El libro comienza con un epígrafe de Marosa di Giorgio: “no me propongo nada, no busco nada, encuentro”. Y es en verdad, una invitación a despojarnos de todo aquello que nos ha ido –como humanidad- alejando de la naturaleza.
Laura López Morales, nacida en Villa Dolores, es una poeta que, a lo largo de su palabra y de su vida, fue marcando un compromiso raigal con la tierra. Su libro es un llamado a recuperar el asombro. Volver a ser parte de la naturaleza. Volver porque lo necesitamos. Porque sobradas muestras hay en nuestro territorio del avasallamiento ecológico, de la intervención humana que, a diestra y siniestra, ha dejado un mundo roto, simbólica, humana y ecológicamente.
La poeta lo dice con firmeza, pero sin estrépito, sin violencias. Los adjetivos indican que esto que sucede es algo peligroso: “últimos bosques tropicales”; “un sendero resbaloso de plantas extintas”. Y ahí, entonces, la petición, casi como un ruego, una súplica: “hacenos un lugar en el amor”.
A lo largo de todo el libro estamos invitados a transitar la intemperie, a ser parte del paisaje. Por eso, creo ver un clima de plegaria en donde también acontece el rito: “por eso vuelvo la piedra a su lugar exacto/ y la miro estar/ por eso espero hasta que otra reluce/ y me devuelve la fe/ una fe tan nueva y espléndida/ como las gotas en los alambres a punto de caer/ la tarde brilla en las gotas de los alambres/ vine a respirarte cerca/ para que me creas”.
El monte está ahí, presente en todas sus dimensiones y manifestaciones epifánicas, pero para entrar en ese mundo otro es necesario contemplar y esperar.
Contrario a la velocidad arrasadora del mundo actual, el tiempo del asombro es como el tiempo de la poesía, un tiempo sin tiempo, un estar por estar estando: “si dejas aquí tu corazón/ el tiempo suficiente/ finalmente lo oirás/ el monte exhala nuestras angustias en la noche/ caburé/ caburé/ caburé”. La clave está en el tiempo suficiente y, ¿cuál es el tiempo suficiente? No hay una respuesta, hay más bien una invitación a la experiencia, a volvernos a conectar con la tierra, con aquello que late y subyace en las cosas del mundo. El río cuando vemos el río; el árbol cuando vemos el árbol; el monte cuando decimos monte. Sin adjetivar, sin interpretar. El estado puro del poema. De eso habla Laura López Morales.
Y, al igual que en el monte, en su aspecto rizomático y barroco, encontramos voces, muchas voces que tejen la urdimbre de lo vital. En el mismo gran poema que es el libro hay una voz en cursiva que aparece, que se deja ver en algunos poemas. Me animo a jugar con esos versos, a juntarlos tratando de no alterar el ciclo. Guiado por Marosa, no propongo nada, pero encuentro que brilla un poema en el poema:
no nos parecemos a lo que decimos
no nos parecemos a lo que deseamos
alguien dijo que el amor y el desamor
es un hilo que se corta por lo más delgado
como cuerpos
que sea con amor
que siempre siempre sea con amor
madre
nada sé de mi soledad
sino esta espina incendiada
en medio de la tarde