vez, responder la pregunta de si existe África, así como nosotros la pensamos.
Abdulrazak Gurnah, acaba de ganar el Nobel y es un buen empujón para las letras africanas, en este caso de expresión inglesa. El mismo Gurnah vive desde hace muchos años en Inglaterra. Otro gran tema, la diáspora africana.
Salamandra acaba de editar, por primera vez en español, su reconocida novela “Paraíso”, de 1994. La novela posee una cadencia asombrosa para estos tiempos violentos y veloces. El ritmo es continuo y sereno, y cuando nos queremos acordar, estamos involucrados en un mundo fascinante, en una caravana (nunca mejor dicho) que comienza por los caminos y paisajes de Tanzania, pero que va enrizándose en el paisaje interior del ser humano.
El protagonista es Yusuf, un niño apenas, que ignora que su padre tuvo que darlo como pago de una deuda al poderoso mercader Aziz. De esclavitud se trata, sí, pero Gurnah sabe contar la historia sin almibarar la realidad, sin condimentar en exceso.
Entramos así, en esa ingenua ignorancia de Yusuf y, con él, caminamos y aprendemos. Si observamos más de cerca, notaremos que “Paraíso” posee una analogía con la historia de José, que se narra a partir del capítulo 37 del Génesis. Y mucho más cercana resulta la sura 12 del Corán: “Sura de Yusuf”, donde Yusuf es vendido a un mercader, Aziz. Los nombres del Corán corresponden con los de la novela.
La caravana de Aziz encuentra a su paso diferentes lenguas y culturas. El mundo árabe y la colonización europea sobresalen. Asimismo, se manifiestan los temores y la sospechas de lo que luego conoceremos como colonización: “Tengo miedo de los tiempos que tenemos por delante –dijo Hussein en voz baja, y ello hizo que Hamid dejase escapar un débil suspiro-. Todo está alborotado. A esos europeos se los ve muy decididos y, mientras luchan por la prosperidad de la tierra, nos aniquilarán a todos. Habría que ser un estúpido para pensar que están aquí con el fin de hacer algo bueno. No es el comercio lo que buscan, sino la tierra. Y todo lo que hay en ella… incluidos nosotros”.
Yusuf, el pobre muchachito suajili del desierto, como se lo nombra alguna vez, atiende una tienda y también participa en alguna caravana. El viejo mercader va dándose cuenta de que los tiempos cambian: “Pero ahora que los perros europeos están en todas partes ya no habrá más viajes”. La opresión colonial venidera viene a sumarse a la opresión árabe y a la acostumbrada opresión de los poderosos. Yusuf, sin familia, esclavo sin saber que es esclavo, trabaja con relativa tranquilidad para Aziz. Hay una tienda, hay amigos, hay un misterioso jardín en la casa de Aziz con un ama misteriosa que lo solicita.
Otra vez la historia de la Biblia y del Corán. Abdulrazak Gurnah le puso a su novela, como título, “Paraíso”. Una primera interpretación nos podría llevar a las paradisíacas playas de Zanzíbar, donde nació el autor tanzano, pero tal vez no haya relación directa con el texto. ¿El jardín misterioso, como una especie de jardín edénico? ¿Los viajes? ¿El amor? ¿En dónde está el paraíso en la novela “Paraíso”?
De algún modo, el paraíso siempre es un lugar perdido y buscado. Pasado y futuro. Sin embargo, con la cadencia propia de su estilo, sin nombrarla, sin decirlo, me atrevería a decir que el paraíso para Abdulrazak Gurnah, es la libertad.