Miguel Gaya es abogado y escritor. Miembro del Centro PEN (Argentina). Si bien es más conocido como poeta, hace tiempo se dedica a la narrativa. Quedó varias veces como finalista del Premio Clarín de Novela y en esta última semana alcanzó el galardón con su novela “El desierto invisible”. El jurado estuvo compuesto por los prestigiosos escritores: Ana María Shua, Carlos Gamerro y Martín Caparrós.
La primera pregunta, un poco de rigor, es cómo te sentís con este nuevo premio
Miguel Gaya (MG): Me siento muy feliz, por supuesto. Pero también y mucho por la respuesta de cariño que ha generado entre amigos y allegados. Me he sentido muy arropado estos días.
El premio Clarín es ya una tradición, en un país con poco apego a los premios literarios y menos estabilidad en ellos. Parece una obviedad decirlo, pero es un concurso y un premio. Hay veces que la condición de concurso se cumple, pero la distinción no se da a conocer, no se publica, no se sostiene en el tiempo. Y hay veces que es un premio, pero no tanto por ser la mejor obra, sino por razones extraliterarias. No daré nombres, pero que los hay, los hay. En el premio Clarín el prejurado, y el jurado mismo, se maneja con el seudónimo de la obra, y el nombre del autor se revela al abrir el sobre en público.
Por lo demás, el premio me llega en un momento en que lo siento más como reconocimiento que como un inicio. La obra ya está escrita, más allá de su valor. En tal sentido, lo disfruto de un modo si se quiere más sereno y desapegado.
Si bien la novela aún no ha sido editada, sabemos que está ambientada en el siglo XIX, en la frontera difusa del español y el criollo con el indio. ¿Es una novela histórica? ¿Hay en ella una revisión del concepto sarmientino de “Civilización y barbarie”?
MG: Un amigo me dice que soy un “degenerado de los géneros”, porque siempre abordo las novelas desde un género (policial, fantástico, distópico o histórico) para escribir lo que se me ocurra. Para mí es un desafío observar (lo más posible) las reglas del género. Pero me interesa ir más allá de la convención que las genera.
En el caso de El desierto invisible el tema es, por supuesto, la frontera de la provincia de Buenos Aires, entendida no tanto como límite, sino como lugar de encuentro con el Otro.
Sin embargo, borré deliberadamente todo rasgo de reconocimiento. No hay fechas, no hay indicaciones topográficas, no hay episodios históricos, y si los hay están distorsionados. Los protagonistas ni siquiera tienen nombre. Me refiero a ellos como el coronel, el indio de la mano baldada, el ex cautivo, la mujer de la cabeza, y demás. Ni siquiera llevan mayúsculas. Así, creo, ganan en potencia de mito. Porque en definitiva las novelas que aprecio se manejan con la materia del mito. Y en algunos, venturosos casos, los inauguran, como El Quijote, Moby Dick, Madame Bovary, y tantos otros (no es inmodestia el recuento, es solo reconocimiento).
Por último, creo que hay un malentendido en la consigna sarmientina. Tal vez a pesar de sí mismo, y sus propias convicciones, dijo “civilización Y barbarie”. Es inclusivo, no dicotómico. Lo que la novela, y nuestra realidad, ponen en entredicho es quiénes representan cada extremo, si estos existen.
Naciste en Ayacucho, bien adentro de la provincia de Buenos Aires, ¿influyó de algún modo ese paisaje en esta novela?
MG: Sin duda, es el paisaje de mi infancia. El paisaje desmesurado de la pampa, donde parece que no hay nada y que nada pasa, y está pleno de vida. En ese paisaje en apariencia abstracto uno no se enfrenta a la nada, sino al infinito. Hay una larga tradición literaria allí, desde el fundacional Martín Fierro a la China Iron cabe una fecunda tradición, que sigue viva.
¿En qué se parecen y en qué son diferentes los tiempos de escritura de la novela con los de la poesía?
MG: En lo personal, la poesía ha sido para mí un modo de estar en el mundo. Escribo desde la adolescencia, época en la que a una enorme cantidad de gente se le da por escribir versos. En mi caso, por razones misteriosas, esa manía continuó hasta ser parte de mi identidad. Publiqué mi primer libro, La vida secreta de los escarabajos de la playa, algo tarde, a los 28 años, hace ya cuarenta años, y llevo publicados nueve más. Pero recién hace menos de veinte años pude sentarme a escribir narrativa. He publicado cuatro novelas, tres de ellas finalistas de distintos premios, y una con tres menciones en el premio Clarín. Y ahora la quinta, El desierto, lo ha ganado. No está mal.
Siento que la poesía es, como digo, una manera de mirar el mundo. La novela, para mí, es la construcción de una realidad paralela, en la que uno vive mientras la escribe, y si tiene suerte continúa viva cada vez que un lector abre el libro. Es, en ese sentido, un gran privilegio posible.
También podemos afirmar que cada poema es una metáfora, cuyo sentido solo puede entenderse en los términos planteados por el poema. Pero la novela, si es una buena novela, también puede entenderse como una metáfora de algo, cuyo sentido se completa al finalizar la lectura.
Hace algunos años viniste a Córdoba invitado por el Córdoba Mata, el ciclo de novela negra y policial. Acababas de publicar “Una pequeña conspiración” (finalista del premio de novela negra Extremo negro, 2011) y su secuela “Resurrección de un comisario”. ¿Cómo ves hoy al género negro en el campo novelístico?
MG: Córdoba Mata es de esos proyectos que viven y se sostienen por la pasión de su creador, Fernando López, y ojalá ambos tengan larga vida. Es un ejemplo de continuidad, camaradería y entusiasmo creador.
No soy un experto en el género negro. Me interesó incursionar en él, porque he sido un lector impenitente del género. Por lo tanto, hablo más como lector que como autor. Creo que el género ha mutado y a su vez ha invadido a casi toda la novelística reciente. Casi todo cuanto se escribe tiene algo de la novela de enigma o de la novela social policiaca. Es posible que sea porque nuestra realidad se ha criminalizado tanto que es el crimen (financiero, climático, narcótico, de manipulación mediática) el que define nuestra sociedad.
Contanos un poco qué proyectos de escritura tenés para el futuro y si te gustaría volver por Córdoba.
MG: Poesía escribo siempre, aunque sea poca o solo corrija. Es posible que saque el año próximo una antología. En cuanto a narrativa, tengo una novela corta, una nouvelle, en la que trabajo con ánimo de orfebre. Encaro el trabajo con calma, placer y sin esperanza.
Y ojalá vuelva a Córdoba, claro.