Para leer a Susana Arévalo, es preciso franquear los ásperos muros del laberinto del lenguaje. Y digo áspero en razón de la doble validez del título: “Acervbo”. Acerbo, con b larga quiere decir “áspero”, y con v corta designa un conjunto de valores o bienes culturales. El título, en este sentido, reúne al sustantivo y al adjetivo.
Árevalo posee una escritura que es necesario desentrañar, pero, una vez dentro, es difícil salir y quedamos dulcemente atrapados por un lenguaje poético minucioso y pulido. Ese desentrañamiento al que me refiero está, tal vez, vinculado más a una creciente superficialidad lectora del mundo moderno (posmoderno) que a una escritura críptica adrede.
Con un puñado de libros en su haber, Susana Arévalo ha configurado, a lo largo de los años, un decir propio, ajeno a las modas. Sin abundancia en la producción, pero con una coherencia poética que comenzó a tomar forma en los años ochenta, allá, por los tiempos del grupo “Raíz y Palabra”, del que formo parte junto a Hernán Jaeggi, Carlos Garro Aguilar, Eugenia Cabral y César Vargas. (Orbitaron también, alrededor de ese grupo, Hugo Francisco Rivella y Néstor Merigo). Todos ellos y ellas bajo la luz inspiradora de Glauce Baldovin.
“Acervbo” se trata de una “antología esencial”, que incorpora poemas inéditos. Cuidada edición de los libros de poesía de Clarice.
La obra de Susana Arévalo está enmarcada por dos poetas: un prólogo, en forma de poema, de Livia Hidalgo; y una contratapa de Silvia Barei.
“Yo feroz/ Lobo del yo/ Te hablo fuera del yo” dice Arévalo, y encuentro en estos versos una espina dorsal de toda la obra poética de la escritora cordobesa. El tema del yo y su doble: el yo y sus posibles desdoblamientos. El ya conocido “doppelgänger” literario.
En los primeros poemas inéditos, “Doble sentido” ya da cuenta de esto, no sólo en su título, sino en esa relación interna de la niña y la mujer que aparecen en el poema: “La Niña La Fugitiva de Mis Ojos Que Huye Por el Espejo Retrovisor/ La Mujer Dentro de la Mujer Que Huye/ La Mujer Detrás del Espejo Que Huye De Otros Relatos/ La Mujer en Fuga de la Mujer// Pongo las Manos en el Fuego por la Niña/ Pero no doy ni Cinco Centavos por la Mujer”.
Asimismo, en “Averno Privado”: “yo es otro yo y otro y otro”; el primer poema, que pertenece al libro “El texto es el tatuaje” y que lleva como título: “Desvío Abisinio” comienza con un verso que dice. “Que no me toque Jekill”, y Jekill se repite en “El libro de Anémona”, en el poema “Si de algo sabe es de emboscadas”: “Demasiado Jekill para montar en cólera”. Evidentemente, se trata de “El extraño caso del Dr. Jekill y el señor Hyde”, de Stevenson, clásico inglés acerca del doble, tema capital en la narrativa decimonónica.
En el poema “Malabar”: “no se desenmascara al doble sin cauterio”. Y yendo un poco más atrás, a esa insigne antología poética del grupo Raíz y Palabra editada en 1984 y que cumple hoy 40 años, encontramos también alusiones sobre el doble, que permanecen a lo largo de la escritura de nuestra autora: “seremos siempre dos en la penumbra” (poema número III); y el comienzo del poema “La fórmula”: “Lamento no tener más que dos vidas”.
Este trabajo sobre el yo y el doble, que entiendo como una espina dorsal en la escritura de Árevalo, se conecta a su vez con el espíritu rimbaudiano, que aparece, explícita e implícitamente, en el libro que hoy reseñamos. En este sentido, la famosa frase de Rimbaud: “je est un autre” (Yo es otro), que el escritor francés estampa en dos cartas, hacia el año 1871, iluminan un poco más el sentido del doble. Pero, claro, hay que poner atención, porque las iluminaciones rimbaudianas son oscuras: dejan un hálito de misterio e inquietud. Las mentalidades cartesianas, que buscan lo claro y lo distinto, huyen del “desarreglo de los sentidos”, o, al menos, sienten temor frente al no control.
Susana Arévalo, al citar a Rimbaud en el epígrafe, creo que nos da un guiño, y al mismo tiempo el poema final, “Manuscrito”, reafirma la otredad y el yo, apela al lector: “Oh lector/ mi Alucinación y mi Ceguera…/ Fuimos creados el Uno para el Otro./ El contraste que todo lo envilece/ a vos te torna exuberante./ Todo te lo concede el Fervor que de todo te despoja./ (Donde dice Fervor:/ léase Temor, léase Temblor./ Léase: “El Mundo como Voluntad/ y Representación”.)/ Oh, Lector,/ ya el pasado se ha desvanecido por completo/ ya el espanto te tiende los brazos, embelesado./ Esta es página que el Destino escribe para vos”.
El yo que se desdobla en el lector, el lector que también escribe este libro, o tal vez el único libro, que es aquel de la poesía que vamos escribiendo entre todos.
Cuatro mujeres introducen las manos en este libro. Anteriormente dije tres, pero son cuatro. En primer lugar, Susana. También Livia Hidalgo y Silvia Barei. La cuarta mano que se mete en este libro pertenece a una señorita, llamada poesía, tan retraída ella a veces, que, arrinconada en el silencio, está al acecho. Te acercás un poco a besar su mejilla y se prende de tu cuello con un mordisco certero capaz de mojar las palabras con su sangre.